Carlos Tevez rompió el silencio. A tres días de las elecciones que definirán su futuro -como el de tantos otros-, el Apache se sentó con Alejandro Fantino y habló de todo. Incluso de lo que hasta ahora no había querido hablar, como por ejemplo la verdadera causa de su salida de Boca a finales de 2016 o el hecho que, a su entender, produjo un quiebre en la relación con Guillermo Barros Schelotto, por entonces su entrenador.
Mientras trabaja para dejar atrás el desgarro que puso fin a su semestre futbolístico, y atento a lo que suceda con el sillón presidencial este domingo, el jugador del pueblo, como se lo conoce, dijo que quiere "seguir en Boca hasta de utilero" y que no importa si el que lo llama es Burdisso o Riquelme. Él igual va a estar para continuar. Porque Boca, según comentó, es lo único que lo mueve.
Justamente eso, su amor por Boca, fue lo que lo llevó a irse a China en 2016: "La verdad es que me dolió mucho cómo perdimos la semifinal (NdeR: de la Libertadores, frente a Independiente del Valle). Yo estaba que volaba, en mi mejor momento, y no poder ganar esa Copa, que se veía accesible, fue una gran frustración para mí. No quería saber más nada con jugar. Me fui a China por haber perdido esa Copa. Sentía que era el momento de ganarla. Me junté con Daniel (Angelici), con Guillermo (Barros Schelotto), jugamos los últimos cinco partidos que nos quedaban y les pegamos un baile a todos. Pero a la vez me sentía vacío. Porque yo sentía que había ganado la Libertadores y, al no ganarla, y prepararme tan bien, fue una frustración muy grande. Entonces llegó esa oferta. No me fui por plata. ¿A qué iba a ir? Me fui porque estaba vacío. Sentía que si me quedaba me fallaba a mí mismo y le fallaba al club. A mí no me movía un pelo. Nada. Ya tenía mi vida hecha".
Además, el quiebre en la relación con el Guillermo estuvo relacionado a esa salida. Carlitos, autocrítico como nunca, asumió haberla pifiado con el Mellizo: "El último partido en la Bombonera antes de que me fuera a China, la gente cantaba que no me fuera. Yo había tomado la decisión de irme pero no tenía el contrato firmado. Mi familia me apoyaba. Terminaba el partido, yo llorando, sabiendo lo que venía, me siento en un lugar y me dicen: 'Carlos, está tu familia afuera del vestuario esperándote'. Salí con los ojos llorosos y estaba Florencia, mi hija, y Vane, mi esposa. 'Papá no quiero que nos vayamos', me dijo. Nos abrazamos llorando. Ahí estaba el vestuario del DT: hay un hall.
Estábamos ahí. Cuando se fueron me metí al vestuario de Guillermo. Estaba él y Gustavo. ‘Si estás haciendo el equipo, creo que me quedo’, le dije llorando, todavía emocionado por lo de mi hija. ‘Bueno, ¿estás seguro?’, me preguntó. Y le respondí que sí, que me iba a quedar. Quedamos así. Pero pensándolo más frío, ya en casa, me di cuenta de que seguía sintiendo lo mismo. Lo más fácil era quedarme, salir campeón local, pero me fallaba a mí. Y ahí hubo un quiebre. Porque (Guillermo) armó el equipo pensando que yo me quedaba y yo no lo volvía a llamar. Nunca le avisé que me iba. Ahí se quebró la relación”.