Annemarie Heinrich, una de las pioneras en el país de la fotografía de espectáculos, la captó en su perfecto claroscuro: joven, provocadora, madura, salvaje, fumando, con su perro, abanicada, cantando.
Laura Ana Merello, nacida en un conventillo de San Telmo, murió el 24 de diciembre de 2002, a los 98 años. A ella, declarada mito viviente de la iconografía argentina, dos hechos la deprimieron los últimos meses de vida: uno fue el suicidio de la actriz Sabina Olmos, que -como ella- cobraba un subsidio de 800 pesos; otro fue el disparo al corazón de René Favaloro, el médico que la atendía y en cuya fundación ella decidió internarse hasta dejar este mundo.
Hija de un chofer y una planchadora, Laura Ana solía decir que “el dolor nació conmigo”. La tuberculosis se llevó a su padre; la pobreza la acunó y a los 5 su madre la tuvo que dejar en un asilo de Devoto para que comiera.
Fue sirvienta sin paga, trabajadora rural, una chica triste y analfabeta que se consideraba, encima, fea: "Presentía que iba a seguir siéndolo siempre. Después descubrí que no hace falta ser bonita. Basta con parecerlo. Soy insolente de nacimiento y temperamento. Y con capacidad para sostener una insolencia... No recuerdo si tuve una infancia precoz. Lo que sé es que fue muy breve. La infancia del pobre siempre es más corta que la del rico".
Tita, que aprendió a leer a los 20 años, mucho después escribiría un libro llamado La calle y yo. En uno de los pasajes fuertes, habla sobre su infancia en tercera persona: "Nunca tuvo un libro de cuentos y de figuritas entre las manos -no sabía leer-. Sólo miraba vacas, yerras, carneadas de cerdos… En esa época distante le daban las vejigas y las inflaba; eran sus globos, aunque sin colores".
La terquedad fue su herramienta. Quería saberlo todo. Uno de sus principales biógrafos, Néstor Romano, escribió: “Jamás pasó por un conservatorio de arte escénico ni educó su voz en escuelas de canto. Simplemente se hizo en la calle. Sin ayuda de nadie, a fuerza de talento y voluntad, construyó una carrera que la llevó desde los bares del bajo porteño y una cuarta fila de coristas, a los primeros planos del tango y el cine nacional”.
Creció en las contradicciones sociales de las décadas del 20 y del 30 y desafió el rol de la mujer desclasada de aquellos tiempos con lengua filosa y actitud arrabalera.
Conocedora de los trapos de los ricos y los pobres, en sus tangos asomaba el humor y la burla dramatizada. Y, sobre todo, no reculaba al asumirse muñeca brava: Se dice de mí: “Se dice que soy fea, / que camino a lo malevo, / que soy chueca y que me muevo / con un aire compadrón”.
La porteña que no reniega del barrio, ni de su origen. Del barrio de las latas habla del pobre diablo que “se vino pa’ Corrientes con un par de alpargatas y pilchas indecentes”, y una vez que le fue bien “se olvidó del barrio, de sus amigos y de su familia”.
Con conciencia, rimó sobre el poder del sector empresarial en Los ejecutivos: “El mundo siempre fue de los que están arriba (...), / qué vivos son los ejecutivos, / qué vivos que son, / del sillón al avión / del avión al salón, / del harén al Edén, / siempre tienen razón / y además tienen la sartén, / la sartén por el mango y el mango también”.
Resistida y resistente
En bares y suburbios se fogueó como corista. Su originalidad vocal femenina le valió protagonismo. Le puso letra a tangos como Llamarada pasional y Decime Dios... ¿dónde estás?, cuyas frases no tienen desperdicio: “Si sos audaz, te va mal, / si te parás, se te viene el mundo encima. / Decime, Dios, ¿dónde estás?”.
Su debut en cine fue en el primer film sonoro argentino, ¡Tango!, que se estrenó el 27 de abril de 1933. Allí también actuó Luis Sandrini, con quien formó pareja.
Después de consagrarse en la cinematografía de los 50 (Tita actuó en Los isleros, Arrabalera, El amor nunca muere, entre más), tras la caída del peronismo, se quedó sin trabajo.
La Revolución Libertadora la expulsó de la escena. Además de la crisis del ambiente artístico y las presiones políticas, fue acusada de traficar té desde Sri Lanka por una comisión investigadora del gobierno de Aramburu.
Decidió irse por un tiempo a México. Dijo una vez: “No empecé por vocación sino por hambre... Me costó trabajo aprender a vivir, pero aprendí a vivir, a leer, a pensar por mi cuenta. Si fuera verdad que la inteligencia se desarrolla mejor cuando encuentra resistencia, yo tendría que ser la mujer más inteligente del mundo. Fui resistida y resistente”.
Regreso al país
En 1958, ya electo Frondizi, regresó al país. Su popularidad fue creciendo en torno a sus apariciones en TV.
Con su amigo Enrique Carreras emprendió varias aventuras cinematográficas. Para su última película, Las barras bravas, Enrique le permitió modificar el guión.
Ella quería, en una escena, el plano del mausoleo de su amor: Sandrini.
Corazón nacional
A los 98 años, mientras dormía en la Nochebuena de 2002, Tita murió de un paro cardiorrespiratorio en la Fundación Favaloro.
Ella, leyenda del cine y el tango, vivía en la Fundación desde 1997. El mismo René Favaloro se lo había sugerido ya que, por su edad, necesitaba cuidados permanentes. Tita, que en 1996 recibió el Gran Premio de Honor del Fondo Nacional de las Artes, lo donó a dos hospitales. Cuando aceptó el ofrecimiento de Favaloro dijo que se iba a vivir a “la casa de un amigo”.
El tiro en el corazón del cardiocirujano y la muerte de su hermano Pascual fueron el golpe del último acto. De acuerdo a su deseos, el dinero invertido en arreglos florales fue donado a la Fundación.
Bonustrack: a casi 15 años de su muerte la directora Teresa Costantini revisitó el mito. Yo soy así. Tita de Buenos Aires, rescata la figura de “La Garbo del Abasto”, “La Bardot de Puente Alsina”.