Con la media sanción de la ley de modificación del impuesto a las Ganancias impulsado por la oposición, el gobierno de Mauricio Macri sufrió un significativo traspié político.
El resultado de la reciente votación en la Cámara de Diputados, que mostró una nueva unión del justicialismo, la tercera en un corto lapso, indudablemente sorprendió al oficialismo de Cambiemos, que no intentó apelar en extremo a las instancias de negociación que muchas veces lo caracterizaron durante el primer año de la actual gestión presidencial.
Además, el abanico partidario oficialista se vio desbordado por una suma de voluntades opositoras que, incluso, llevaron a proponer con éxito el cierre del debate para pasar a la votación sin mayor discusión de las propuestas que eran puestas a consideración en virtud de la clara ventaja que se observaba hacia la iniciativa que juntó voluntades en el justicialismo. Una luz de alerta que se enciende, porque se trata de un estilo de hacer política parlamentaria que trae a la memoria mecanismos similares que el kirchnerismo supo utilizar no hace mucho tiempo, cuando dispuso de una suerte de mayoría automática para respaldar desde el Parlamento las intenciones de la ex presidenta Cristina Fernández.
Indudablemente, hay que saber separar lo que constituyen reales urgencias de la ciudadanía de lo que se puede definir como una mera especulación política. Más aún, como en este caso, cuando ambas cosas se suman detrás de un debate parlamentario.
La discusión sobre el piso de Ganancias es inevitable, porque se trata de un impuesto que está retrasado con respecto a los ingresos de muchísimos asalariados afectados durante varios años por la indiferencia del poder y el rigor de la inflación en sus sueldos. Así, las retenciones resultan claramente inequitativas.
La discusión es, además, inevitable porque fue tema saliente de la última campaña presidencial y tanto el actual jefe del Poder Ejecutivo nacional como sus oponentes, entre los cuales están quienes lideran en estos momentos la embestida opositora, basaron gran parte de sus propuestas a la ciudadanía en la posibilidad de eliminación o disminución del polémico impuesto.
Sin embargo, preocupa el tenso clima que se advirtió en el Congreso y que, además de no permitir claras instancias de acercamiento de posturas, puso de relieve animosidades y conceptos que hacen presumir un nuevo enrarecimiento del clima político, posiblemente en exceso si se tiene en cuenta que las nuevas autoridades sólo llevan un año en el poder.
Si bien falta aún la revisión del proyecto en el Senado, preocupa que el rumor de especulaciones preelectorales detrás de debates como los del martes pasado comience a circular por los corrillos partidarios y justifique movidas como la que se observó.
En democracia es totalmente válido y necesario el disenso entre sectores partidarios, pero siempre que el mismo se sustente en el interés general y no en meras especulaciones.