El 13 de enero de 2012 el crucero Costa Concordia chocó contra unas rocas y se hundió frente a la costa de la isla toscana del Giglio, en Italia. Su capitán era el hoy tristemente célebre Francesco Schettino, quien por piropear a unas chicas costeras, se acercó demasiado a tierra y encalló, hundiéndose.
Para colmo, Schettino salió huyendo del crucero y se aferró con uñas y dientes a un bote, mientras 32 pasajeros fallecían. Luego, en el juicio, juró que no quiso escapar, sino que se cayó al bote. No satisfecho con ese récord de irresponsabilidades y mentiras, acusó a la tripulación como responsables de la tragedia por no haberle advertido a tiempo.
Siempre esta clase de tipos le echan la culpa a los demás. Le dieron 16 años de prisión, pero la condena moral por su colosal cobardía lo será por la eternidad. Un capitán no abandona su barco hasta que se haya rescatado al último tripulante, como hizo el capitán del Titanic, que prefirió salvar el honor antes que su vida.
La tripulación del barco que conducía Cristina se parecía, más que al Titanic o al Costa Concordia, a los presidiarios de las carabelas de Colón. La diferencia es que los del, según Cristina, genocida Colón eran expresidiarios, mientras que los de la señora eran prepresidiarios, según se verifica día a día a medida que como moscas pasan por Comodoro Py y de allí los mandan recluidos a Ezeiza o Marcos Paz.
Nadie sabe si en caso de no haber podido gritar ¡tierra!, don Cristóbal habría acusado a su tripulación por la incompetencia, pero a Colón no parecía faltarle coraje para asumir sus culpas pese a su “ideología anti-K”. Mientras que a juzgar por lo que creen los marineros del barco de Cristina, ella les echa las culpas de los desmanes ocurridos durante la navegación exclusivamente a ellos, a ver si puede zafar junto a sus dos principitos.
Se trata, por lo que se ve, de una rebelión inesperada. De Vido y su señora la acusan de ser quien lo vendió a sus verdugos. D’Elía le insinuó que estaba rondando la pelotudez. Guille Moreno le bajó el puntaje como si se tratara de una alumna reprobada en la materia lealtad y doctrina peronista.
Y hasta el acusado por Cristina de traidor, Miguel Pichetto, prometió visitar en la cárcel a Boudou y De Vido. Y ofreciendo la otra mejilla, pidió que no la detengan a Cristina, que no le hagan a ella lo que ella acepta que le hagan a los demás. Todos le dan lecciones de lealtad.
Para que la cosa sea aun más patética, Cristina ordenó que nadie la fuera a acompañar cuando asistiera esta semana a Comodoro Py. Pero uno fue, su más que leal Oscar Parrili, que desobedeciendo por primera vez una orden de su ama, decidió acompañarla. Como recompensa, el pobre fue insultado por la dama en desgracia, que ni siquiera se conmovió por tanta lealtad, palabra desconocida en su diccionario, al menos según los que alguna vez supieron serle leal a Ella.
Sin embargo, no era demasiado difícil suponer que en la mentalidad de Cristina, ella y su familia eran los únicos protagonistas de la épica historia que estaban viviendo y todos los demás personal de reparto, no merecedores de mucho más que de agradecer a los reyes por haberles ofrecido la oportunidad de quedarse con parte del botín.
Por eso se indignó tanto cuando quien para ella es un simple empleado, Florencio Randazzo, le propuso competir en una interna de igual a igual.
Prefirió arriesgarse a renunciar a un triunfo casi seguro con tal de no igualarse con un plebeyo subordinado. Prefirió el Titanik antes que bajar su soberbia.
Además su vanidad fue tan colosal que la lleva a un diagnóstico por entero erróneo: antes de las elecciones se la pasó diciendo que la querían meter presa para que no ganara. Pero desde que perdió dice que la quieren meter presa porque la quieren callar.
La cruda y evidente verdad es exactamente al revés: si hay alguien que no quiere callar a Cristina es el gobierno de Macri, si hay alguien que desearía que al menos por ahora Cristina no vaya presa es el gobierno de Macri.
Nunca encontrarán un rival de su fuste como para seguir ganando eternamente elecciones. Porque cada vez que el gobierno mete la pata, habla Cristina y le salva el error.
Y cada vez que el gobierno hace las cosas bien, los critica Cristina y le duplica la aceptación popular de la medida. Desde esta lógica Cristina es la militante del macrismo más grande y efectiva que existe.
Sólo ella y los masoquistas que siguen a su lado ahora que hasta la nave de los locos se le ha rebelado, creen que la democracia está en peligro. En realidad todo se derrumba sólo para ellos, para los que hundieron el Titanik, conducido por la versión femenina de Schettino.
Es cierto que en la Argentina que sobrevivió al hundimiento del Titanik no todo es maravilloso ni mucho menos. Que muchos similares a los tripulantes de la nave kirchnerista se disfrazan con la vestimenta de los nuevos ganadores.
Hay, claro está, quienes guillotinan por temor a ser guillotinados, chetas de nordelta, gorilas fundamentalistas en vez de populistas fundamentalistas, y toda una galería de oportunistas que se cuelgan de los nuevos triunfadores.
Pero eso es inevitable en todo proceso político, lo importante es poder marchar hacia adelante. Cosa de lo que sólo está absolutamente impedida quien al verse hundiendo quiere que todos se hundan con ella.
Nunca alguien fue más inoportuna. Solo la toleran los que están ciegos de toda ceguera y los que ella considera sus enemigos, que son los únicos que quieren que no se muera nunca. Mientras que los peronistas no la quieren ver más.
Los que fueron K ya descubrieron que ella no los defenderá, que se quiere salvar sola. Y los no K saben que mientras ella exista, su movimiento está encerrado en su cepo sin posibilidad de crecimiento alguno.
Pero en el fondo todas estas cosas son detalles, meros avatares de la política. Lo importante es ver cómo se porta cada uno frente a la adversidad.
Allí se verifica el temple de los verdaderos políticos, de las personas honorables. O de los que, como el capitán Schettino, siguen hundiendo Titaniks, huyendo de los naufragios y de sus propias culpas, abandonando a los suyos a la buena o mala de dios. Y no es que nosotros necesariamente pensemos eso, es lo que piensan los abandonados.