Transformación

Transformación

Durante la noche, el animal empezó a rondar por la casa como enloquecido. Algo estaba pasando, algo que no era habitual, tal vez un terremoto,  algo terrible estaba por suceder.

El pánico se apoderó de mí y empecé a deambular por la casa revisando las puertas y las ventanas, para ver si estaban cerradas. Corte el gas y la electricidad, encendí una vela. La luz mortecina me crispó la piel, y el perro comenzó a aullar como un lobo. Mi corazón galopaba, pero no podía hacer nada, solo tenia que esperar…

El animal se acurrucó a mis pies, sentí su temblor junto al mío.

A la mañana siguiente, cuando me levanté de la hamaca mecedora en la que había pasado la noche, al abrir la puerta, el perro empezó a correr hacia el fondo como en busca de la presa que nos había horrorizado durante toda la noche. Corrí detrás de él. Cuando llegué, vi al  animal jadeante y excitado que olfateaba en el suelo una extraña piel ensangrentada. Tomé un palo de escoba y me acerque cuidadosamente.

Di vueltas en círculos, observando el increíble hallazgo. Las formas eran extrañas, pero parecía  humano, lo toque con el palo,  estaba inerte, inmóvil.

¡Alguien se había quitado la piel ahí mismo! Alguien, esa noche,  como las serpientes, había mutado, en el fondo de mi casa, dejando los restos de su  pasado entre los surcos de albahaca. No podía precisar si era un hombre o una mujer; la piel magullada y  maloliente estaba hecha jirones.

Confundida y sin comprender, tome la pala y empecé cavar una fosa junto a los surcos.  Si era humano, tenía que darle sepultura. Mientras cavaba, pensé en los sepultureros, qué trabajo espantoso. Cuando murió la tía Negra hace unos meses, la enterraron en un parque de descanso en las afueras de la ciudad; son lugares agradables, ese manto verde colmado de flores multicolores, inspira una cierta tranquilidad.

Pensé que es mucho mejor que los antiguos mausoleos o los nichos de frío mármol. Tal vez morirse no era una cosa tan terrible como nos han hecho creer. Tengo una amigo que dice que la muerte “es una aventura extraordinaria que todos tendremos que experimentar”. Cuando repito esa misma frase, los que escuchan, quedan como paralizados por unos instantes, tal vez internamente intuyan que es cierto.

Cuando llegué a una cierta profundidad, me dolía la cintura. Me incorporé estirándome y observé la escena. Me pregunté si no estaba soñando. Sin perder tiempo  empujé los restos con el palo hasta que cayeron pesados  en la improvisada tumba. Mientras cargaba la pala con tierra fresca, vi a mi perro echado junto a la sepultura con aire acongojado y triste, entonces pensé que debería arrojar primero un puñado con la mano y  pronunciar algunas palabras.

¡Bah, qué tontería! ¡Si ni siquiera  sabía  de quién eran  los restos! Lancé la tierra sin mirar. Cuando  todo estuvo bien cubierto, le di unos golpes de pala y luego pisotee el terreno con fuerza,  para que quedara bien asegurado. Me sacudí el polvo, me lavé las manos con la manguera, tome un sorbo, rocié un poco de agua sobre la tumba, sobre los surcos y las plantas del jardín. Con una extraña sensación de plácida  alegría, me fui a la casa.

Al entrar, caí en cuenta que todavía llevaba puesto el pijama  y no me había lavado ni los dientes. ¡No era para menos después de semejante experiencia! Mientras caminaba hacia el baño, pensé que no se lo contaría a nadie. Creerán que estoy loca. Abrí la ducha y me cepillé los dientes. La lluvia tibia cayó sobre mi pecho, dándome una sensación benéfica.

Me froté con vigor con la  esponja  enjabonada y sentí una energía renovada en mí. Mientras envolvía el pelo en la toalla a modo de turbante, calcé las pantuflas y la salida de baño. Me mire en el espejo empañado.

Hice un círculo y en el cristal  aparecieron mis grandes ojos castaños; acerque la nariz  para ver mejor y descubrí al lado del lóbulo izquierdo de mi oreja, una herida sangrante. Estiré la mano para alcanzar los anteojos, tomé la pinza de depilar y tire de la herida, que se desprendió como piel vieja. Quedé mirando la partícula como alucinada.

Detrás de mi cara estupefacta reflejada en el espejo, apareció una figura luminosa y una voz  profunda inundó el aire: 
No te asustes, alégrate y  recuerda: Quién muere antes de morir … no morirá jamás.

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