La Constitución Argentina consagra el derecho de aprender y el de enseñar. En el año 2006, se sancionó la ley 26206 que regula estos derechos. Esta ley obliga al Estado a proveer de educación secundaria a todos los estudiantes que han transitado la escuela primaria.
Así como en 1884 la ley 1420 transformó rotundamente la educación primaria; la ley 26206 inició un proceso de transformación de la escuela secundaria que apenas recién ha comenzado.
Estas transformaciones implican cambios profundos en los patrones culturales de los docentes que encarnan la ley cada día y de la sociedad toda.
Una escuela obligatoria es, fundamentalmente, inclusiva. Es decir que debe aceptar a todos los adolescentes y jóvenes que habiten la Argentina. Esto implica hacerse cargo no solo de la heterogeneidad sino de la desigualdad. No es una tarea fácil porque los recorridos y las proyecciones vitales y los recursos con los que cuentan los chicos son altamente desiguales. La escuela secundaria demanda una serie una serie de recursos (no solo económicos) disponibles (en distintos grados) en algunas familias pero ausentes en muchas otras. Es decir que la escuela tal como la podemos concretar hoy demanda a todos lo que solo algunos están en condiciones de aportar. Es común pensar que todos los demás, todos los que no pueden poner todo lo necesario deben quedarse afuera porque si no caemos en el facilismo. El desafío entonces es cómo logramos una escuela para unos y para otros.
Que ayude paulatinamente a todos a volverse ciudadanos que se esfuercen, que cumplan, que sean responsables de manera crecientemente autónoma.
Seguramente esto podrá lograrse con distintos recorridos, con diversas estrategias de andamiaje: no se trata de cambiar la meta, se trata de apoyar de manera diferenciada los procesos para que todos alcancen las mismas metas.
El curriculum escolar busca transmitir a la generación joven lo que la generación adulta recortó como valioso. Esto pone a la generación adulta ante el desafío de explicar por qué esos contenidos son valiosos. Cuando los chicos preguntan “¿y esto para qué sirve?” formulan la más humana de todas las preguntas: la pregunta por el sentido. Y los adultos, sobre todo los profesionales de la educación, debemos poder dar respuesta a esta pregunta.
Pero en sociedades tan altamente desiguales como las nuestras, el curriculum escolar transmite lo que solo un sector de la sociedad ha recortado como valioso entonces para muchos chicos, y sus familias, la experiencia escolar supone ingresar a un mundo cultural con muy escaso sentido, por lo tanto, muy difícil de sostener en el tiempo. Por eso uno de los primeros desafíos de la escuela secundaria obligatoria es la de construir sentido de manera tal que todos puedan entender por qué vale la pena hacer el esfuerzo de aprender eso que otro decidió por mí.
La escuela obligatoria debería dejar a los chicos más curiosos, con más preguntas, con más ganas de seguir aprendiendo porque eso tiene un sentido. Una escuela obligatoria no tiene su mirada solo en la cantidad de conocimiento que depositó en la otra generación (y más ahora que el conocimiento se multiplica a ritmo acelerado) sino en las puertas que abrió para que los chicos sigan aprendiendo el resto de sus vidas.
El artículo 39 de la ley 26206 presenta los alcances de la escuela secundaria obligatoria. Sabiamente, la ley enfatiza en el acceso a un conocimiento integrado orientado al desarrollo de capacidades para que los estudiantes sean participantes activos de un mundo en permanente cambio. Esto es no más materias aisladas en las que solo se repitan ideas de memoria.
En el artículo 32, la ley ordena al Consejo Federal de Educación buscar los mecanismos para dar cumplimiento a la ley.
En ese marco aparecen en el 2009 y luego en el 2017 tres resoluciones orientadas a iniciar y a profundizar el proceso de transformación, aún inconclusa, de la escuela secundaria.
La escuela secundaria obligatoria fue nombrada en los documentos del año 2009 como “nueva escuela secundaria”. Se los acompañó con una intensa capacitación en servicio y con dinero que llegaba a las escuelas para hacer planes de mejora institucional.
El gobierno de Cambiemos reconoce que, a pesar de los grandes esfuerzos realizados, solo el 50% de la población termina esta nueva escuela secundaria e instala con el nombre Escuela Secundaria 2030 su política educativa para la escuela secundaria obligatoria. El nombre de fantasía instala un horizonte: que todos los chicos que comenzaban la sala de 4 en el 2017 pudieran terminar, en el 2030, la escuela secundaria.
El desafío no era menor. En Mendoza, por ejemplo, en el año 2004 ingresaron 31992 chicos a la sala de 5 pero solo egresaron en tiempo y forma 5842 en el año 2016.
De esa misma cohorte (2004), el 76% de los chicos que ingresaron a las escuelas privadas lograron egresar en tiempo y forma. Pero de las escuelas estatales solo pudo egresar, en tiempo y forma, el 22%. Como vemos, los que más pierden son los sectores vulnerables.
Pueden aceptarse como precipitadas las recientes medidas tomadas por la Dirección General de Escuelas para sostener las trayectorias de los chicos que adeudan materias en el nivel secundario pero no sería oportuno juzgarlas como facilistas. La UNESCO concibe la repitencia como un falla de los sistemas educativos que no logran adaptarse a las posibilidades de los ciudadanos. Y no todos los sistemas educativos acuden a la repitencia como mecanismo de promoción de aprendizajes. Al menos en la Argentina, los resultados de los operativos APRENDER no evidencian que los chicos que han repetido hayan aprendido más que el resto de sus compañeros.
Es urgente avanzar profundamente en el cambio de los patrones culturales que la escuela secundaria obligatoria requiere para poder avanzar en la transformación de una escuela secundaria para todos.