Tinelli, un Mandela del subdesarrollo

Además del Papa, que por razones laborales está metido en cosas más importantes, el único argentino capaz de poder ponerse por encima de nuestros estériles enfrentamientos políticos es Marcelo Tinelli. Porque Tinelli es pura ficción y nada de verdad. Que

Tinelli, un Mandela del subdesarrollo
Tinelli, un Mandela del subdesarrollo

Por Carlos S. La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

"La Argentina ha roto su pacto con la significación. El evento más importante del año, y acaso de la década, la muerte de Nisman, ha quedado reducido a la insignificancia más absoluta. Simultáneamente, los eventos que no significan nada se agigantan... alcanzan 35 puntos de rating, millones de espectadores y un interés generalizado".
Enrique Valiente Noailles (filósofo).

"El paso del kirchnerismo por el gobierno dejará varias secuelas persistentes. Una de ellas, acaso no la menos nociva, es el perjuicio que sufrió la noción clásica de la verdad... El kirchnerismo ha socavado la noción de verdad clásica porque pretendió y sigue pretendiendo un país donde los espejos no sean espejos, sino cuadros pintados a voluntad. De eso se trata el relato".
Víctor Winograd (filósofo).

"¿Querían ficción? Les di ficción".
Leonardo Fariña (filósofo popular).

Si es cierto lo que dicen las frases filosóficas arriba citadas, ocurre que en la Argentina se ha perdido toda relación con la verdad y con la realidad y todos hemos quedado entrampados en la lógica de la ficción. De ser así es enteramente razonable que el hombre con más poder del país sea Marcelo Tinelli, porque representa mejor que nadie a la ficción.

Si en los 90 el peronismo de aquel entonces iba siempre a Tinelli y desde allí ganaba elecciones, ahora el peronismo del presente se ha tinellizado ideológicamente copiando los mismos métodos del famoso conductor televisivo, aunque no asista a su show. La ideología oficial K es un mero tinellismo de izquierdas.

El peronismo y el antiperonismo de la actualidad (los dos inventados por el relato K y comprados por los más extremistas de ambos bandos) son las expresiones más acabadas de la ficción en la que estamos viviendo.

En los años 40 y 50, cuando el peronismo se peleaba con la prensa la clausuraba. Cuando se peleaba con los opositores los metía en cana y a algunos hasta los torturaba. Cuando se peleaba con la Iglesia la quemaba.

Del mismo modo, cuando el antiperonismo respondía, mataba a cientos de personas con bombardeos en Plaza de Mayo, fusilaba militares peronistas o prohibía mencionar la palabra maldita. Ninguno de los dos se iba con chiquititas.

Y ni qué hablar de lo que pasó en los años 70, cuando por las mismas estupideces ideológicas que hoy hemos sacado del arcón de los abuelos todos se mataban con todos, por miles o decenas de miles.

La gran diferencia es que tanto los 50 como los 70 fueron dos décadas reales, mientras que la actual es ficcional, esta es la década de la impostura total, cuando todo lo que se dice es lo contrario a lo que se hace.

Hemos creado un peronismo de ficción bien malo como todos los gorilas hechos y derechos supusieron que eso y nada más que eso era el peronismo del primer Perón. Y como respuesta hemos fabricado un antiperonismo de ficción, también bien malo como todos los peronistas consideraban a los gorilas que se enfrentaban a Perón entre el 45 y el 55, y peor aún a partir del 55.

Lo único que ahora no nos agarramos, salvo excepcionalmente, a las trompadas; hoy todo es piripipí. Un espectáculo que el argentino común, el despolitizado, apenas mira por tevé, porque a diferencia de aquellos tiempos politizados, todo le importa un rábano, para bien y para mal.

Pero entonces, ante un peronismo y un antiperonismo de ficción que quieren mostrar una Argentina inconciliable cuando la misma hace mucho que dejó de serlo en el seno de las grandes mayorías populares, es lógico que quien busque ponerse por encima de las sectas y pueda hacerlo debe ser un personaje con mas ficción que todas las facciones juntas. ¿Querían ficción?, les di ficción, decía Fariña, y ahora Tinelli. Pero, ¿y la realidad?

La realidad está en tela de juicio. Si no se pasa el examen que De la Rúa no pasó cuando fue a Tinelli, está claro que no se puede gobernar la Argentina. Por eso todos van a bailar por el sueño de ser presidente. Incluso Néstor Kirchner lo llevó a Tinelli a Olivos para burlarse de De la Rúa; también él le brindó su obsecuente tributo al héroe de la ficción con su canallesca burla al caído.

El gobierno libra batallas que nunca conducen a nada, que en todo caso le permite mantenerse en el poder al haber logrado que la sociedad compre su ficción pero que no empujan a la Argentina hacia ningún lado, salvo al estancamiento permanente.

Se la pasaron siete años considerando a Bergoglio, como luego consideraron a Magnetto y ahora a Lorenzetti, como el enemigo principal a destruir. Luego, en el exacto plazo de 24 horas (ni una más) pasaron de demonizar a canonizar (literalmente) al Bergoglio convertido en Francisco sin que se les moviera un músculo de la cara. Pero siguieron demonizando a los demás, quizá a la espera de otros papados o similares.

Todo es irreal. Pero la Argentina pasó una raya: la teatralización se ha hecho carne en el espectador. La sociedad acepta cada vez más a la fantasía como real y entonces cada vez es menos necesario decir la verdad para tomar el poder, porque a nadie le interesa ni la verdad ni lo contrario, sino si el espectáculo es bueno. Se trata de que los malos contra los buenos se enfrenten en el teatro de la política para que la gente, como en el circo romano, baje o suba el pulgar según quién lo divierta más.

La ideología oficial que el kirchnerismo ha impuesto en el país es la de que en la medida que todo es política y que todo poder político es conflicto, no puede haber más que facciones en pugna, cada cual con su verdad relativa, convencida cada parcialidad de que su verdad es absoluta. Mientras que el medio no existe, o más bien en el medio están los moderados de ambas facciones que son considerados por todos los combatientes como idiotas útiles o tibios a los que vomita Dios.

O sino los oportunistas, esos que se borran de la disputa para lucrar con ambos grupos aprovechando sus odios inconciliables. Como ese usurero que le vende armas en la guerra a los dos bandos. Que eso son hoy en la Argentina los “del medio”, dentro del teatro de la política que busca sólo a los buenos y a los malos.

Y, paradójicamente, en ese espectáculo donde todos son parte, sólo uno es todo. Lo adivinaron, Marcelo Tinelli es el único que en la Argentina puede decir que Cristina es una gran presidenta desde el medio comunicacional al que el kirchnerismo declaró su enemigo eterno.

El único que puede invitar a su mesa a los tres candidatos presidenciales con más chances y ponerse por encima de los tres como un Mandela en joda, al demostrar con su puesta en escena que Scioli, Massa y Macri son intercambiables, que nada los diferencia y que saben bailar al compás del tamborillero.

Tinelli es nuestro Forrest Gump, el argentino promedio al que los culturosos y las señoras gordas consideran una degradación de los valores, pero con el cual el resto de la sociedad se siente mejor expresado que por todos los políticos juntos. Porque Tinelli se siente la Argentina, y así lo dice y demuestra en su programa al ver cómo todos van al pie.

Es el único que puede estar en el medio y arriba de todos. Como Mandela en Sudáfrica, la Argentina tiene en Tinelli a su único y gran reconciliador. No existe prueba más irrefutable de que nuestro país ha dejado de pertenecer al territorio de la realidad, para instalarse definitivamente en el de la ficción, donde los actores cobran suculentos honorarios por no hacer nada más que fingir y el público paga con su salario para ver estas mediocres obras teatrales que se lo disputan, porque no le ofrecen ninguna otra cosa mejor que hacer.

En fin, Marcelo Tinelli, como todo tipo inteligente que sabe administrar su tiempo para para no gastárselo en una sola temporada, no hace lo que quiere sino lo que puede. Y si puede tanto que parece estar haciendo lo que quiera es porque la realidad (o más bien la no realidad) se lo permite. Porque está ocupando espacios vacíos, increíblemente abandonados por la política.

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