Tiempos difíciles

Los datos de la economía son un baldón para el Gobierno, pero hay algunas señales positivas. La cuestión es que se consoliden y alcancen a surtir efecto para las cruciales elecciones de 2017.

Tiempos difíciles

Los datos de la economía son realmente negativos. En los doce meses que pasaron entre julio de 2015 y julio de 2016, la construcción cayó un impresionante 23% y la actividad industrial casi 8%, evoluciones que están detrás de la destrucción de cerca de 100.000 empleos registrados entre el último trimestre del año pasado (cuando la recesión ya estaba lanzada) y el segundo del actual. Casi la mitad de esos trabajos se perdieron en el sector de la construcción. 

Esos indicadores están también detrás de la severa caída en la imagen de la gestión del presidente Mauricio Macri, que cayó a 42 puntos (sobre 100) según el índice de Confianza en el Gobierno que elabora la Universidad Torcuato di Tella.

Indudablemente, los márgenes de Cambiemos para llegar con buen pie a 2017 se han angostado al límite. Macri necesita que la economía empiece cuanto antes a pegar la vuelta, de modo que ese cambio de tendencia, reflejado en niveles de actividad y empleo, tenga a su vez suficiente rodaje para surtir efecto en la situación y el humor social.

La amenaza de un paro general, surgida de la convergencia entre las dos CTA, que a su vez mete presión a la CGT unificada, es el impulso “desde atrás”. Es paradójico: la división de ambas centrales sindicales fue la creación de un gobierno, el de Cristina Fernández de Kirchner, que se jactaba de beneficiar y unir a los trabajadores cuando en realidad los dividía para manipularlos mejor.

Ese método lo aplicó más claramente en el caso de la CTA (cuando desconoció el triunfo de Micheli en las elecciones internas y le dio una “mitad” de la central al kirchnerista Hugo Yasky), pero también en la CGT, cuando respondió a las señales de rebeldía de Hugo Moyano cooptando a algunos de sus laderos.

La presión “desde adelante” es la crucial elección legislativa de 2017. Si a la coalición de gobierno le va mal, sus perspectivas se reducirán a terminar su gestión evitando males mayores, pero desertando de la aspiración de consolidar un cambio de rumbo político en la Argentina.

La afirmación parece excesiva, hasta que uno recuerda que el último gobierno no peronista y elegido por el voto popular que pudo terminar su mandato en la Argentina fue el de Marcelo Torcuato de Alvear, en 1928. Los antecedentes relevantes de elecciones legislativas que deciden el final traumático o la consolidación de un gobierno son la de 1987, que precedió el tumultuoso final de Alfonsín, y la de 1993, que insufló fuerzas a un Menem que hasta 1991 había andado a los tumbos. Claro que son dos ejemplos de gobiernos que tuvieron mandatos de 6 años. Los plazos de Macri son más estrechos.

Pero no todas son malas noticias. En agosto, según datos del Indec, los despachos de cemento crecieron nada menos que 16% respecto de julio, tendencia que el gobierno pretende reforzar con el andamiento del plan de obras públicas que le tomó tiempo empezar a ejecutar y podría ganar velocidad y eficacia en los próximos meses y tener la compañía de un repunte en la construcción privada, debido a la baja en las tasas de interés, la relativa estabilidad del dólar y el anabólico del blanqueo.

Otros datos, menos contundentes pero positivos al fin, son la serie desestacionalizada del Índice de Producción Industrial de FIEL, que en julio aumentó 2,3 % respecto de junio, y la encuesta de indicadores laborales del Ministerio de Trabajo que en el mismo mes registró, al fin, un cambio de tendencia.

La otra esperanza, sobre la cual la Argentina no tiene capacidad de generación pero sí de retroalimentación, es la economía brasileña, que aún no salió de su recesión más severa en medio siglo, pero en la que también algunos analistas ven “brotes verdes” que indicarían que lo peor ya pasó.

En cualquier caso, el gobierno necesita apuntalar esas incipientes señales positivas con mejor gestión. No puede ya repetir fallidos como los anuncios tarifarios, por los que pagó un alto costo político sin empezar aún una imprescindible corrección de precios relativos que ayude, a su vez, a cerrar la brecha fiscal.

Ese flanco se cubre por ahora con mayor endeudamiento pero los 25.000 millones de dólares de deuda emitida por la Nación y las Provincias (cifra en la que, cabe aclarar, están incluidos el arreglo con los holdouts y el pago de algunos vencimientos) marcan también allí un estrechamiento de límites. Ese margen se mantendrá o volverá a ampliar sólo si la economía vuelve a crecer tras casi cinco años de estancamiento.

Los reclamos proteccionistas de sectores industriales quejosos y políticos ansiosos, en una economía en la que las importaciones equivalen a apenas el 10% del PBI y en la que los consumidores no solo no gozamos de alimentos baratos sino que además pagamos carísimo en rubros de peso como vestimenta, electrodomésticos y electrónicos, son indicadores cualitativos que también apuntan el achicamiento de los márgenes oficiales.

El más extremo de todos es el envalentonamiento de los impresentables. Acuciado por las investigaciones de la misma Justicia acomodaticia que durante doce años y medio acató sus designios y sobre la que aún ejerce influencia, el kirchnerismo apuesta hoy al fracaso del Gobierno para recuperar lo que más extraña del poder: la impunidad. 
Pero si ése fuera el resultado, el fracaso no sería ya de Macri sino de la Argentina.

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