Tiroteos: estallido de un triste ritual de coraje y culpa

La violencia en Estados Unidos es moneda corriente. ¿Qué llevó al país más poderoso del mundo a esta situación?.

Tiroteos: estallido de un triste ritual de coraje y culpa

La violencia se ha producido regularmente durante años, en un espasmo cargado políticamente tras otro. Un miembro del Congreso con un disparo que le atravesó la cabeza en Tucson, Arizona. Asaltos contra el Museo del Holocausto, contra una oficina de Planned Parenthood y contra la organización socialmente conservadora, Family Research Council. Tiradores que dispararon contra feligreses negros en Carolina del Sur, inmigrantes indios en Kansas, y policías en Nueva York y Texas.

El intento de matar a unos legisladores republicanos en un diamante de béisbol en las afueras de Washington fue menos una aberración, que el ejemplo más reciente de una tendencia sobre la que han comentado ampliamente los dirigentes de ambos partidos, pero que nunca se ha frenado, ni detenido.

Recriminaciones

Ya con los legisladores, asesores legislativos y policías del Capitolio hospitalizados el miércoles, se desarrolló un proceso de duelo y recriminaciones como una especie de ritual familiar, con una declaración sombría por parte del presidente y denuncias bipartidistas de violencia que rápidamente dieron paso a acusaciones y reproches en los medios sociales.

Hasta los gestos de conciliación de alto nivel, incluidos los del presidente Donald Trump y del senador Bernie Sanders, hicieron poco para mitigar el sentido de que a la cultura cívica de EEUU la ha consumido el enojo y la decadencia; aunque la enfermedad mental imposibilita, a veces, decir exactamente qué es lo que lleva a la violencia.

Para los sobrevivientes de ataques pasados, el tiroteo en Virginia -ejecutado por un hombre de 66 años que fue partidario de Sanders y expresó su enojo por la presidencia de Trump- se produjo como un signo de que todavía podría venir lo peor.

El ex senador John Danforth, republicano por Montana, dijo que la violencia refleja un contagio en la cultura política de EEUU, en la que los adversarios se tratan como “personas a las que hay que destruir”. Ron Barber, un ex asesor de la representante demócrata por Arizona, Gabrielle Giffords, quien resultó herido en un tiroteo en el 2011, en el que ella casi muere, y a la que remplazó brevemente en el Congreso, dijo que el ataque del miércoles le trajo “recuerdos terribles”. Después de que lo eligieron a él en 2012, recordó Barber que en su oficina, la gente le dejaba mensajes en los que lo amenazaban con golpearlo o matarlo.

Los electores de izquierda y de derecha se describen perturbados y temerosos de lo que podría pasar después. Entre los conservadores, el tiroteo pareció confirmar una creencia de que la oposición liberal a Trump había dado un giro siniestro, un cambio hacia la violencia total. Para los liberales, el ataque revolvió la inquietud sobre el potencial para el extremismo en la izquierda y profundizó un sentido - que data de la presidencia de Barack Obama - de que los conflictos partidistas comunes habían adquirido matices más amenazadores.

En Fairhope, Alabama, B.J. Middleton, un policía retirado, dijo que la explosiva atmósfera política le recordaba la época del asesinato del reverendo Martin Luther King, Jr., en 1968. Middleton, de 78 años, quien apoya a Trump, dijo que cada vez teme más “la violencia que surge de la izquierda”.

“Yo estuve allí en los disturbios y en lo que le pasó al doctor King, y le digo que se siente que vamos hacia algo otra vez”, dijo Middleton.

Presidentes asesinados

Hay una larga historia de derramamiento de sangre y asesinatos políticos en EEUU, a veces llevados a cabo por actores ideológicos y, en otras, por gente mentalmente inestable. Tiradores han asesinado a cuatro presidentes y les han disparado a varios otros, y mataron a King, a Robert F. Kennedy y al político gay pionero, Harvey Milk.

Ya antes, personas mentalmente enfermas han atacado a legisladores del Congreso federal, incluidos Giffords y Allard K. Lowenstein, un activista contra la guerra, a quien asesinaron en su oficina. En el 2003, un político opositor mató de un disparo a James Davis, un integrante del Consejo de la Ciudad de Nueva York, en el salón de sesiones del pleno.

El aparente giro violento en la política nacional y la desaparición de las tradicionales reglas de civilidad, también se presentan como tiroteos masivos -por lo general, dirigidos contra blancos civiles no políticos, en escuelas y lugares públicos- que están al alza.

Algunos cuestionan la correlación entre violencia y retórica política, enfatizando que, a menudo, los tiradores que atacan a políticos son inestables o están enojados por motivos no relacionadas.

El miércoles, entre electores y políticos, había al menos un vínculo visceral entre la violencia más reciente y la desintegración de las normas cívicas desde hace mucho tiempo, lo que ha hecho que los candidatos y comentaristas sean más libres que nunca para avivar impulsos aborrecibles con poco temor por las consecuencias.

En el 2011, el asaltante mentalmente enfermo que le disparó a Giffords lo hizo en un período político convulso, cuando un amargo debate sobre la atención de la salud produjo una ola de amenazas en contra de los legisladores. Sarah Palin, la ex candidata a vicepresidenta, generó críticas agudas por haber publicado un gráfico en línea en el que aparecía la mira de un rifle apuntada a los distritos de varios miembros del Congreso, incluida Giffords, aunque no se estableció ninguna conexión con el delito.

Trump ha sido un aficionado descarado en la retórica provocadora, incitando a los asistentes a sus mítines a darles palizas a los manifestantes y sugirió el verano pasado que “la gente de la Segunda Enmienda” podría actuar si se elegía a Hillary Clinton. No manifestó remordimientos durante la campaña por comentarios que sus críticos dijeron que rayaban en la incitación.

Sin embargo, Trump no ha tenido el monopolio del lenguaje cáustico. Los activistas de la izquierda han acusado al presidente de “traición”, un crimen que puede conllevar la pena de muerte, y lo han comparado con Hitler.

La retórica del enojo

En la Ciudad de Nueva York, Bill Ryan, de 60 años, un demócrata que apoyó a Trump, dijo que la retórica del enojo se está haciendo “cada vez más fuerte”.

“Enciende un fusible en estos fastidiosos fanáticos que salen y empiezan a dispararle a la gente en una cancha de béisbol”, dijo Ryan.

Christine Quinn, la ex presidenta del Consejo Municipal de Nueva York, quien presenció el tiroteo que hubo allí en 2003, dijo que han desaparecido las vallas de contención del comportamiento político.

“Ves a candidatos presidenciales, ahora al presidente de EEUU, bromeando sobre la violencia”, dijo Quinn, una demócrata. “Claramente, vemos evidencia aquí de que está reverberando por todas partes, y la realidad es que tenemos un tono ahora en el que no hay límites”.

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