Hijo de Mario Carlovich, un inmigrante yugoslavo que se radicó en el país en los años 30 y que se ganó la vida como instalador de caños y tuberías para alimentar a su numerosa familia, Tomás Felipe Carlovich nació en Rosario un 20 de abril de 1949.
Como era el menor de siete hermanos desde pequeño se lo conoció como Tomasito en el seno de un hogar muy humilde, sencillo y de trabajo. Se crió y creció en el barrio de Belgrano al oeste de la ciudad, característico por sus casas bajas y modestas, de angostas calles de tierra donde cientos de perros merodeaban a la hora de la siesta, entonces poblado de baldíos, potreros y canchitas donde aprendió a jugar descalzo a la pelota porque como siempre reconoció: "me gustaba jugar en patas".
Contaba que en esos picados callejeros se divertía con un rústico fulbito que él mismo cosía con medias y trapos viejos hasta que en el semillero de Central donde se inició oficialmente a los 14 años se acostumbró a la hermosa y redonda Pulpo de su generación. Según su relato pasaba horas tirando paredes, haciendo sombreritos o fabricando túneles y otros lujos propios de la fantasía y buen juego que a tan temprana edad mostraba con llamativo desparpajo.
En esa época de trote cansino, pases al milímetro y caños de ida y vuelta por la ocurrencia de un amigo al que llamaban el Conejo pasó a ser el Trinche. Un sobrenombre que a los 64 años, ahora que reside con su mujer, sus dos hijos y varios nietos en el barrio 11 de Setiembre de su Rosario natal, todavía lo acompaña sin que nadie ni él mismo pudieran explicar alguna vez su razón de ser.
Más tarde, cuando se convirtió en una leyenda increíble, en un personaje mítico único e incomparable, como se hizo la fama de que dormía en el suelo, se bañaba en los arroyos y se iba de pesca al río junto a sus amigos del café y del billar se lo llamó el Gitano.
También se lo identificó como el rey como lo bautizó Los Andes en su primera etapa en el fútbol mendocino – donde jugó entre el 21-02-75 y el 12-06-76, porque también defendió en el 78 la casaca del Deportivo Maipú - después de aquella jornada memorable del 28-03-76 en que Independiente Rivadavia en condición de visitante goleó 5 a 2 a Gimnasia en el tradicional clásico con tres conquistas del Yacaré Palavecino y dos del Puma Molina.
"El Rey está en el Trono" fue el sugestivo título de nuestro diario para destacar aquella exhibición de juego y de goles en la que se dijo textualmente: "El sábado fue el clásico. Con una goleada Azul para la historia y un Rey que se ubicó en el trono. Resultó una tarde sublime para la Lepra, el equipo pareció una orquesta y Carlovich fue el genial director. Porque de la mano de Tomás I, majestad de nuestras canchas, gran señor del fútbol, Independiente se dio el gusto y el lujo de hacerle nada menos que cinco goles a su compadre del parque en su propia casa".
Para el periodismo especializado el mejor Carlovich se vio en aquel Central Córdoba campeón de Primera "C" en 1973 cuando patentó el célebre caño de ida y vuelta que hacía delirar a los hinchas Charrúas. Sin embargo para el mágico futbolista su momento de mayor esplendor fue aquel del 76 en los Azules.
"Independiente fue lo máximo de mi campaña. Jugaba suelto, libre, sin ninguna obligación de marca, con excelentes compañeros que me ayudaban en el medio campo. Me sentía feliz, me entretenía, levantaba la vista y le ponía la pelota a Palavecino o Molina grandes goleadores. Salimos campeones y cada vez que regreso la gente se emociona al verme. Amo a Mendoza y a los Azules".
Aquel vistoso equipo fue campeón con 32 puntos (cinco más que San Martín y Gimnasia) tras 11 victorias, 10 empates y apenas una derrota, 41 goles a favor y 18 en contra. Inolvidable plantel que todavía emociona y arranca una sonrisa feliz al agradecido hincha leproso cada vez que se evocan los nombres de Eduardo Daniel Montilla, Ernesto Gregorio Garín (arqueros), Hugo Cirilo Mémoli, Antonio Segundo Vergara (capitán), Pedro Miguel Sartirana, Juan Carlos Millán, Roberto Lucas Claverino, Tomás Felipe Carlovich, Eduardo Francisco Bazán, Oscar Angel Palavecino, Carlos Alberto Molina, Eduardo José Salvador Alvaro, Eduardo Felipe Velázquez, Vicente Tadeo Lugo, Roberto Pascual Chavero, Eusebio Ibáñez, Julio Roberto Zárate, José Basilio Spitalieri, Juan Carlos Gutiérrez, David Quevedo y Eduardo Guerrero, dirigidos por Antonio Mario Tabaquito Imbelloni.
La imagen de aquel Rey permanece indestructible, lejos del olvido, eterna como el paso del tiempo: 1,83 metros de altura, físico ligeramente encorvado, el pelo largo, desprolijo, revuelto y ondulado, a veces una profusa barba (a veces), las medias bajas, sin canilleras, el 5 en la espalda, los botones superiores de la camiseta desabrochados, el pecho al aire, el andar cansino, caminando o trotando la cancha, la mirada atenta, un imán en los pies, el balón que viaja 30 ó 40 metros puesto como con la mano, el compañero que llega al gol, la popular que explota, la platea que vibra y la corona que brilla por obra y gracia de ese genio de carne y hueso que no parecía humano pero que en definitiva lo era.
Con sus fugas y ausencias, algunas rarezas, cierta rebeldía, pasajes de indisciplina, la inconstancia, el cansancio, el aburrimiento, su poco apego al entrenamiento, la escasa traspiración, su rechazo a la rutina, el amor al barrio, la bohemia y el romanticismo más allá del rigor del profesionalismo. Quizá esa sea la síntesis de ese enorme gen del fútbol que se transformó en mito, leyenda y fantasía y al que todavía se evoca con nostalgia, admiración y respeto en Mendoza sin distinción de colores cuando se lo evoca en su trono.
El otro Diego
Para muchos críticos del fútbol Tomás Felipe Carlovich fue superior al mismísimo Maradona con todo lo que encierra semejante afirmación. Sin embargo se erigió en algo así como el eslabón perdido y se lo llegó a llamar "el Maradona invisible", "el Maradona que no fue", "el Diego inconcluso" porque nunca pudo demostrar todo lo que realmente sabía.
"Un pibe de barrio que desde que nació tuvo como único juguete la pelota, que cuando jugaba solo quería divertirse, quizá sin reservas físicas para sostener todas las condiciones técnicas que tenía" lo definió César Luis Menotti en la época que dirigió a la Selección Nacional para explicar a aquel fenómeno que se quedó a mitad de camino.
Además del testimonio de otros importantes referentes como Daniel Alberto Passarella: "Lo enfrenté en Sarmiento de Junín en el ascenso y para mi fue el mejor jugador que vi antes de llegar a primera"; José Pekerman: "Lo tengo como el cinco titular de mi selección ideal de todos los tiempos"; Diego Armando Maradona, cuando en 1992 se incorporó a Newell's Old Boys: "El mejor ya jugó en Rosario y es un tal Carlovich"; Jorge Valdano: "Resultó el símbolo de un fútbol romántico que ya no existe", Carlos Timoteo Griguol: "Si se lo hubiera propuesto podría haber sido durante años el cinco de la Selección Argentina".
El Rey se hizo famoso y popular en abril de 1974 en el llamado "Partido de Carlovich" cuando un combinado rosarino - integrado por 5 jugadores de Central: Biasutto, González, Mario Killer, Aimar y Kempes; 5 de Newell's Old Boys: Pavoni, Capurro, Zanabria, Robles y Obberti y 1 de Central Córdoba: Carlovich - le ganó 3 a 1 al Seleccionado Argentino que dirigía Vladislao Cap y que se preparaba para el Mundial de Alemania.
Fue en esa oportunidad que tiró un caño de ida y vuelta, su especialidad, lo que resolvía generalmente en milésimas de segundos con una pasmosa tranquilidad, por lo que Cap pidió que lo reemplazaran para no seguir pasando vergüenza (salió a los 15m. del segundo tiempo). "Dale Trinche, por favor, tira un caño de ida y vuelta" era el ruego de los hinchas de Central Córdoba en el Gabino Sosa que le pedían a coro y a los gritos que repitiera esa exquisita maniobra de su repertorio personal.
Tomás Carlovich: "el Trinche”
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