Hace ocho años publiqué un artículo titulado “Comerse a uno mismo” que hablaba de la tricotilomanía, una enfermedad de cuya existencia me acababa de enterar. Bajo ese nombre rimbombante se esconde un trastorno de conducta que puede ir de lo leve a lo inhabilitante y que consiste en arrancarse los pelos.
Una de cada cinco personas aquejadas de trico también se come los cabellos; eso se llama tricofagia y es un hábito peligroso, porque el pelo forma bolas en el estómago y a veces hay que recurrir a la cirugía para librarse de ellas.
La manía comienza en la niñez; yo recuerdo haber visto en la infancia a niñas chupando con fruición un mechón de pelo o enredando sus cabellos en un dedo y dando tironcitos, cosa que incluso me parecía elegante y que por fortuna no imité, porque ahora sé que puede convertirse en una pesadilla.
Cuando la trico es grave, quienes la padecen se infligen terribles destrozos; se arrancan las pestañas, se hacen heridas en la cabeza, grandes calvas. Su aspecto puede llegar a ser tan calamitoso que se encierran en casa para no ser vistos, porque suelen ser víctimas de las burlas y la incomprensión del entorno, lo cual constituye el mayor tormento.
El ser humano es un extraño animal que sufre arrebatos de autofagia: nos mordisqueamos las mucosas del interior de las mejillas, nos comemos las uñas, los mocos, las costras, las pielecillas resecas de los labios. Yo misma me muerdo y arranco los pellejos de los dedos, y en épocas de especial estrés lo hago tan concienzudamente que luzco algún desgarro.
Cómo es posible extraer placer de arrancarte la piel es algo que no entiendo, pero sin duda se extrae. La trico es una manía absurda semejante, con el agravante de que en ocasiones llega mucho más lejos. Un tercio de los tricos tienen depresión, lo que no es de extrañar dado el grado de deterioro físico que pueden alcanzar y la culpabilidad y falta de confianza en ellos mismos que conlleva.
Beatriz Moreno Amador era una adolescente así de herida cuando saqué aquel artículo. Lo leyó, y por eso ahora, tantos años después, se ha puesto en contacto conmigo.
“Vivir con trico es como vivir encarcelada en tu propio cuerpo, siendo tú carcelera y prisionera al mismo tiempo. Te dicen: deja de hacerlo, sálvate… Y no puedes, te ves a ti misma cavar tu propia tumba”. Beatriz me ha escrito una larga y magnífica carta sobre esta enigmática enfermedad, tan humana en su incongruencia. Por fortuna ella ha aprendido a convivir con la trico, que ahora solo experimenta en bajo grado; ha terminado la carrera de Psicología, se siente fuerte y segura y quiere centrar su trabajo en esta dolencia: “Cada vez veo más necesaria la ayuda social y profesional, que se investigue, que se trabaje para su prevención y se evite su desarrollo insidioso, sobre todo en la niñez”.
Porque en España hay miles de afectados por esta destructiva manía, pero nadie habla de ella. “En castellano no existen investigaciones sobre la trico, los cuestionarios para este trastorno no están traducidos ni validados en nuestro idioma, y no hay profesionales especializados”.
Beatriz salió con esfuerzo de su infierno gracias a la ayuda de otros afectados y a la aceptación de su trastorno como algo “normal”, esto es, como una de las múltiples “anormalidades” que forman parte de la vida humana, siempre tan incompleta y tan fallida. Por otra parte, de la trico se sabe muy poco. Incluso se especula con la posibilidad de que detrás del trastorno esté una bacteria u hongo, lo que supondría que un tratamiento físico podría curarlo o mejorarlo y, sobre todo, acabaría con la angustiosa culpa de quienes lo padecen.
Decidida a intentar acabar con la invisibilidad de la dolencia, Beatriz Moreno se propone crear en España una red de apoyo junto a pacientes con trico y familiares, “para concienciar sobre este trastorno, demandar el respeto y ayuda terapéutica que merecemos y devolver las esperanzas a otras personas”.
Precisamente en estos primeros días de octubre se celebra la Semana Internacional de la Tricotilomanía, que también aspira a lo mismo: a iluminar la oscuridad que rodea el síntoma, a aliviar con información, normalización y empatía el dolor de este infierno.