La destrucción de tesoros arqueológicos en Siria por parte de las milicias yihadistas le imprime una cuota de horror adicional a la guerra que se libra en esos territorios bajo la mirada fría de Occidente.
La semana pasada, la demolición del templo de Baal Shamin, en la antigua ciudad de Palmira, fue rápidamente repudiada por la Unesco y por varios gobiernos occidentales que condenaron este hecho vandálico.
El templo, de 2000 años de antigüedad, era el segundo monumento más importante en la estructura de dicha ciudad, considerada Patrimonio de la Humanidad. Y en los últimos días destruyeron el templo más famoso.
Los hechos recuerdan a las estatuas de los Buda de Bamiyán, excavadas en la roca de un acantilado en el centro de Afganistán, que fueron destruidos por la milicia talibán en marzo de 2001.
Sin embargo, la demolición de tesoros arqueológicos no es atributo de una sola religión, ya que durante siglos se acusó a los cristianos de quemar la antigua biblioteca de Alejandría en Egipto, hasta que la obra fue reinaugurada el 16 de octubre de 2002.
También el régimen nazi destruyó varios tesoros artísticos y durante la llamada Revolución Cultural China, entre 1966 y 1976, se quemaron obras de arte que no agradaban por su ideología, entre ellas pinturas budistas y libros.
En 2003, durante la invasión de Estados Unidos a Irak, un total de 15.000 obras de arte fueron robadas del museo de Bagdad, entre otros hechos deleznables.
Tampoco es la primera vez que los yihadistas derriban obras arqueológicas, dado que anteriormente destruyeron a golpe de martillo unas estatuas asirias del siglo VII a.C., durante la ocupación de la ciudad de Mosul, en el norte de Irak.
El 21 de junio, las milicias del EI pulverizaron dos santuarios en Siria que consideraban sacrílegos, y el vocero de este grupo, Abu Mohammad Al-Aduani, llamó a los sunitas de Irak a levantarse contra la dominación de los chiítas. Pero fue la destrucción del templo de Baal Shamin lo que provocó la reacción inmediata de la Organización de las Naciones Unidas para la Cultura y la Educación (Unesco), que calificó el hecho como “un crimen de guerra” y dijo que sus responsables deberían responder por sus acciones ante la justicia.
La demolición de tesoros arqueológicos va acompañada por el avance incesante del EI, que creó un califato entre Bagdad y Damasco para aplicar una versión primitiva de la sharia, ley islámica. Hasta el momento, se estima que más de la mitad del territorio de Siria se encuentra ya en poder los yihadistas, luego de que este grupo capturara la ciudad de Palmira el pasado 20 de mayo.
Para Sergio Caplan, investigador del Centro argentino de Estudios Internacionales (CAEI), “la destrucción de tesoros arqueológicos es una respuesta cultural, una demostración de que se está en contra de Occidente”. “Necesitan algo extra para obtener la atención del resto del mundo. Ellos quieren que sobresalga su religión y su punto de vista. Van a seguir avanzando. Por más países que se unan para combatirlos, creo que no se está atacando el problema de raíz”, dijo Caplan.
La barbarie del EI no respeta a nadie: recientemente fue decapitado Khalid al-Assad, de 83 años, quien se desempeñaba como guardián de esos tesoros arqueológicos en Palmira. Este funcionario, que era un pionero de la arqueología siria, se negó a revelar el lugar donde están enterrados muchos tesoros artísticos.
El avance yihadista está provocando uniones inesperadas, como un acuerdo técnico entre Estados Unidos y Turquía para que la aviación turca comience a participar en los bombardeos contra el EI. Desde setiembre pasado, cuatro países árabes (Arabia Saudita, Bahrein, Jordania y Emiratos Árabes Unidos) integran junto con EEUU y Canadá, la campaña contra las milicias islámicas en Siria.
“El estado islámico no está solo para perjudicar el patrimonio cultural; otros grupos rebeldes, así como el gobierno del presidente sirio Bachar al Assad, han tomado parte en los ataques bombardeando y destruyendo decenas de sitios arqueológicos debido a sus necesidades ideológicas o militares”, señala en un artículo editorial del diario The Washington Post.
“Lo que se está destruyendo en Siria, y en las provincias devastadas por la guerra en Irak, es la memoria misma: los mundos antiguos y las asombrosas ruinas son literalmente irreemplazables; su pérdida es irreversible”, afirmó el matutino.