Cuántas veces pasó por tu muro de las redes sociales el videíto de Mariah Carey a los tumbos, borracha cuando supuestamente llevaba sus hijos a pasear.
Cuántas veces te contaron que usa el dinero como vos el papel higiénico, come cosas raras, es bipolar, consume otras tantas, hace tales o cuales tratamientos de belleza y tiene amores buenos o malos con tal por cual.
La noticia que llega ahora es que la diva latina del pop está angustiadísima porque no logra llenar el estadio en el que va a hacer su próximo show. Entonces, salió a contar barrabasadas para ver si agita tu muro o el de algún fan que ande por ahí cerca del Ceasars Palace de Las Vegas.
Contó, también, en el New York Times que para mantener la belleza de su piel se baña en leche. Y que ahora está enamoradísima de su ex bailarín de 35 años.
Ninguno de estos trucos armados como escándalos ha logrado su cometido: vender las entradas para el show del 5 de julio.
En comparación a esta parva de información intrascendente para tu día a día, ¿cuántas veces te enteraste que Carey hizo un temazo que cambiará la historia de la industria musical?
¿Cuántas veces te sentás a escuchar, a conciencia, cómo están construidas esas canciones que aceptás cuando te enchufan en una radio, en Spotify y sus listas, en la tele, etc. etc. etc.
Estas preguntas nos llevan a otra: ¿qué música consumís y por qué la consumís? Si no sos un melómano curioso, lo más probable es que de Jimena Barón o Maluma no pases.
Un poco por tu culpa, que no te tomás el trabajo de hurgar más allá de lo que te dan predigerido -o totalmente envasado: con fotos de desnudos y demás incluídas-.
Otro poco por culpa de los medios que no hacen más que ponerte en primer plano -con trucos como los escándalos de Carey o Barón, da lo mismo- a estos 4 o 5 productos industriales (no artistas: productos) para que los consumas hasta en la sopa. ¿Y la música? En otra parte, en otra parte.