Tránsito, cultura y controles

Tránsito, cultura y controles
Tránsito, cultura y controles

El tránsito en la Argentina se ha convertido en un caos que afecta ya a ciudades de tamaño mediano y rutas en las que el riesgo de accidentes es una realidad. Para darnos cuenta de la magnitud del problema, digamos que si se toman los patentamientos de vehículos 0 Km en 2012/14 y los ponemos uno detrás del otro, como estacionados, ¡necesitaríamos de 10.000 a 12.000 km de carril! Aquí no estamos tomando en cuenta que, en movimiento, el espacio entre los autos debe ser mayor, por lo que la cifra aumenta a proporciones inverosímiles. No sé cuánto se ha construido pero si algo se hizo no afecta a las cifras de necesidad.

Sin embargo, no sólo es el problema de saturación; hay otro de enormes dimensiones que suma a ese problema. Es la falta de cultura de una gran parte de los argentinos. Identifiquemos primero la diferencia entre educación y cultura por sus ausencias en situaciones de tránsito: falta de educación es ver un cartel de PARE y no parar porque el conductor no sabe qué significa el cartel; mientras, falta de cultura es saber que hay que parar al ver ese cartel y seguir de largo. Lo mismo ocurre con los semáforos. También falta de cultura es la de un empresario, profesional o funcionario que baja un poco el cristal polarizado de su enorme vehículo último modelo para tirar a la calle un paquete de cigarrillos vacío. La personalidad de cada individuo está dada por su familia, su entorno y su educación y, además, y esto es lo más importante, lo que ese individuo decide hacer con su familia, su entorno y su educación.

En la Argentina, el automovilismo precedió por muchos años al tránsito y todavía hoy vemos sus efectos residuales. Muy pocos conductores de todo tipo de vehículos siguen un carril determinado y mucho menos al llegar a una curva. La distancia entre autos en movimiento tampoco se respeta porque sabemos que el vecino está esperando para cambiar de carril un espacio no mayor que el necesario para estacionar; luego, ante una frenada imprevista, se generan los choques en cadena.

También se suman a estos problemas los controles policiales que, por la falta de capacitación de los controladores, impiden que el tránsito fluya sin impedimentos. El flujo a velocidad tanto lenta como rápida no debe tener alteraciones en esa velocidad. Prácticamente todos los controles que se hacen en las rutas son estáticos, es decir que tanto autos patrulleros como motocicletas sólo sirven como medios de transporte para llevar a un lugar determinado una cantidad de agentes. Esos controles sólo logran generar un período de modificación en la velocidad que repercute por varios kilómetros.

Esos controles son generalmente sobre motivos puntuales: hoy es mostrar que el seguro está al día, la semana que viene verificar el registro del conductor y la titularidad del vehículo y, muy de vez en cuando, el de alcoholemia, que no admite ningún tipo de crítica mientras se haga correctamente. También a veces se controla la velocidad máxima pero no la mínima, indispensables para evitar accidentes en los que el que los causa ni llega a enterarse. Doy un ejemplo: circulando por el Acceso Sur a la ciudad de Mendoza hay un grupo de agentes haciendo esta verificación pero les pasa por delante una camioneta de los años 50 ó 60, tan cargada de verduras que su eje delantero apenas toca el suelo, a una velocidad no mayor de 35 k/h; el conductor con un brazo en el exterior con un cigarrillo y a las carcajadas en una conversación con su acompañante; detrás once camiones internacionales que no pueden sobrepasar. Eso, para esos controles, ¡no es delito! Si genera un accidente, el conductor sigue y ni se entera.

En los patrulleros de todas las policías argentinas el cinturón de seguridad no se usa. ¡Alguna vez un agente me dijo que si tienen que bajarse en una emergencia el cinturón sería un estorbo! He viajado en ómnibus por rutas nacionales y he visto que el cinturón de seguridad lo usa un poco más de la mitad de los conductores, cifra que disminuye si verificamos camiones y ómnibus.

En centros urbanos han aparecido “preventores” cuya función parece mezclarse con la policía provincial. En ambos casos recorren las ciudades en patrulleros con luces de emergencia encendidas, en una demostración de que están presentes protegiendo al pueblo pero al mismo tiempo poniendo sobreaviso a delincuentes que esperan que pasen para actuar. Vi un auto estacionar en una parada de ómnibus, la pareja en él cerrar con llave el auto y entrar a un comercio de ropa. Señalé la falta a un patrullero que pasaba por allí, bajaron el vidrio, miraron el auto y siguieron de largo. ¿Sirve para algo tener agentes de tránsito paseando por la ciudad?

No veo por el momento ninguna manifestación positiva para solucionar un problema que me recuerda la experiencia de un amigo en Nueva Delhi; allí las citas se hacen por el día, sin ninguna mención a la hora, porque nadie sabe cuál puede llegar a ser esa hora. Una sugerencia sería que además de multa se secuestraran los vehículos: la primera vez por una semana; la segunda, por un mes y la tercera, ese vehículo iría a remate.

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