Totalitarismos y corrupción

Totalitarismos y corrupción

Me permito escribir esta carta conmovida por el aniversario de la masacre de un millón de armenios a manos del Imperio Otomano y del fin de la Segunda Guerra, cuando una historia cruel de poder y criminalidad, ideada por un solo hombre, Hitler, mentor del holocausto, manchó la historia de un pueblo civilizado, amante de la música y de la ciencia.

Sin embargo no hay que asombrarse: las dictaduras nacen del odio. Recuerdo que en todas las casas italianas teníamos el cuadro de Mussolini; en los hogares alemanes, el libro de Hitler.

El 3 de setiembre de 1943 firmaron el armisticio en Sicilia; el 18, Mussolini dedica un mensaje al pueblo de no capitular y seguir con el ejército alemán. La resistencia ya estaba en marcha. Parte del ejército italiano se negó a seguir con la guerra y fueron tomados prisioneros por el mando alemán.

Hay una parte profundamente dolorosa de esta historia: fueron fusilados, deportados, porque se negaron a empuñar las armas. Basta ver la película Cefalonia en la isla de Grecia. Por tal motivo, al ejército desertado se lo tachó de traidor. Cuento lo que viví; tenía nueve años y aún hoy recuerdo.

Entre fines de 1943 o comienzos de 1944, en los montes de la Italia central, fue colgado en un árbol el partisano Decio Filipponi de 22 años; tres días en la claridad de la luz y tres noches en el tenebroso monte oscilaba como un péndulo cubierto de nieve; los brazos abiertos era el grito de libertad. Nadie se atrevió a bajar el cadáver porque hubieran sido colgados también ellos. Éste fue el precio de la democracia, la justicia y la verdad.

Nosotros, en un país donde la clase media un día fue la columna vertebral, y aún hoy podemos dar de comer a 400.000.000 de personas, con una buena economía, con trabajo y sacrificio y sin embargo tenemos la humillación de tener niños desnutridos y no podemos encontrar la solución, pensando que sólo la presión fiscal puede sostener un país.

En 1976 tuvimos el dolor de los desaparecidos; en 1982 sufrimos la Guerra de Malvinas. Esos muertos lejos de su patria fueron el grito de la verdad, justicia y democracia. Estos jóvenes soldados por muchos años tuvieron tibios recuerdos, sólo con el gran dolor de sus familias y hoy son reconocidos y dejaron un legado a su patria para cambiar la mentalidad de un país y creer en la democracia.

Permítaseme recordar el año 1982. En calle España y General Paz, se dio un té a beneficio de los soldados de las Malvinas y fue mi madre Fernanda de Corradini, quien podía hablar de la gran frustración del dolor de familias y de la belleza de la libertad, del respeto, de la democracia, siendo que ella fue parte de la resistencia en esos mismos montes donde se sepultó a Decio.

Por último mi mayor deseo es una democracia sin corrupción, sin mentiras, con educación, sin despilfarro -grave ofensa para los más débiles y la pobreza-, sin locura de poder, sin odio y sin favoritismos y, sobre todo, un pueblo para respetar.

Ese niño desnutrido debe estar en nuestra conciencia para hacer una Argentina con un gobierno creíble que sea el respeto de los ciudadanos. Un país descreído, hace un pueblo descreído y desacreditado.

Teresa Corradini de Barbera
CE 229.891

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