Opinión
El inquietante encanto del caos
Papelones, agresiones, discursos delirantes, peleas con insultos, pronunciamientos desopilantes, posicionamientos de lunático extremismo no son la excepción sino la regla en el gobierno de Milei.
Papelones, agresiones, discursos delirantes, peleas con insultos, pronunciamientos desopilantes, posicionamientos de lunático extremismo no son la excepción sino la regla en el gobierno de Milei.
Los españoles tuvieron su pacto de la Moncloa. Nosotros tuvimos nuestro pacto de Olivos. En principio los objetivos del acuerdo español parecen más altruistas que los del argentino, ya que en la Moncloa lo esencial fue consolidar una democracia aún frágil mientras que en Olivos el punto central fue la reelección de Carlos Menem. Pero con el paso de los años, la historia separa lo coyuntural de lo trascendente y un poco de eso queremos hablar ahora que se cumplen 30 años de nuestra reforma constitucional.
El primero que debe dar el ejemplo para asegurar la convivencia civilizada entre los argentinos es el presidente. Y eso no está ocurriendo hoy en nuestro país.
La escena venezolana es tan absurda que deja en un segundo plano a las escenas más vergonzosas de la decadente comedia política argentina.
“Intratables” fue un programa televisivo exitoso porque supo farandulizar la política. Donde todos se peleaban con todos y nadie escuchaba al otro. Fue la plataforma de lanzamiento mediático de Javier Milei. El hombre llegó a la presidencia con esa lógica televisiva pura y le sirvió mucho para ganar. Pero no le servirá para gobernar, como se vio esta semana, donde su protegido, el joven maravilla Santiago Caputo le armó un clima “intratable”, confundiendo batalla cultural con agresiones e insultos mediáticos generados por una banda de impresentables. Por lo que el Congreso, en parte como respuesta a esa actitud, les votó todo en contra, incluso sus aliados.
Las revelaciones públicas sobre posibles hechos de violencia por parte del expresidente Alberto Fernández hacia su ahora expareja Fabiola Yáñez, se suman a la causa de los seguros para dar un cariz escandaloso a la gestión anterior y empañar la imagen pública de honestidad que proyectaba Fernández. Lo que contribuye a fortalecer la sensación de cambio de época generada por el gobierno libertario de Milei y, de paso, justifica y confirma sus diatribas contra la casta política. Es un clima enrarecido, con efluvios de podredumbre, en el que a los sentimientos de ansiedad frente el futuro y angustia por la situación económica, se agrega ahora la indignación moral.
El Poder Ejecutivo nacional debería poner límites a los insistentes calificativos con que se suele acusar a quienes votan distinto. Hay que tener en cuenta que el desprecio sistemático por los adversarios políticos puede conducir a una tentación de uso autoritario del poder.
Una sociedad frustrada, enfadada, estafada durante un largo tiempo por su dirigencia necesita no solo un cauce para manifestar sus broncas, sino que también requiere sanar, recuperar la esperanza en el futuro, encontrar formas de convivencia pacífica, discrepar con respeto, alejar temores, terminar con odios y rencores.
Estas peleas que venimos viendo en Mendoza desde que el hegemonismo cornejista unido va deviniendo en hegemonismo mileista dividido, es también una de las grandes debilidades del armado nacional del partido de gobierno. Como que todos lanzaran loas a Milei pero debajo de él, la tempestad.
Tan difícil como creer que no sabía de los negociados de Néstor Kirchner, es creer que Cristina Fernández en estos años no sabía lo que ocurría en la escabrosa intimidad de Olivos.
Frente al culebrón político y al enorme lodazal en el que vivimos, recordar los ideales éticos de nuestro más grande hombre en este nuevo aniversario, quizá nos ayude a sobrellevar un poco tanta decadencia, a la espera de poder inspirarnos, para reconstruir nuestra Patria, ayudados por su ejemplo de vida.
la crisis política y social pone de relieve los azotes que padecen las democracias contemporáneas al develar la tensión entre los principios y reglas que las dotan de legitimidad y las prácticas, procedimientos o mecanismos que corroen el lazo representativo entre gobierno, pueblo o ciudadanía.
Es entendible y también elogiable que el sector del empresariado que tuvo como portavoz, en este caso, al titular de la Cámara Argentina de Comercio, haya optado una vez más por la moderación a la hora de evaluar la gestión del gobierno en materia económica. El optimismo desmedido suele conducir a apreciaciones engañosas.
No nos engañemos y digamos las cosas como son: este último gobierno peronista fue el cogobierno de Cristina y Alberto. Como el titiritero mister Chasman y el títere Chirolita. Una daba las órdenes y el otro recibía los sopapos. A fines del año pasado no estalló un gobierno malo de cuatro años, sino un régimen pésimo de casi 20 años. Y ahora, con el affaire del golpeador golpeado, acaba de estallar del todo y para todos. Acá mucho más que una responsabilidad individual, hay una responsabilidad colectiva que el peronismo se niega a aceptar porque carece de capacidad para la autocrítica, lo que le permite seguir sobreviviendo, pero le impide absolutamente renovarse o mejorar.
Es imperativo que el presidente Milei y su equipo económico reconsideren sus tremendas políticas de ajuste y adopten medidas que realmente beneficien a la mayoría de los argentinos. Las promesas de campaña deben cumplirse y las decisiones económicas deben ser coherentes y responsables. De lo contrario, las consecuencias para nuestro país podrían ser irreparables.
Así como Cristina mezcló de manera artera la dictadura de Maduro con la vergonzosa y oscura visita mileista a genocidas, el presidente usó arteramente la denuncia de Fabiola Yáñez contra Alberto Fernández para atacar al feminismo y la política de género.
El mundo hoy es de color Milei. Es que, casualidad o no, el mundo y el país hoy semejan una metáfora de lo que siempre pensó el anarcolibertario. La fortuna le sigue sonriendo a pesar de los crecientes errores no tanto de él sino de su inexperta y torpe tropa que no para de dejar macana por hacer. Y de un ajuste que ya empieza a mostrar sus aristas más dolorosas.
Alberto Fernández se convirtió en Presidente de la Nación no gracias a sus condiciones políticas, morales o intelectuales, sino precisamente por la ausencia de cada una de ellas. Cristina Fernández de Kirchner era perfectamente consciente de las miserias de Alberto Fernández. Justamente por eso lo eligió.
Calidad institucional es lo que necesitamos, en primer término, para emprender el camino lleno de obstáculos pero que es imperioso encarar para recuperar nuestra posición y rango en el mundo.
Lo que ocurre es que Milei ha logrado darle al liberalismo un tinte popular y masivo, creando inéditamente el riesgo de arrebatarle (o disputarle severamente) al socialismo (o colectivismo, en general), lo que fuera su base misma de sustentación: es decir, el pueblo.
Cuando existe una excelente confrontación bien entendida, obliga al Presidente a ser mejor en beneficio del país o a perder las elecciones y en su caso, el gobierno en caso contrario.