Por Fernando Iglesias - Periodista. Especial para Los Andes
Corría el mes de enero, el gobierno de Cambiemos había asumido hacía menos de un mes, cuando una de las más reconocidas intelectuales argentinas, Beatriz Sarlo, declaró: "Macri me resulta aburrido. Para usar una palabra suya, mortal". La respuesta no se hizo esperar. Algunos señalaron que el PRO les parecía lo menos mortal de la política argentina en décadas. Otros afirmaron, no sin razón, que entretener a los ciudadanos no es la función del Presidente. Muchos destacaron, finalmente, el que me parece el aspecto crucial de este tema: en la política argentina, se aburre sólo el que quiere.
Más allá de las ironías, para quienes estimamos a Beatriz quedó flotando la pregunta fatal del porqué de su afirmación. ¿Por qué una fina analista literaria, promotora de muchas de las iniciativas culturales más importantes de las últimas décadas y mujer inteligente, si las hay, caía en la trivialidad de convertir sus gustos personales en categoría de análisis político, realizando públicamente un comentario sólo apropiado para un ámbito privado?
La respuesta la brindó la propia Beatriz en ese mismo reportaje: “Yo he tenido buenas relaciones con el kirchnerismo. Era anti kirchnerista y escribía artículos muy críticos pero tenía buenas relaciones con Página 12 y varios funcionarios con los que podía sentarme a hablar y almorzar. Hoy conozco a funcionarios del nuevo gobierno en Cultura, pero no más. No conozco gerentes. No hay motivo para conocerlos”, dijo.
El párrafo es toda una definición de pertenencia intelectual. En primer lugar, porque tener “buenas relaciones con el kirchnerismo” sólo es posible si se ignora o disculpa su componente autoritario y hasta totalitario; sus listas blancas y negras que privaron de posibilidades de trabajo y de financiación a muchos colegas y medios cercanos a todos nosotros, así como el imperdonable desperdicio de una oportunidad histórica para el país que el kirchnerismo representó. Para no hablar de la función específica del aparato comunicacional K del que Página12 forma parte: una inmensa cortina de humo hecha de palabras como progresismo, izquierda y derechos humanos, destinada a encubrir esa corrupción y ese despilfarro galopantes que dejaron un tercio de los argentinos en la pobreza después de una década de commodities por las nubes.
Pero el párrafo de Beatriz se las trae también porque enuncia con claridad una componente inseparable de la izquierda cultural no sólo argentina: el desprecio por la economía y sus agentes (“No hay motivo para conocer gerentes”, afirma Sarlo); actitud remanente del “marxismo occidental” tan bien descripto en sus clichés por Perry Anderson. Basta dar una ojeada a la primer aparte del Manifiesto Comunista, basta dar un vistazo a la admiración confesa de Marx por las proezas de esas misma burguesía que la intelligentza local desprecia, para asomarse a un abismo intelectual.
No puedo explicarme ese abismo ni semejante debacle intelectual sin apelar al extendido sentido de culpa del progresismo vernáculo, de apariencia marxista pero de índole preconciliar judeocristiana. Es esa culpa de pertenecer a la clase “mierda”, como la llamó el ex jefe de Gabinete Abal Medina, la que hoy aparece en la condena de la “clase media aspiracional” del populismo.
Ahora bien, ¿qué otra cosa que clases populares aspiracionales, que ambicionaban pasar de la clase baja a la media y de la media a la alta, decía representar en sus comienzos el peronismo? ¿No es vergonzoso que hoy se explayen contra ella los miembros de una oligarquía política muy inferior en su capacidad de desarrollar exitosamente el país que la anterior oligarquía, agro-ganadera? ¿Y por qué despreciar a los gerentes pero tener buenas relaciones con esa oligarquía peronista corrupta y mafiosa sino porque se comparte su discurso, como en el caso de Sarlo, o intereses patrimoniales, como en el de los miembros Carta Abierta?
Digresión breve, porque este no es el ámbito: la clase obrera ocupaba un carácter central para Marx porque era la clase productiva de su época, no porque fuese pobre. Mucho más pobre era el campesinado, al que Marx despreciaba políticamente. Y bien, en la sociedad postindustrial en que vivimos la clase media es la clase productiva por excelencia, la que produce la mayor parte del PBI de cualquier país medianamente desarrollado; mientras que buena parte de la clase obrera manual se ha transformado en un sector político reaccionario que vota lo peor del populismo nacionalista autoritario, como hacía ayer el campesinado. ¿Cómo no comprender que despreciar a las clases medias implica necesariamente caer en el populismo de los Berlusconi, los Le Pen, los Trump, los Putin, los Kirchner, etc., votados mayoritariamente en todo el mundo por los despojos de la orgullosa clase obrera progresista de antaño? (fin de la digresión).
En fin, que a Beatriz le parece que el macrismo es aburrido y el peronismo, interesante; y puede ser que no le falte razón. Me lo recordó al aire un gran novelista argentino y frustrado embajador, el Turco Asís, en el programa de Fantino. Ante mi crítica del cuarto de siglo de indudable hegemonía peronista que dejó el tendal en el país, su respuesta fue contundente: “El peronismo es y ha sido siempre el movimiento político más interesante de la Argentina”.
Pero decir que el peronismo ha sido el movimiento político más interesante de la Argentina constituye una verdad que no dice nada a favor del peronismo. No hay movimiento político alemán más interesante que el nazismo, ni italiano que el fascismo, ni ruso que el stalinismo, ni cubano que el castrismo, ni venezolano que el chavismo, etc. ¿Quién puede dudarlo? El totalitarismo es siempre interesante, mucho más que las aburridas y grises socialdemocracias europeas, digamos, o que el soporífero liberalismo del Partido Demócrata estadounidense; pero lo es a la manera de la maldición china: “Que vivas tiempos interesantes”...
Quienes avalan irresponsables aventuras políticas en nombre del interés antropológico y las fuertes emociones que despiertan, quienes critican a Cambiemos y al PRO por ser aburridos o creen que nada hay de qué hablar con los gerentes, quienes encuentran normal mantener relaciones amistosas con miembros de regímenes que –con muy diferente gravedad, desde luego- han oprimido a millones de ciudadanos, no hacen más que caer en esa estetización de la política que un tal Walter Benjamin denunció como la componente intelectual de la peste totalitaria. Algo así le dije un día a mi ex amigo Horacio González allá por 2003, antes de que la grieta abriera un abismo insalvable entre nosotros: “Deberías haberte dedicado a la ficción literaria, que es lo que te gusta de verdad, y no a la sociología y la política”. A lo cual agregaría hoy: “En vez de querer convertir a la Historia en un tiempo interesante como el de la maldición china”.
Concluyo. Que los tres personajes que he mencionado -Sarlo, González y Asís- sean gente que se desempeña con mayor comodidad y éxito en el ámbito literario que en el político me parece mucho más que mera coincidencia. El suyo es el tentativo de hacer de los tiempos políticos unos tiempos interesantes; la tragedia del realismo mágico que ha hecho a este continente el más desigual y violento del planeta mientras llenaba el espacio simbólico de leyendas y relatos. Fue coronado, durante esta infame década argentina, por el alto interés que los argentinos demostramos hoy por los asuntos públicos y que el kirchnerismo resumió en el slogan: “Volvió la política”.
Parecen buenas noticias, y son malas. No porque sea malo que millones de ciudadanos se interesen por la suerte de su país, sino porque cuando casi todo un país habla de política y el asunto se torna en el tema obsesivo de la sobremesa y en el divisor de amistades y familias es porque la política funciona mal. Cuando funciona bien, como en Suecia o Alemania, la gente no habla de política. Cuando la política funciona la gente común estudia, trabaja, baila tango, compone sinfonías o se dedica al trekking o a mirar fútbol por televisión. Busca, en suma, un sentido a su vida que no necesariamente pasa por lo político. Y sólo unos pocos miles -como Sarlo, González, Asís y el que esto escribe- siguen obsesionados por los asuntos políticos.
Ojalá lleguemos pronto a eso en Argentina. Ojalá seamos, lo antes posible, un país aburrido, con presidentes que se defienden de esa acusación tomando medidas, como Macri, y no difundiendo spots políticos, como De la Rúa. Ojalá no volvamos a tiempos interesantes como los que me tocó vivir desde mi adolescencia: la guerrilla, el genocidio, la gesta de Malvinas, la rebelión carapintada, el pasaje sin escalas del Primer Mundo al caos de 2001, la locura demencial del kirchnerismo narrada como relato épico. Ojalá nunca volvamos a tener de mandamases políticos a personajes de novela como Perón, Isabel, López Rega, Firmenich, Videla, Massera, Galtieri, Rico, Seineldín, Menem, los Kirchner y tantos otros. Sus locuras suelen dejar un tendal de miles de muertos y millones de heridos.
Ojalá no sigamos viviendo en un país donde la política es cabaret y espectáculo bizarro cotidiano. Ojalá nos gobiernen personas que sepan lo que hacen y no se dediquen a saquear el país desde el Estado, aunque a algunos les resulten aburridos. Y que quienes les gusten las emociones fuertes y los personajes inolvidables los busquen o los generen en su vida privada o en la literatura, las artes y los deportes, que para eso existen. Ojalá no vivamos más tiempos políticamente interesantes, sino tiempos humanamente plenos y significativos.