Como todo en la vida, nada dura para siempre. Y es la sensación que más invadirá a todos los amantes del básquetbol argentino, porque está claro que ayer se terminó un ciclo y que difícilmente quienes nos hicieron respetados en el planeta FIBA, buscarán despedirse en cancha.
Será un barajar y dar de nuevo, pero claro, antes habrá que reorganizar una Confederación que está intervenida y una vez que ello se consiga, recién empezar a trabajar con la nueva camada para que Argentina siga compitiendo, con todo lo que esa palabra significa y que, en la actualidad, a nivel continente, estamos varios escalones por debajo de generaciones que son superiores como la de Brasil.
Entonces en ese volver a empezar y, como orden prioritario, hay que hacer mucha autocrítica puertas adentro y pensar muy bien en el futuro. Hay material pero al mismo hay que pulirlo para sacarle el mejor rédito posible.
¿Culpables de este desenlace? Adentro de la cancha, nadie. Este grupo hizo lo que pudo a lo largo de todo el Mundial y trató de suplir, con mucha entrega, ausencias que son irreemplazables.
No alcanzó, es cierto, pero quién nos quita lo bailado si muchos de estos jugadores ya transpiraron la gota gorda para que la bandera estuviera, casi siempre, en algún lugar del podio.
Es un triste final y no solamente porque fuimos eliminados por nuestro clásico rival, que fue muy superior, pero no hay que ser desmemoriados.
Ahora nos toca este presente y quienes estarán al frente a nivel dirigencia deberán unificar esfuerzos y criterios para que el básquetbol argentino se mantenga en la elite. No será tarea sencilla, seguramente que no, pero así empezó la “Generación Dorada” y tan mal no nos fue.