Basta che, basta
Mi alien ama a Google Trends, él (o ella, realmente no sabemos) cree que las palabras son importantes. Buscando descubrió que la palabra “linchamiento” alcanzó su pico de popularidad máxima en la web durante el año 2004; el incidente que dispara esa estadística es conocido como “el linchamiento de Tlahuac”; en ese poblado mejicano, un 24 de noviembre a las nueve de la noche, cientos de habitantes de San Juan Ixtayopan mataron a golpes, y prendieron fuego, a dos agentes de la Policía Federal Preventiva. Dos policías.
Gore Vidal escribió -según ella misma- la primera historia de un extraterrestre que llega a la tierra a convivir con seres humanos; seres humanos que se encuentran en el trance permanente de estar explicando al neófito alien las razones y estructuras de nuestra sociedad. Como MorK, como Alf, como Mi marciano favorito.
Desde hace unos días estoy teniendo problemas para explicar a mi extraterrestre algunas cosas que pasan en nuestro planeta.
La publicidad de teléfono postula que la libertad puede ser comer diez cucharadas de dulce de leche. Entonces tengo que sentarme a explicar que no. Que una chica hipster acomodada pudiendo comer no es una idea correcta de libertad. Aunque sí, en otras partes -no en la tele-, comer puede ser un acto libertario.
¿Sentir la libertad es parte de alguna prisión que escapa a nuestro entendimiento? ¿Cómo es posible que en el siglo 19 era “seamos libres, que lo demás no importa nada” y 200 años después es “la libertad es usar la púa como escarbadientes”? Tan difícil es de explicar la libertad como la justicia.
Hay una relación histórica entre la libertad y la propiedad privada, soy libre cuando tengo propiedad privada; si no, soy esclavo.
En 1990 un ingeniero llamado Santos sintió eso, que su libertad estaba coartada, que sus pasacassetes no estaban protegidos (le habían robado 12 pasacasetes en su vida).
Mi alien encuentra el video en youtube del noticiero que cubre el caso de “El justiciero Santos” y detiene sus órganos de percepción en la señora (allegada a Santos) que dice: “ustedes comprendan, le han limpiado la casa dos veces, no puede estacionar el auto porque le robaron 14 veces, los chicos ya no pueden jugar en el patio, ya no se que puede pasar, ya estamos con miedo también”.
Santos vio cómo dos ladrones robaban su pasacasete número 13, los siguió en su auto (junto con su esposa), y gatilló dos veces contra los ladrones (desarmados), dos tiros certeros: uno en la cabeza de cada ladrón. Tres años de prisión en suspenso, sentenció la justicia de entonces.
Le cuento a mi alien que en la tierra tenemos algo llamado literatura y que se diferencia en algunos puntos de la realidad, y la historia de esa literatura en nuestro país comienza con la escenificación de un linchamiento en “El matadero” de Echeverría, y esa escena tiene un eco en el cuento de Borges “La fiesta del monstruo”, donde un judío es asesinado despiadadamente por los muchachos de Perón. Mi alien encuentra, en los tweets del escritor Diego Grillo Truba, un tercer eco de esa turba desaforada y monstruosa que se resume en la imagen de sangre que brota como río, y que no es suficiente para detener la violencia. Pero Twitter no es literatura, alien.
Dice el muchacho peronista de Borges: “Nosotros nos desfogamos un poco más con pedradas que ya no le dolían”.
Dicen los tweets de Diego Grillo Truba: “Cada vez que el pibe daba signos de que recuperaba la consciencia, alguien salía de la multitud y le pateaba la cara”. “Un pibe, veintipico, barba larga, rapado, planteaba que era de cagones pegarle al pibe entre todos. Peguémosle de a uno, nos turnamos”.
Nada es algo sin video. Mi alien, un tanto hastiado de tanta civilización y tanta barbarie, finalmente encuentra el video del linchamiento en Rosario. Una patada, dos, en la cabeza de un cuerpo que yace horizontal sobre el asfalto y la voz, agria y enojada, de una señora que dice: “Basta che, basta” se mezcla con otra voz de hombre que grita: “Quedate ahí”.