En un primer momento, el Museo Regional y Americanista de Luján puede parecer una colección de objetos, de diversas culturas y épocas, que se han repartido en habitaciones de una casona antigua. Pero en cuanto el recorrido comienza, cada uno de esos elementos se transforma en una historia, que traslada al visitante a otro momento y lugar. Las salas se agrandan y es como si personajes del pasado volvieran a utilizarlos.
Para quien no conoce la leyenda del ánima del río, la placa de bronce colocada en una vitrina puede pasar por completo desapercibida. Tal vez le llame la atención que es de 1943 y en ella un hombre le agradece a Juana Gómez, quien falleció en 1906, los favores recibidos. Pero Omar Giunta, el director del museo, se encarga de que ese pedazo de metal con inscripciones tome sentido.
A Juana, cuenta, la mató su esposo a puñaladas por celos, cerca del río Mendoza. Desde entonces se convirtió en un alma a quien la gente del lugar pedía por sus hijos, el hogar y el amor. Omar recuerda que cada lunes, día de las ánimas, los lujaninos peregrinaban con velas al sitio, donde había varias placas recordatorias.
En la misma sala, se encuentran una foto, una tetera y un jarro, que son la excusa para conocer un poco más de la historia del departamento. Algunos elementos pertenecen a la partera de los ricos y otros a la partera de los pobres, dos inmigrantes que ayudaron a las mujeres de Luján -pertenecientes a distintos estratos sociales- con el nacimiento de sus hijos.
Las reliquias
Detrás de los vidrios se aprecia todo tipo de objetos de uso cotidiano del siglo XX, como las desaparecidas jeringas de vidrio, una antigua pastalinda de madera o candelabros. También hay elementos religiosos, como misales y varias figuras de santos talladas en madera por los huarpes, bajo la supervisión de los Jesuitas.
En la galería de la casa, al aire libre, unos dioramas realizados por los alumnos de la escuela Bracelis (de El Carrizal del Medio) permiten conocer la evolución de los habitantes originarios de Luján, desde 10 mil años AC hasta la llegada de los españoles.
Pero hay algunas cosas que Giunta distingue en particular. En el museo se conservan un quepi (sombrero), espadas y trombón que pertenecieron a Diego Morales Guiñazú, quien los usó en la Campaña del Desierto. Estos elementos fueron comprados por la comuna en 1969 a sus descendientes y así nació la colección que fue creciendo en el tiempo, hasta que en 1986 se crea el Museo Municipal, en la sede del Cine Argentino -donde hoy se levanta la Sociedad de Luján-, que luego se trasladó a la Casona Santa Rosa.
Otra de las piezas que el director atesora es una copia original del Códice de Borgia, el manuscrito mexicano precolombino que fue traducido por el cardenal Borgia (de ahí el nombre). Entre otras predicciones, contiene la del "final del mundo" -en realidad, de una era- el 21 de diciembre de 2012. El códice inicial se encuentra en la biblioteca del Vaticano y sólo existe un número determinado de copias en todo el mundo. La que llegó al museo lujanino lo hizo gracias a una donación del Gobierno de México, a través del Consulado, cuya sede se ubica en el departamento.
Durante el recorrido, también se llega a una habitación en cuyo centro se encuentra una armadura. Se trata de una coraza y casco que perteneció a un soldado del ejército de Napoleón y que el gobernador Emilio Civit compró para su escolta. De ahí que sobre la frente se pueda apreciar el escudo provincial. En ese mismo cuarto hay una copia del testamento del general José de San Martín y otra de la única foto que se tomó de él, cuando ya era un hombre mayor y vivía en Francia.
Y en la sala contigua hay otra armadura, pero veneciana, del año 1.200 aproximadamente, y en la que se puede apreciar un agujero en el pecho de latón. Omar Giunta detalla que es probable que una flecha o una espada hayan causado la muerte a quien la portaba.
De otro período de tiempo, pero sobre todo de un territorio mucho más cercano, son los restos de pobladores originarios, que fueron encontrados en el Valle de Agrelo. Además de fragmentos de cerámica y de adornos corporales, hay cráneos y huesos de un hombre de unos 50 años y de una familia (padre, madre e hijo). Sin embargo, el más apreciado es el esqueleto casi completo de la Niña de Agrelo, una pequeña de entre 6 y 9 años, que para quienes trabajan en el museo es un poco el ángel protector del lugar.