Si alguna vez -desde el fin de la presidencia de Cristina- lo hubo, cualquier intento de renovación peronista ha desaparecido definitivamente del horizonte de los herederos del movimiento del General. Además, hoy todo permite dudar de su inexistencia desde el inicio, más allá de alguna nimia expresión de deseos.
Visto en perspectiva esto se traslada mucho más atrás, ya que el último intento de renovación peronista que tuvo algún viso de existencia fue el de los años 80 cuando se cumplieron los requisitos mínimos de cualquier renovación política. Aceptar la racionalidad del voto popular reconociendo los errores cometidos, reconocer también la legitimidad del nuevo gobierno y hacer propias sus mejores banderas de modo que el retorno al poder sea por superación del gobierno actual y no por mera restauración del pasado o desestabilización del presente. Vale decir, no volver porque los que nos siguieron fueron peores que nosotros sino porque nosotros logramos ser mejor que los que nos siguieron.
En realidad, la renovación peronista que intentó actuar de ese modo apenas logró tener en 1987 algunas gobernaciones, pero, aunque duela decirlo, los renovadores no fueron más que los que engrasaron el carro para el regreso del viejo peronismo que perdió en 1983, de la mano de Menem. Como una revancha de lo que denunció Alfonsín, el pacto militar sindical (con las nuevas caras de Ubaldini y Aldo Rico) se vengó y le sirvió el poder en bandeja a Menem. Y, como era de prever, al poco tiempo Menem dejó en banda a los que lo llevaron al poder (luego de indultar a los militares claro está, como pago por los servicios prestados) y en vez del nacionalismo que les prometió a milicos y sindicalistas, decidió adoptar la ideología neoliberal en boga.
A partir de allí el peronismo post-Perón devendría una inmensa maquinaria cuyo único objetivo sería conquistar y mantener el poder incluso sosteniendo las ideologías más contrapuestas, defendiendo una década a George Bush y la otra a Fidel Castro. Y pronto, tal vez, a Trump o Bolsonaro. Lo más peculiar de este dispositivo de poder es que lo único que cambian son los líderes, pero los demás dirigentes se mantienen de por vida defendiendo indistintamente a uno u a otro líder según éste mantenga o no el poder de convocar.
Eduardo Duhalde cuando llegó a presidente no apostó a ninguna renovación porque no había nadie menos renovador que él, pero al menos se jugó todo, incluso su liderazgo, a que Menem no volviera. Y lo logró.
Luego de los Kirchner, otro Duhalde no apareció para acabar con el liderazgo anterior. O sea que no sólo no hubo renovación ni de ideas ni de hombres, sino ni siquiera de líderes.
Miguel Angel Pichetto intenta crear un peronismo postkirchnerista pero cada vez lo sigue menos gente. Intenta también superar a Macri en vez de volver atrás, pero cada día son más los peronistas que quieren volver atrás. Entre los candidateables sólo Juan Manuel Urtubey tiene una tesitura hacia adelante, pero la mayoría de los dirigentes del peronismo pusieron al salteño más allá del límite que se permite traspasar.
En fin, que hoy el peronismo recupera las esperanzas de volver al poder sin haber cambiado un ápice de lo que lo hizo perderlo. Nada de nada. Persuadido de que a la supuesta debacle macrista es posible vencerla si todos se juntan contra él. No necesariamente en un mismo espacio, pero sí todos empujando contra él.
Ningún tipo de unidad, porque quizá nunca estuvieron tan desunidos como hoy los peronistas, pero todo tipo de amontonamiento porque quizá nunca estuvieron tan amontonados como hoy los peronistas.
Son como cientos de tribus indias a las que sólo las une el odio al hombre blanco, a quien desean eliminar para seguir lidiando entre ellos por sus rencillas tribales, pero desde el poder no desde la oposición. Y en eso están. Hasta los más “pintaos” han hecho de tripas corazón y buscan amontonarse a cómo de lugar.
Todos los que odiaron a la señora Cristina van dejando atrás sus rencores no porque hayan cambiado su opinión sobre ella, sino por necesidades estrictamente personales.
Hugo Moyano se amigó con la señora cuando vio que algo superior los unía: el riesgo de ir presos.
Alberto Fernández se amigó con la señora cuando después de intentar por un par de años borrar su pasado y aparecer ante los ojos del mundo como alguien absolutamente alejado de la corrupción K. Hasta que descubrió que no le creyeron ni en su familia; entonces volvió al redil.
Felipe Solá, pese a haber sido alguna vez hasta aliado de Macri, decidió volver con Cristina cuando se dio cuenta que Massa no le ganaría. En suma, hizo lo que viene haciendo desde que nació a la vida política, ser el mejor de los saltimbanquis, el más frecuente y permanente en esa función.
Lo extraño es que Solá arrastró en este nuevo salto hasta a la respetada Victoria Donda. Incluso otro peronista de izquierda igual de respetado, que se alejó del kirchnerismo antes que nadie para no transar con la corrupción, decidió también abrazar a Cristina.
Como diciendo, nunca es tarde para cometer los errores que no cometí antes.
El más impresionante de todos fue el muchacho papal, Juancito Grabois, que también decidió cristinizarse pero exigiéndole a Cristina que abandone a los corruptos, vale decir a todos los que estuvieron más cerca de ella en su gobierno. Lo difícil será saber cómo hará Cristina para abandonarse a sí misma. Pero eso no le preocupa al misticismo de Grabois que debe sentirse iluminado por alguna orden superior para ponerse a las órdenes de una jefa de corruptos que según él no es corrupta. Eso sí, tanto Julio De Vido como sus propios compañeros de militancia lo criticaron duro. El primero porque entendió que le decía corrupto, y los segundos porque no entienden cómo puede separar a unos corruptos de otros.
Esta semana un ejemplo extraordinario fortalece nuestra tesis: la unidad de massistas con cristinistas e incluso con Schiaretti y con varios más de los “racionales” para quedarse con la mayoría en el Consejo de la Magistratura. Lo que indica claramente que los peronchos no sólo no se están renovando sino que están retornando culturalmente al 83, cuando de haber ganado el PJ hubiera indultado a los militares (cosa que hicieron cuando volvieron al poder una década después). Ahora, lo que parece tenerlos a todos amontonados es volver al gobierno para indultarse a sí mismos y liberar a los condenados. La máquina del poder perpetuándose.
PD mendocina: Acá en la provincia, a su modo, parece estar replicándose la misma lógica política dentro del peronismo local. Los únicos que quedaron con algún poder luego del aluvión cornejista fueron los caciques municipales que sobrevivieron. Tiempo atrás, durante las gestiones de Jaque y Pérez, esos intendentes intentaron ser el poder detrás del trono y reconstruir el peronismo de acuerdo a sus intereses territoriales. El triunfo de Cornejo se los impidió, por lo que ahora han decidido esperar hasta que aclare y mientras tantos sobrevivir como meros caciques de sus tribus.
Es por eso que aunque la mayoría, si no todos, no son en absoluto kirchneristas (son ex renovadores o peronistas ortodoxos) no han tenido el menor empacho en cederle a un kirchnerista la jefatura partidaria y hasta quizá permitir que la candidatura a gobernador se dirima entre kirchneristas.
Del mismo modo, a nivel nacional, un peronismo, o mil peronismos sin proyecto alguno, esperan que un retorno al pasado les construya un futuro propicio. Raro pero no imposible en un mundo donde ganan Trump y Bolsonaro prometiendo volver a las viejas grandezas, muchas de las cuales quizá no existieron jamás.