Thomas Merton nació en Francia hace exactamente un siglo, en 1915. Creció en el país galo y en Inglaterra y cursó sus estudios universitarios en los Estados Unidos, en la Universidad de Columbia.
Tras terminar una maestría en Literatura, y en medio de un proceso de conversión religiosa, viajó a Cuba. A su regreso al país del Norte, en 1941 decidió ingresar al monasterio cisterciense de Getsemaní en Louisville, en el estado de Kentucky. Con el nombre de Padre Louis pasaría allí el resto de sus días, hasta que durante un encuentro monástico en Tailandia murió accidentalmente, en 1968.
Los 27 años que pasó en un monasterio de clausura perteneciente a la Orden Cisterciense de Estricta Observancia (OCSO) no lo alejaron del mundo sino que, paradójicamente, lo acercaron a los eventos, movimientos y personajes más relevantes de la historia americana y mundial de la segunda mitad del siglo XX.
Merton escribió poemas. Y escribió una autobiografía monumental. Y libros de misticismo que son reconocidos como magistrales en diversas tradiciones religiosas y místicas. Y escribió ensayos. Trabajos de crítica literaria. Manifiestos pacifistas. Cartas a sus pares religiosos, y a los que no lo eran. A intelectuales, escritores y activistas políticos y sociales, a muchos de los cuales, además, recibió en el convento.
Entre las figuras reconocidas mundialmente con quienes se escribió figuran el ruso Boris Pasternak, el polaco Czeslaw Milosz, el japonés Daisetsu Teitaro Suzuki, el francés Jacques Maritain, y un larguísimo etcétera. Sus connacionales Lawrence Ferlinghetti, James Baldwin, William Carlos Williams y Henry Miller estuvieron entre sus corresponsales. Entre los latinoamericanos, sus más cercanos amigos fueron el nicaragüense Ernesto Cardenal, el chileno Nicanor Parra, el cubano Cintio Vitier.
De Argentina, Miguel Grinberg y Victoria Ocampo (con quien mantuvo una asidua correspondencia, además de colaborar repetidas veces en la revista Sur), fueron dos de sus contactos más queridos. La interminable lista de sus corresponsales puede consultarse en la página del Merton Center, el reservorio de toda la obra de Thomas Merton (www.merton.org)
¿Por qué un hombre que eligió en un momento de su vida la clausura se abrió al mundo que lo circundaba, sin abandonar el claustro, pero llegando a millones de personas a través de sus escritos?
En 1958 Merton tuvo una experiencia mística durante una breve visita al centro de Louisville. En una (hoy) famosa esquina, la de las calles Cuatro y Walnut, se dio cuenta de que el mundo que lo rodeaba y todos quienes lo habitaban, no eran extraños, sino miembros de la raza humana igual que él. La separación que el claustro imponía era ilusoria, y la verdadera vocación era la de esa humanidad compartida, que lo llevaría por el camino del humanismo.
A partir de ese momento, Thomas Merton comenzó a intercambiar cartas con otros escritores e intelectuales, se involucró en el Movimiento por los Derechos Civiles que lideraba Martin Luther King, se manifestó en contra de la carrera armamentista nuclear y de las guerras que llevaba adelante su país, y profetizó que una vez que se destruyeran mutuamente los dos gigantes que se enfrentaban en la Guerra Fría, el futuro de la humanidad se hallaría en los pueblos al sur del Ecuador.
La relación de Merton con Latinoamérica puede ser definida como una historia de admiración, amor y nostalgia por una tierra que, salvo en su viaje a Cuba en 1940, nunca visitó. Su conocimiento de Sudamérica le llegó a partir de la amistad con Ernesto Cardenal (quien fuera novicio en Getsemaní en la década de 1950), de los libros que le enviaban sus amigos (el nicaragüense José Coronel Urtecho, por ejemplo, le hizo llegar una edición del Martín Fierro); y de las cartas que intercambió con intelectuales, escritores y poetas cubanos, mexicanos, nicaragüenses, venezolanos, chilenos y argentinos.
Admiraba de tal modo la poesía latinoamericana, que en repetidas ocasiones afirmó sentirse más cerca de estos autores que de los poetas estadounidenses. Sentía esa afinidad porque, según decía, en Latinoamérica la voz de los poetas tiene que ver con la vida, y la poesía que emerge es espontánea, humana, vital.
En sus últimos años, fue descubriendo que el camino para la paz, el entendimiento y la plenitud de la existencia humana se hallaba en el diálogo entre culturas (un aspecto que ya había desarrollado en sus traducciones literarias del español, portugués, francés, latín y griego) y en el diálogo religioso.
Su acercamiento a la antigua filosofía china se reflejó en su libro El camino de Chuang Tzu, una versión poética de la obra del pensador oriental del siglo IV a.C. Otro hito significativo en el acercamiento de Merton a tradiciones no occidentales se dio en su encuentro con el Dalai Lama en India, donde el líder budista vivía exiliado, durante el viaje final de Merton.
Merton escribió libros místicos que aun hoy se consiguen en las librerías religiosas. Pero también fue un monje que puso a sus novicios rezar por la revolución nicaragüense en 1959, afirmó que su mayor deseo era convertirse en un poeta guaraní, espetó que Fidel Castro representaba el gran signo de pregunta en la base de la “democracia” (así, entre comillas lo escribió) de los Estados Unidos y, por sobre todo, dejó un legado literario, ideológico y vital que sigue resonando hoy, cien años después de su nacimiento, y casi medio siglo después de su muerte.
* Marcela Raggio es Profesora Titular de Literatura Británica y Literatura Norteamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCuyo, e investigadora del CONICET. Dirige la Maestría en Literaturas Contemporáneas en Lengua Inglesa, y es estudiosa de la obra de Thomas Merton. Ha publicado los libros "La cuestión de la identidad en las literaturas étnicas norteamericanas", "Imaginario y autorreferencialidad en William Faulkner y Gabriel García Márquez", "Leonardo Favio: cine argentino de antihéroes" y "Poesía inglesa y poéticas de la traducción".