El periodista Salustiano González aseguraba que cuando el deporte se tiene que ventilar en la Justicia, es porque el deporte ha perdido sus dos condiciones esenciales: honor y juego limpio. Alguna vez escuché que “no se revoluciona solucionando”. La frase pertenecía al urbanista Le Corbusier y mucho tiene que ver con lo que pasa hoy en nuestro fútbol.
La aparición del VAR, presentada por los dirigentes como la ‘solución’ a todas las injusticias en el fútbol, arrancó (al menos en Sudamérica) dejando las mismas dudas sobre la honestidad de los árbitros que ya teníamos.
“Cuando las decisiones del deporte se toman suplantando a los jueces por instrumentos mecánicos es porque el deporte ha pasado a ser naturalmente sucio. O la máquina más honrada que el hombre”, se planteaban algunos detractores de introducir la tecnología hace ya cuarenta años, cuando se comenzó a hablar de que el tenis había encontrado la fórmula para saber cuándo una pelota había sido buena o mala.
Cuando pasan todas estas cosas, comienzan a aparecer las miserias humanas y contra ellas hay que luchar. Porque el fútbol de hoy está lleno de protagonistas que promulgan ser “honestos” a la hora del juego, que se golpean el pecho denostando la violencia pero terminan siendo los principales generadores de ella. Y acá no vamos a hablar de perjuicios o beneficios del VAR, que como todo lo concerniente al fútbol terminará siendo amado por unos y odiado por otros y que en la Argentina, con el nivel de apasionamiento que tenemos, se pediría cada treinta segundos.
La mecha corta
Cuando Nicolás Russo, presidente de Lanús, asegura al terminar el partido contra River: “A llorar a la iglesia” o cuando asegura días después (tras la aseveración de Daniel Angelici -pope del Xeneize- que el Millonario fue perjudicado) que “River y Boca son los menos indicados para hablar de los arbitrajes”, está alimentando esa presunción de que los jueces en el fútbol no son imparciales y que dan sus fallos según la camiseta que tenga uno u otro jugador. Si es así, porque no lo denuncia desde su puesto de funcionario de una institución e integrante del Comité Ejecutivo de la AFA. ¿O será más marketinero salir a jugar el papel de víctima?
Russo se olvida que él es el presidente de una institución, no un barrabrava. En este caso coincido con Marcelo Gallardo, quien aseguró: “El presidente de Lanús debería estar a la altura de su cargo y también de AFA”. Porque si no, el dirigente es el responsable de crear la violencia y después todos sabemos que es imposible frenar al monstruo al que tanto tiempo alimentamos con dedicación.
Otros ejemplos son: la página de Twitter de Lanús haciendo gastadas “oficiales”; el episodio de Evra con un hincha antes de un partido en Francia, dónde el aficionado se creyó con derecho y la impunidad de insultar al jugador y el futbolista se volvió un barrabrava practicando una patada voladora.
“Como un jugador profesional experimentado, Patrice Evra no debería haber respondido de una manera tan inapropiada”, aseguraron desde el club dando una muestra de ecuanimidad que por estos lados no conocemos.
Hoy se jugará una nueva edición del Superclásico y ya todos sabemos que una vez que haya finalizado, los jugadores ganadores publicarán fotos en el vestuario haciendo señas a sus contrincantes, a los que debemos “eliminar” como si fueran enemigos.
Le endilgamos al que pierde una situación de falta de agallas y elevamos al ganador al grado de ‘macho’, haciendo referencia no inconsciente de un estado primigenio y después nos preguntamos porque hay violencia de género en nuestra sociedad. Hablamos de un cruce deportivo como si fuera una guerra con frases como “… de vida y muerte” y lo peor es que no entendemos que naturalizamos que realmente estamos alentando a que nos matemos.
Cuando el deporte pasa de juego a drama, a especulación de quienes dicen apoyarlo y de quienes especulan con recibir ese apoyo; cuando el deporte produce los mal llamados resultados (esos que solamente cubren una cuota de irracional exitismo y estúpidos nacionalismos), entonces aparecen sus fatales resultados negativos. Allí es cuando se puede afirmar que se pierde porque se gana.
En este país el que gana un partido de fútbol es el dueño de la verdad, es un ser superior al otro y hasta tiene derecho de denostarlo verbal y físicamente. Imagínese si esto ocurriera en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Viviríamos en un caos permanente.
Hemos abierto una grieta que parece muy difícil de cerrar. Lo peor es que, muchas veces, literalmente nos desangra y ya lo hemos asumido como natural.