Tiempo de ballenas

Desde la playa del Doradillo o desde el Yellow Submarine, ver a los cetáceos en su hábitat natural es un regalo del cielo. En las costas de la Península de Valdés, los pingüinos ya anidan. Otro espectáculo sin igual.

Alguna vez leí que son las guardianas de la memoria de este planeta. Quizá ése sea el magnetismo inconsciente que despiertan en los seres humanos, ese conocimiento desde antes, desde siempre. Más allá de las leyendas, llegar a Puerto Madryn en setiembre y octubre se parece mucho a un regalo del cielo. Desde el primer vistazo al agua del Golfo Nuevo, en cuyo sitio más protegido se encuentra la ciudad, los ojos se esfuerzan por clavar la vista y el cerebro dice sí, están ahí. Se ven sus cabezas, las colas a lo lejos, los resoplidos, y Marta, nuestra guía, nos advierte que hay marea alta, que efectivamente están muy cerca. Los recién llegados sonreímos y nada más, tras dejar las valijas y sin dejar de mirar hacia el mar, las seguimos desde los ventanales del Hotel Territorio.

No hay tiempo que perder, El Doradillo, a 16 km del centro, es la playa pedregosa desde la cual se las ve juguetear a escasos metros. Seguramente habrá escuchado una y otra vez sobre la virtud de esta parte de la costa, en la que los autos paran y los vecinos como los turistas descienden, se sientan sobre la gruesa arena y disfrutan, sin pagar nada. Pero hay que estar ahí para comprobar, que a menos de 10 metros una madre con su cría se sacude las gaviotas del lomo y, entre tanto, se miman, la progenitora cuida a su ballenato -siempre resguardado contra la arena-  y nadan frente a la emoción de los mamíferos racionales que acudimos al encuentro con todo tipo de dispositivo para capturar el momento. Algunos minutos más tarde nos hallamos siguiendo a una dupla por la orilla, y aparece otra, y hay varias más hacia atrás. La amplitud de mareas es de casi 5 metros, por eso las vemos tan, pero tan cerquita en esta zona escalonada que les perite moverse con comodidad casi en la orilla. Atención que este avistaje costero es un privilegio que puede observarse hasta octubre; las jornadas de marea baja se ven más alejadas.

La panza blanca del bebé se muestra en las numerosas piruetas que realiza mientras sigue a su mamá. Ya la fiebre tecnológica se calma, hay silencio, se sabe que las ballenas Franca Austral son sensibles a los ruidos pero no hace falta que nadie indique bajar la voz: es el espectáculo el que enmudece. Con los pies descalzos hundidos entre piedritas suavizadas de tanto mar que las ha arrollado una y otra vez, con unos mates, y agradecidos de estar en esta tarde a orillas del Atlántico, el sol tiñe de dorado cuanto alcanza; todos rendidos ante la naturaleza que nos empequeñece.

Hacia la Península bendecida

Aproximadamente una hora separa Puerto Madryn de Puerto Pirámides, la única población en la Península de Valdés, aunque hay 57 estancias ganaderas -privadas- que producen lana. Desde que en 1999 se declaró al sitio Patrimonio Mundial de la Humanidad, Área Natural Protegida, la pesca y la minería son actividades vedadas. Cuentan que hacia 1898 llegó el primer hacendado con sus ovejas Merino y la adaptación no fue sencilla, ni antes ni ahora. Dicen que se necesitan 4 hectáreas por animal para su alimentación por la escasez de pasturas dadas las precipitaciones de penuria. La estepa patagónica con toda su aridez a corazón abierto se extiende, inmensa, desconociendo la ruta, al tiempo que los arbustos bajos le pelean al viento eterno su supervivencia.

¿Pero qué tiene esta latitud, la 42, que tanta riqueza pregona? Un parate en el Centro de Interpretación es necesario para -entre paneles, restos fósiles y gigantografías- comenzar a aprender la vastedad. La isla de los Pájaros es uno de los tesoros que, con marea baja, se podría caminar hacia ese pedazo de tierra hogar de aves migratorias, que con su forma de boa que se comió a un elefante, o de sombrero, como el lector prefiera, protege la avifauna que en ella crea su hogar.

Al ras del camino, el paisaje chato y esquivo se ve alterado por algunas maras, o por los arbustos móviles, en realidad choiques que se disfrazan del entorno, y algún pichi. La soledad toma relevancia en estos parajes en los que la presencia humana circula con los turistas, pero adentro hacia los campos privados apenas un paisano cuida enormes perímetros. La radio local, la 520 LV 20 oficia de conector, con el programa "Mensaje al poblador rural" propicia momentos en que la privacidad se hace pública y la solidaridad, una marca del lugar.
Puerto Pirámides rebota como una alucinación, a la nada le sobreviene el ajetreo de autos y camionetas que traen visitantes, las embarcaciones que prevén los avistajes a punto de zarpar. Algunos alojamientos, tiendas de suvenires y ese hotel mítico en el que se rodó "La puta y la Ballena" y que nos hace mirar al cielo por si alguna avioneta llega a estos confines con novedades.

Avistaje bajo el agua

En el local de Yellow Submarine nos dicen que tenemos suerte, hoy sale el semi sumergible, hay excelente tiempo y buena visibilidad. ¿Ballenas? Nos hacen mirar hacia al agua y allí sus rostros se asoman. La particularidad de esta embarcación es que permite observar a los cetáceos desde la cubierta -como en un avistaje normal- o desde la cabina bajo el agua, a modo de exploradores de los mares, de intrusos, curiosos y privilegiados seres que se colocan chalecos salvavidas para asistir a un espectáculo que jamás olvidarán. Los fanáticos de Jacques Cousteau y de su Calipso, con el submarino pequeño que me tocó ver en la puerta del Museo Oceanográfico de Mónaco, felices.

La marcha hacia el Yellow se da entre hipótesis y banalidades, no sabemos bien qué esperar, pero vamos a sorprendernos. Un tractor es el que inserta el semi sumergible en las aguas mansas del golfo hasta que en un lento proceso lo deja flotar y hundirse en un celeste turquesa que ciega las ventanillas al ritmo del aumento de la ansiedad. Por altoparlante nos dicen que hay varios ejemplares alrededor, que no hablemos fuerte pues ellas nos escuchan, que nos indicarán el lado verde (izquierda) o el rojo (derecha) para ver a las Franca Austral en su hábitat natural. Alguien advierte una sombra gigante, y agudizamos la vista. Efectivamente una madre con su cría se acerca. Pegamos las cabezas a los vidrios, las cámaras también, y ellas pasan abstraídas de nuestra presencia.

Algunos van hacia arriba a verlas desde la superficie, otros esperan. La voz del capitán indica la zona verde y todos viramos a ese sector, la panza blanca del ballenato, sus movimientos ágiles se desdibujan en el cuerpo enorme de su madre. Las callosidades de la cabeza y su pequeño ojo a escasos 40 centímetros, deja sin aliento. Desencajados tomamos fotos, pero nadie logra captar la amplitud del mamífero que llega a medir hasta 17 metros y pesar 40 toneladas.

Transitan ambas hacia el otro lado del Yellow por debajo, y cambiamos de lugar para seguirlas, y otra vez el mismo juego, que nos maravilla. Se percibe un golpe, quizá un coletazo que es una especie de guiño, como un “es verdad estamos acá, créanlo”.

La embarcación arranca motores en búsqueda de más cetáceos, a los minutos los apaga. Hay que aguardar. De pronto uno, dos, tres y de distintos tamaños, el guía y los pasajeros confundidos. Pronto nos enteramos que somos testigos de un evento extraordinario. La cópula entre un macho y una hembra que aún amamanta a su cría. En el video registrado por Los Andes, se ve claramente a los 3 cetáceos (ver aparte). Los biólogos presentes en la embarcación se asombraron tanto como los turistas pues hasta el momento se creía que la Franca Austral llega a las aguas argentinas a copular un año, al siguiente a parir, al tercero a destetar a su cría y el cuarto es de "descanso" dado el desgaste de energía que le significa el cuidado parental.

Al ver la cópula de la ballena que aún alimenta a un ballenato de aproximadamente 4 meses, los investigadores intentaban trazar hipótesis acerca de la situación de la que no tenían registro. Los científicos tomaron fotos de los ejemplares, especialmente de las callosidades que permiten identificarlos a modo de "huellas digitales" para realizar su seguimiento durante la actual temporada y el año próximo. Por el tamaño del macho -joven o sub adulto- una de las presunciones es que la madre accedió al acto reproductivo para proteger a su cría. 
Más allá de cualquier especulación, la realidad superó cualquier expectativa. La emoción invadió la cabina en la que unos 40 pasajeros y la tripulación seguían cada movimiento en el mejor retrato de un universo subacuático y de uno de sus habitantes, ese mamífero que aún genera muchos interrogantes. Ellos en su lugar en el mundo, siguen sus vidas y persiguen la subsistencia de su especie. Nosotros, excepcionales testigos casuales, otra vez empequeñecemos ante la magnitud que natura expresa frente a nuestros ojos.

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