Tras la huella de viajeros legendarios

Tras la huella de viajeros legendarios
Tras la huella de viajeros legendarios

Llegar a buen puerto. Como Charles Darwin. Como Hernando de Magallanes. Como Francis Drake y Thomas Cavendish, míticos navegantes que surcaron los siete mares y anclaron en este rincón de la Patagonia, al norte de Santa Cruz.

Llegar a Puerto Deseado. Como lo hacen los pingüinos de Penacho Amarillo, que vienen a anidar, año tras año, a partir de octubre. Una rara avis que en el continente americano solo se encuentra en la Isla Pingüino, frente a la localidad santacruceña.

Es una soleada y muy ventosa mañana y navegamos en el semirrígido de Darwin Expediciones al mando de los guías Javier Fernández y Ricardo Pérez.  Vamos atentos a la aparición de alguna tonina overa o delfín antártico.

A una hora de zarpar estamos frente al faro de la Isla Pingüino. Pero antes, nos detenemos frente a ver una colonia de lobos marinos en un peñón aislado.

Poco después, desembarcamos en este lugar inhóspito donde los navegantes de la Real Compañía Marítima española llegaron a matar más de 30 mil lobos. El aceite, que se utilizaba para encender velas en una época en que no había corriente eléctrica, era un negocio muy redituable.

El paisaje no habrá cambiado mucho desde entonces. El tiempo, aquí donde el hombre es un intruso, un visitante ocasional, parece haberse detenido. Está el faro, de un rojo y blanco desteñido, hay una caldera oxidada, y la casa del torrero está abandonada.

Caminamos entre un sinfín de pingüinos de Magallanes que parecen habituados a la presencia humana, y despreocupados, se cruzan en el camino, pasan por al lado, por delante y por detrás.

Más allá, un grupo en hilera surca una praderita rumbo al mar, mientras al borde del sendero algunos otros cuidan sus huevos de las temibles skúas, las aves que acechan y esperan un descuido para devorárselos.

Javier Fernández, uno de los guías, comenta que Magallanes y Drake se dieron una panzada de pingüinos y lobos. “Y después vino la venganza del pingüino, porque parece que la carne se descompuso, y el barco se llenó de gusanos”. Seguimos andando hacia el cañadón donde anidan los penachos.

Bajamos por las piedras rojizas, y seguimos con paso firme entre las rocas. De este lado de la isla, el mar refleja un azul mucho más intenso que del sitio donde desembarcamos. Unos pasos más, y ahora sí descubrimos al nutrido grupo de pingüinos de penacho amarillo que ya anidan en ese rincón de piedras manchadas de guano.

Hay quien se atreve a estirar la mano y ensayar una caricia. Hay quien posa a su lado haciendo la “V” de la Victoria. Hay quien contempla en silencio, emocionado. Hay quien se revuelca en las rocas a menos de un metro para fotografiarlos. Hay quien se asusta con las escaramuzas que arman entre ellos, celosos de su territorio.

La colonia del pingüino punk, el que tiene una cresta roja, el más pequeño de la especie, tiene unos tres mil ejemplares que vienen hasta este rincón indómito a aparearse y dar a luz. Y en abril volverán mar adentro.


La ría y los cañadones
En 1520, Hernando de Magallanes navegaba buscando el poniente, un paso para  dar la vuelta al mundo, y creyó descubrirlo aquí, cuando encontró un curso de agua salada que iba hacia el oeste.

Pero se confundió, este sitio no era un estrecho ni un canal, era una ría. Diez mil años atrás, durante la última glaciación, el río Deseado abandonó su cauce natural, y el mar lo invadió, formando así la Ría Deseado, única en Sudamérica, hoy una Reserva Natural Provincial, declarada Reserva Natural Intangible.

Para recorrerla y hacer avistaje de fauna marina, embarcamos en el semirrígido de “Los Vikingos”. Partimos entonces desde la boca de la ría, acompañados, de a ratos, por un par de escurridizas toninas overas. Nos adentramos en dirección a la desembocadura hasta la Isla Chaffers.

“En realidad es una península, que en marea alta forma una isla, y así figura en las cartas”, explica Chantall Torlaschi, bióloga marina y guía junto a Claudio Temporelli.

Avistamos una numerosa colonia de pingüinos de Magallanes, la más grande de toda la ría, donde se cuentan unos 30 mil ejemplares, que sumados a los que se están reproduciendo, llegarán a unos 45 mil, según estima la bióloga. “Todas las colonias de pingüinos son mixtas, hay ostreros, gaviota cocinera, patos vapor y pato crestón”.

Seguimos rumbo al interior de la ría, hacia la isla Elena, conocida también como la “Barranca de los Cormoranes” un acantilado donde nidifican el cormorán gris y el roquero.

La embarcación se acerca y baja la velocidad, así podemos fotografiarlos. El gris, endémico de Santa Cruz, tiene el pico amarillo, las patas rojas y unos ojos cautivantes, contenidos dentro de una circunferencia celestona que les da una sensación de brillo permanente.

También se puede ver el cormorán Imperial, que tiene la colonia más grande de Sudamérica, con unos doce mil ejemplares, en la isla Chata, y cada tanto se acercan a alimentarse hasta aquí. Además hay ostrero negro, gaviota gris, y garzas bruja, un ave “tímida” , según Chantall, y difícil de avistar.

Pasamos después por la Isla Larga, donde hay una pequeña colonia de gaviotines sudamericanos, que interactúan con los cormoranes y donde reposan los lobos marinos. Finalmente, llegamos a la Isla de los Pájaros, desembarcamos en su playa de canto rodado y caminamos por la costa.

Al frente se ve la ciudad-pueblo, el puerto, sus embarcaciones. Y al lado, un sinfín de pingüinos de Magallanes que aprovechan la zampa, un arbusto que cubre la mayor parte de la isla, para construir sus nidos.

Sobrevuelan un montón da gaviotas, y entre la escasa vegetación se ven algunos ostreros que se destacan por su pico rojo anaranjado. La excursión culmina con mate y bizcochos en la playa, rodeados de aves elegantes.


En 2 ruedas, o en 4
La ria se puede disfrutar también por tierra, en un circuito por los cañadones, que se puede recorrer en bicicleta, caminando o en vehículos. Arrancamos tempranito, una vez más con el sol de nuestro lado y el viento que parece nunca abandonar los senderos de la Patagonia.

Vamos en camioneta, y pasamos primero por el cañadón del Paraguayo, cuyo nombre homenajea a un personaje singular. Nos detenemos unos instantes en su hogar, una casa de chapa blanca típica, con un jardín precioso, donde se filmaron algunas escenas de la Patagonia Rebelde.

El paraguayo resulta ser un tipo amable y charlatán. Saca el acordeón y ensaya un par de chamamés. El paseo sigue por el cañadón Torcido, que tiene una linda panorámica de la ría y termina en el cañadón del Indio, donde hay una colonia de cormoranes.

“Para la gente son todos patos, entonces vamos a poner un cartel que diga: ‘No todos somos patos’, bromea Chantall, la guía.


Los miradores
"No creo haber visto en mi vida lugar más aislado del resto del mundo que esta grieta rocosa en medio de tan dilatada llanura", escribió  Darwin en su libro "Viaje de un naturalista alrededor del mundo", cuando llegó aquí en 1833.

Se puede acceder por tierra o por agua, en una incursión por la ría en medio de los cañadones. El camino del agua, es una excursión más larga que la que se realiza en vehículo, pero permite conocer  las cuevas donde hay algunas pinturas rupestres y luego subir andando a los miradores.

Partimos entonces con viento en contra y sol a favor en la camioneta de Cis Tours, guiada por Jorge Cis, quien lo sabe todo acerca de Puerto Deseado.

Conoce la historia de punta a punta, de los míticos navegantes y la naturaleza apabullante; de los vaivenes de la pesca y la minería, de las eras geológicas y más.

“Darwin llega a la Patagonia siguiendo la expedición de Fitz Roy, que venía haciendo un trabajo cartográfico. Todos los mapas que podemos ver los hizo el”, asegura Jorge, mientras surcamos la estepa infinita.

La “puerta” de ingreso a los Miradores es por la estancia La Aurora, el campo tiene ocho leguas y no hay otra manera de acceder. Aquellos que vayan por cuenta propia deben contactarse previamente con la señora Matilde Wilson, su propietaria, quien cobra alrededor de $ 180.

Un buen rato después llegamos al tope de los miradores, el punto donde Darwin  se sentó a contemplar esta paisaje tan bello como inhóspito. Un ñandú pasa raudo y se confunde entre la vegetación, atrás viene la cría, un chulenguito que lo sigue a toda velocidad.

La vista es, sencillamente, espectacular. La ría que desorientó a los navegantes serpentea por el cañadón de piedras rojizas en medio de un terreno arcilloso. Caminamos para encontrar el mejor ángulo, la mejor panorámica, pero no hay una mejor que otra.

Es la misma que pintó Edward Martens, el dibujante de la expedición, quien eternizó este paisaje en 1833, dibujando La Ventana, una gran roca que se divisa a lo lejos. Estamos a la altura del kilómetro 40, sobre el final de los 45 que tiene en total este singular curso de agua.

Ahora,  recuerdo que alguna vez me dijeron que este sitio inhóspito era como la Galápagos de la Patagonia. Llegué a buen puerto. Llegué al sitio elegido. Llegué a Puerto Deseado.

Datos útiles

Dónde dormir 
Los Acantilados:  0297-4872167. 
Cabañas Las Nubes Cel: 0297-154116806/ 1544032677.


Dónde comer 
Restaurante Puerto Cristal, especialidad pescados y mariscos. España 1698.
Lo de Piola, son especialistas en pastas, en la calle San Martín 1280; 
El restaurante del Club Deportivo Deseado Juniors ofrece comida casera, viernes asado y minutas. 
La Estancia Cipreses, de Arturo Soule y Cliria Torres, para los amantes del cordero asado. En la localidad de Tellier, a 20 km de Puerto Deseado sobre la ruta 281 se pueden comprar conservas y licores hechos por sus dueños con las frutas típicas de la región extraídas de la huerta del propietario (corinto, sauco, calafate, guinda).


Excursiones 
Expediciones Darwin: info@darwin-expediciones.com
www.darwin-expeditions.com
Cis Tours: www.cistour.com.ar, info@cistour.com.ar
Los Vikingos: www.losvikingos.com.ar, info@losvikingos.com.ar

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