Tonadas, cuecas y gatos a la sombra de los árboles de calle Olascoaga

Entre fincas y el murmullo del agua que riega los frutales de fondo, el cantautor mendocino cuenta la historia de su barrio en Las Heras, sus amigos y su vínculo con la música.

Tonadas, cuecas y gatos a la sombra de los árboles de calle Olascoaga

Mucha gente cree que soy de Lavalle. La verdad es que nací en Las Heras, me crié en la calle San Luis y Olascoaga y siempre digo que es una de las mejores cosas que me pueden haber pasado: haber nacido en Las Heras y en ese lugar tan lindo, que me permitió ser muy feliz.

Mi familia, por parte de mi papá, son de Lavalle, de Balde de la Vaca, un poblado sobre la ruta de las Altas Cumbres y nosotros somos la primera generación de lasherinos.

Cuando éramos chicos, me acuerdo que íbamos muchos niños por la calle y terminábamos en las fincas de los alrededores, sacábamos frutas de los árboles, nos bañábamos en los zanjones y, como todo niño, nuestro pasatiempo era jugar a la pelota.

En época de clases, íbamos caminando por estos lugares hasta el centro de Las Heras, a la Juan Gregorio de Las Heras, frente a la plaza departamental. Nos acompañaba mi vieja. Éramos alumnos de asistencia perfecta. No faltábamos por lluvia, por nieve o porque corriera viento Zonda.

Tuvimos muchos amigos con los que jugábamos al fútbol. La mayoría se fueron a otros lugares, pero si tengo que nombrar a un amigo desde chico es Medardo Macías. Andábamos siempre juntos por todos lados. Con él nos íbamos de vacaciones a casa de mis tíos del campo y, a pesar de que nos vemos poco, es un amigo que todavía me queda de la infancia.

Desde chiquitos vivimos la música, porque en nuestra familia, especialmente tíos y primos mayores, eran músicos y en cada festejo, cumpleaños de las abuelas o de los papás, siempre se hacían reuniones con guitarra y por eso desde chico empecé a cantar en la familia. Después, de grande, ya lo tomé como profesión y empecé a componer canciones.

También recuerdo los días de carnaval. Cerrábamos la cuadra para mojarnos entre todos; era una fiesta. También me acuerdo de las ceremonias a la tierra que hacía mi abuela en mi casa, en agosto. Mi apellido, de origen Huarpe, hace referencia al agua, pero no sabemos el significado exacto. El apellido ya figura en las crónicas de 1600.

Una parte de la familia habitaba una vasta zona de Lavalle y otro grupo se había asentado al norte, en Punta de Agua, en San Juan. En toda esa gran zona ha estado la familia Azaguate.

Al secundario fui los primeros años al instituto San Miguel, pero decidí cambiar en la adolescencia porque entendí que era una religión impuesta.

Fue bastante bueno y duro a la vez el proceso de reconocer que ésa fue una religión que nos impusieron desde hace más de 500 años. Terminé el secundario en la noche, en la escuela Molinero Andrés Tejeda, de avenida San Martín y Ortiz, de ciudad. Después cursé la licenciatura en Arqueología en la Facultad de Filosofía y Letras.

Mi lugar pertenece al distrito El Zapallar, muy cerca del barrio Aeronáutico. Hoy hay muchos barrios, pero hasta hace unos 25 años todavía predominaban las fincas sobre las construcciones.

Era un lugar muy pintoresco: las fincas, la calle principal, la Olascoaga, sus añosos árboles y los canales de riego. El cauce más grande que teníamos cerca era el zanjón de los Ciruelos, que divide Capital con Las Heras.

De allí se derivaban otros canales de regadío más pequeños que llevaban el agua a esas fincas y otros campos ubicados hacia el noreste.
Uno de mis mejores recuerdos es cuando descubrí el lugar donde vivo. Tenía unos 6 años y siempre estaba acostumbrado a jugar adentro de la casa, en el patio.

En ese entonces las propiedades eran grandes. En un momento, salí a la calle y empecé a caminar por la vereda por Olascoaga; veía muchos árboles, llegué a la esquina de San Luis y miré al sur de Olascoaga y fue como haber descubierto ‘el mundo’. Cada vez que viajo y vuelvo a mi lugar, recuerdo con la misma emoción esa imagen de mi querida Las Heras.

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