¿Tenemos el valor de detener esto?

“Hemos sufrido demasiadas tragedias de este tipo en los últimos años”, señaló con lágrimas en los ojos el presidente Barack Obama en una declaración por televisión. Tiene razón, pero la solución no es solamente llorar por las víctimas, es cambiar las polí

¿Tenemos el valor de detener esto?

En la horrorosa situación después del tiroteo en una escuela de Connecticut, una idea me brota en la mente: ¿por qué no podemos regular las armas tan seriamente como regulamos los autos?

La razón fundamental de que los chicos mueran en matanzas como ésta no es que haya lunáticos o criminales -los hay en todos los países- sino que padecemos la imposibilidad política de regular las armas de fuego.

En Estados Unidos, los niños de cinco a catorce años tienen trece veces más posibilidades que los niños de cualquier otro país industrializado de morir asesinados por arma de fuego, de acuerdo con David Hemenway, especialista en salud pública en Harvard que escribió un excelente libro sobre la violencia con las armas.

Así que tratemos a las armas de manera racional, en el centro de una crisis de salud pública que cobra una vida cada 20 minutos. No es realista pensar que se van a proscribir las armas en Estados Unidos, pero sí se pueden tomar medidas para reducir esa carnicería.

Los niños que van a la escuela en Estados Unidos están protegidos por códigos de construcción que rigen escaleras y ventanas. Los camiones escolares deben cumplir ciertas normas de seguridad y sus choferes deben aprobar exámenes. Los alimentos en las cafeterías escolares están regulados para que sean higiénicos. En lo único en que al parecer somos laxos es en aquello con más posibilidades de matar.

La Agencia de Seguridad y Salud Ocupacionales tienen 5 páginas de regulaciones para escaleras, mientras que las autoridades federales se encogen de hombros ante un control serio de armas de fuego. Las escaleras matan a 300 estadounidenses al año, mientras que las armas de fuego matan a 30.000.

Incluso se regulan las armas de juguete, con el requerimiento de que la punta sea anaranjada. Pero los legisladores no tienen las agallas para enfrentarse a los extremistas de la Asociación Nacional del Rifle (NRA) y regular las armas de verdad tan cuidadosamente como las de juguete.

¿Qué podemos pensar del contraste entre los heroicos profesores que se enfrentan a un pistolero y los políticos cobardes e irresponsables que no se enfrentan a la NRA?

Como comentó uno de mis seguidores en Facebook después de que yo escribí sobre el tiroteo: “Es más difícil adoptar una mascota que comprar un arma”.

Miren, yo crecí en una granja en Oregón, donde las armas eran parte de la vida. Mi padre me regaló un rifle 22 cuando cumplí 12 años. Lo entiendo: ¡Disparar es divertido! Pero también es divertido conducir un auto y todos aceptamos que debemos usar el cinturón de seguridad, encender las luces de noche y llenar formularios para comprar un auto. ¿Por qué no podemos ser igualmente maduros a la hora de regular las armas?

Y no me vengan con que eso no significaría nada pues los locos siempre tendrán forma de conseguir una pistola. No vamos a eliminar las muertes por armas, como tampoco hemos eliminado los accidentes de autos. Pero si pudiéramos reducir las muertes por armas en una tercera parte, eso representaría 10.000 vidas salvadas al año.

Del mismo modo, ni se molesten en señalar el argumento de que si más gente portara armas eso disuadiría o interrumpiría a los gatilleros. Los causantes de masacres por lo general se suicidan o son capturados rápidamente, así que es difícil pensar que se reforzaría la disuasión si hubiera más gente que portara armas.

En Estados Unidos ha habido muy pocos casos, si es que los ha habido, en los que un ciudadano común armado detiene una matanza colectiva.

La tragedia no es una matanza en una escuela, es la incesante cuota que se paga en todo el país. En seis meses mueren más estadounidenses por armas, asesinados o suicidados, que todos los que han muerto en los últimos 25 años en ataques terroristas y en las guerras en Afganistán e Irak.

Entonces, ¿qué podemos hacer? Un punto de partida sería limitar la venta de armas a una al mes, para controlar a los traficantes de armas. Del mismo modo se podría restringir la venta de recámaras de alta capacidad, para que el gatillero no pueda matar a tanta gente sin recargar.

Se debe imponer una comprobación universal de antecedentes a los compradores de armas, incluso en caso de ventas privadas. Que los números de serie sean más difíciles de borrar y habría que respaldar a California en su propuesta de obligar a que las nuevas armas impriman un microsello en cada casquillo, para que éstos puedan rastrearse con precisión.

“Hemos sufrido demasiadas tragedias de este tipo en los últimos años”, señaló con lágrimas en los ojos el presidente Barack Obama en una declaración por televisión. Tiene razón, pero la solución no es solamente llorar por las víctimas, es cambiar las políticas. Queremos ver liderazgo en este asunto, no sólo discursos conmovedores.

Hay países que muestran el camino. En Australia, en 1996, una matanza colectiva de 35 personas galvanizó al primer ministro conservador del país para proscribir ciertas armas largas de disparo rápido.

El “acuerdo nacional de armas de fuego”, como fue conocido, permitió la recuperación por compra de 650.000 armas y el establecimiento de reglas más estrictas para la licencia y el almacenamiento de las que quedaron en manos públicas.

La ley no proscribió la propiedad de armas en Australia. Pero sí redujo el número de armas de fuego en manos privadas en una quinta parte. Y se trató del tipo de armas que más probablemente se usarían en matanzas colectivas.

En los 18 años anteriores a la ley, Australia sufrió 13 matanzas colectivas. Y no ha sufrido ninguna en los 14 años después de que la ley entró en pleno vigor. El índice de asesinatos con armas de fuego se ha reducido en más de 40 por ciento, según datos recopilados por el Centro de Investigación y Control de Heridas de Harvard, y el índice de suicidios con arma de fuego se redujo en más de la mitad.

También podríamos mirar al norte, a Canadá. El país ahora requiere un periodo de espera de 28 días para comprar un arma e impone una inteligente salvaguardia: el comprador de armas debe tener el apoyo de dos personas que lo avalen.

Y para el caso podríamos buscar inspiración en nuestra propia historia sobre la seguridad automovilística. Al igual que con las armas, algunas muertes por auto son causadas por personas que rompen las leyes o se portan de manera irresponsable. Pero no nos encogemos de hombros y decimos: “Los autos no matan gente; los borrachos la matan”.

Más bien hemos requerido el uso del cinturón de seguridad, las bolsas de aire, los asientos para bebés y normas de seguridad en caso de choque. Se han establecido licencias limitadas para conductores jóvenes y se ha tratado de limitar el uso del teléfono celular mientras se maneja. Todo esto ha reducido el índice de fatalidades en el tránsito por milla recorrida en casi 90% desde los años cincuenta.

Algunos de nosotros estamos vivos ahora gracias a esas regulaciones de seguridad para los autos. Y si no tratamos a las armas de la misma manera seria, algunos de nosotros y de nuestros hijos van a morir porque no lo hicimos.

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