El denominado Banco Vaticano no tiene ese nombre ni tampoco es estrictamente un banco. Su denominación es Instituto para las Obras de Religión (IOR), creado en 1942, por el Papa Pío XII, sobre la base de una estructura del siglo XIX. Se ocupa de custodiar y gestionar los bienes de personas e instituciones religiosas, personal del Vaticano, diplomáticos acreditados.
La historia oscura del IOR data especialmente de la década de los ’80, cuando se vio envuelto en tramas que lo vinculaban con el manejo de dinero de sectores políticos corruptos, de la mafia, del lavado de dinero. El hecho más grave y comprobado fue la bancarrota fraudulenta del Banco Ambrosiano, del cual el IOR era el principal accionista. La quiebra llevó al presunto suicidio del presidente del banco, Roberto Calvi, dejando en mala posición al entonces presidente del IOR, el arzobispo Paul Marcinkus. Debe decirse que la Santa Sede respondió a sus responsabilidades aportando la suma de 242 millones de euros para resarcir a los depositantes estafados.
A consecuencia de estos hechos, en 1989 el Papa Juan Pablo II reemplazó al arzobispo por un banquero laico y se reformaron los estatutos estableciendo una organización que persiste hasta ahora. Se trata de una comisión de cardenales, un consejo de administración laico con un presidente a la cabeza. Sin embargo, al parecer, los cambios introducido entonces no dieron todos los resultados esperados. En un contexto de profundos cambios normativos en el sistema financiero, el IOR estuvo presionado por el Banco de Italia y el Banco Europeo para cumplir las exigencias establecidas sobre lavado de dinero y financiamiento del terrorismo. A tal fin en 2010 el IOR creó una dependencia interna de supervisión financiera, a cargo de un abogado suizo de gran reputación.
En esta dirección, y en la línea de limpieza de la Iglesia iniciada por Benedicto XVI, el año pasado fue despedido el presidente en medio de fuertes polémicas. En actitud inédita el Vaticano contrató con una empresa especializada la búsqueda de un profesional sobresaliente en temas bancarios y que, obviamente, reuniera las exigencias morales y religiosas acordes a la función a desempeñar. La comisión de cardenales entrevistó a más de 40 ejecutivos de alto perfil. La elección recayó sobre el abogado alemán Ernst von Freiberg de 55 años, casado, aristócrata, miembro de la Orden de Malta. En febrero de este año, en una de sus últimas decisiones, Benedicto XVI lo nombró presidente del IOR.
El nuevo presidente ha iniciado su tarea bajo la expresión: “Mi objetivo es que el IOR sea transparente en cinco años”. Una actitud también inédita para ese cargo es que en las últimas semanas ha dado numerosas entrevistas a los medios de comunicación, donde dejó en claro que el “Banco Vaticano” va a adecuarse al cumplimiento de las estrictas normas internacionales. No sólo se trata de erradicar cualquier sospecha sobre el manejo del dinero, sino que hará público en los próximos meses el balance y toda la información para que no queden dudas respecto a la honestidad y trasparencia. “El IOR no puede empañar el mensaje de la Iglesia”, dijo. Es obvio que los esfuerzos se han acelerado tras la llegada de Francisco y su impronta de sencillez y firmeza en los temas morales.
Decíamos que el IOR, que no es estrictamente un banco (no realiza préstamos), maneja un activo de unos 7.000 millones de euros, tiene cerca de 19.000 clientes (5.200 instituciones católicas y 13.700 personas), el principal la Santa Sede. Ocupa poco más de 100 empleados, en su gran mayoría monjas o religiosos.
En síntesis, dado el severo cuestionamiento sobre el manejo de los grandes bancos en los últimos años, el papa Francisco ha hecho críticas muy precisas, y es muy probable que la tarea de limpieza se extienda más allá del IOR.
