Con un entusiasmo que a veces envidio, el “Negro” siempre está dispuesto a charlar sobre fútbol (su gran pasión) y es recurrente en nuestras conversaciones que salga el tema de su querido “Poliguay”, un equipo que formó desde cero junto a un grupo de jóvenes que también aman el deporte más lindo de todos y encontraron en ese polideportivo de Guaymallén el escenario para llevar a cabo los entrenamientos y los partidos oficiales.
Horas previas a la fatídica final, mandó por Whatsapp (como se estila ahora) un mensaje a nuestro grupo de amigos, recordándonos que más tarde jugaba la final ante San Martín y pidiéndonos que fuéramos a verlo, que lo acompañáramos en su aventura deportiva que lo llevó, después de mucho esfuerzo, a disputar el partido decisivo frente al equipo del este, que es el “cuco” de la categoría.
El fútbol es una parte importante de su vida y los que lo conocemos sabemos que es así, por eso su esposa y su hija de sólo tres años suelen acompañarlo en cada partido importante, algo que cualquier familiar haría con sólo comprender la magnitud que representa el apoyo para cualquier deportista. Anoche también asistió al partido otro de mis mejores amigos, quien además es el padrino de la hija del “Negro”.
Le respondí por la misma vía (pero de manera personal) que no iba a poder ir, pero que le deseaba lo mejor y que me mandara una foto y el nombre de sus compañeros en caso de quedarse con el título para escribir algo y darle mayor difusión al logro. Me respondió que anoche era sólo la ida y debían disputar la vuelta algunos días después en el polideportivo Gustavo “Torito” Rodríguez de San Martín.
Luego del evento social al que asistí ayer por la noche, comencé a leer por las redes sociales como algunos de mis contactos hablaban de una muerte relacionada con el deporte, del cese de la violencia en el fútbol y sobre la locura instalada en la sociedad.
Tras varias actualizaciones más de mi celular pude conocer preliminarmente los hechos y relacionarlos con el lugar y la hora en el que dos de mis mejores amigos (uno con su familia) se encontraron en el medio de un tiroteo que dejó como saldo una muerte inentendible.
Rápidamente llamé a uno de ellos para saber si estaban bien y, con una incredulidad latente, pudo relatarme algo que logré comprender como un enfrentamiento más entre asesinos que se escudan con simbología de clubes de fútbol.
Resulta inútil nombrar a los clubes que supuestamente “representaban” esos malvivientes, pero el grupo que ingresó al polideportivo y abrió fuego contra la gente, presuntamente lo hizo con el argumento de apoderarse de algunos elementos (banderas o bombos) que la facción presente en el estadio tenía para apoyar al equipo local.
Minutos más tarde y con la tranquilidad de que mi gente cercana se encontraba sana y salva, los medios comunicaron el nombre de la víctima: Gustavo Pelegrina.
El nombre resonó y dio vueltas por mi cabeza varias veces hasta que me di cuenta de quien se trataba.
Gustavo era un joven de Kilómetro 11, o al menos siempre lo relacioné con ese distrito pegado al Rodeo de la Cruz en el que me crié y aún vivo. Tuve la oportunidad de cruzar algunas palabras con él, nos enfrentamos en algún “picado” de sábado por la tarde y en algún momento dialogué un buen rato con uno de sus hermanos.
Él integraba el equipo de San Martín de Porres, un grupo de fútbol que también se armó desde cero, que juega de local en el polideportivo del colegio Santa Rosa de Lima y que cuenta con otros ex alumnos de esa institución y con jóvenes que han jugado futsal en Deportivo Guaymallén o han estado ligados a ese deporte.
No puedo decir que lo conocí, pero si supe quién era; estoy convencido de que tenemos varios amigos en común: en Rodeo y en el “11” no somos tantos.
Con el impacto a medio absorber, comencé a pensar en la irracionalidad de algunas personas, en la injusticia y en la mala fortuna de Gustavo al ser el blanco de un disparo cobarde y sin sentido.
Pero sería hipócrita negar que me sentí mucho más movilizado cuando advertí que la tragedia pudo afectarme de una manera más directa.
Esa persona impunemente asesinada pudo ser el “Negro”, su esposa, su hija de tres años o mi otro amigo quien decidió asistir a la final. De sólo pensarlo se me anuda la garganta.
Pero también pude haber sido yo, que me quedé con ganas de ir y que desde hace rato le debo al “Negro” mi presencia en uno de sus partidos. U otro de mis amigos íntimos que también estuvo a punto de asistir.
El destino quiso que fuera Gustavo, que es tan amigo de sus amigos, hermano de sus hermanos, padre de sus hijos e hijo de sus padres como cualquiera. O tal vez más, porque entiendo que poseía una personalidad que lo hacía mucho más querible.
Por eso hoy, Gustavo somos todos, los que amamos el fútbol y los que no, porque claramente vimos que pudimos ser cualquiera de nosotros.
Hoy nos mataron a todos, aunque el dolor y la impotencia parezcan sólo posesión de sus familiares y amigos.
Hoy 27 de diciembre de 2013 cumplo 27 años, pero no tengo ganas de celebrar.