Estados Unidos vuelve a enfrentar el hecho de ser el único país desarrollado donde se suceden los asesinatos con armas de fuego en las escuelas, un problema que a pesar de repetirse genera un debate estéril.
Después de que 17 personas fueran asesinadas a tiros el miércoles en una escuela secundaria en Florida, ¿se adoptarán medidas nacionales para evitar una nueva tragedia? Lo más probable es que no.
El tiroteo, el número 18 en lo que va del año, activó un ciclo ya conocido, pero difícil de entender en el extranjero: reacciones horrorizadas, unidad en el dolor, indignación y divisiones políticas, y finalmente... inacción.
Si el debate se vuelve vacío, es que las posiciones no cambian. Por un lado, están los que se oponen a cualquier restricción a la tenencia de armas, en nombre de la sacrosanta segunda enmienda a la Constitución.
¿Por qué? Porque ninguna ley puede evitar que desequilibrados y criminales consigan un arma, ni que abran fuego en una escuela. Y segundo, porque en vista de estos peligros los ciudadanos deben estar armados.
En la vereda de enfrente del debate están los que luchan contra la proliferación libre de armas, que han perdido la esperanza de que se apruebe una ley nacional en un Congreso dominado por los republicanos, tradicionalmente opuestos a toda regulación en la materia.
Quienes buscan controlar la tenencia de armas han llevado su lucha al terreno local, donde buscan convencer a los políticos sobre la necesidad de hacer controles forenses y psiquiátricos obligatorios antes de cualquier venta de armas. Un objetivo nada fácil de alcanzar en un país donde las armas son parte del mito fundacional: con ellas se logró la independencia y se conquistó el Lejano Oeste.