Opinión
El riesgo de confundir la parte con el todo
Javier Milei es el nuevo presidente, obligado a arbitrar entre necesidades y expectativas, pero en los hechos la suerte de su gestión no depende sólo de él.
Javier Milei es el nuevo presidente, obligado a arbitrar entre necesidades y expectativas, pero en los hechos la suerte de su gestión no depende sólo de él.
Como señaló en más de una oportunidad el nuevo titular del Poder Ejecutivo, el área social de su gobierno es la única con licencia para desembolsar más allá de lo previamente presupuestado.
Ese magnetismo tan propio de los que estrenan el poder no debería llamar a engaño al conjunto de la sociedad argentina. Es la sociedad -no sólo Javier Milei- la que está desafiada por la profundidad de la crisis. Es la sociedad la que tiene que acertar el rumbo para revertir el declive económico. Y es la sociedad la que debe encontrar la fórmula para darle a esa salida alguna viabilidad política.
Es pertinente, como suele decir el mismo Javier Milei, que el ajuste de la economía al que apunta recaiga en mayor medida sobre nichos improductivos de la política y sus extensiones a empresas o profesionales vinculados, privilegios sindicales, etc. No sobre el grueso de la población que trabaja y produce.
El presidente saliente no se hace cargo de su responsabilidad en el empobrecimiento de los argentinos, como no se hacen cargo los gerentes del pobrismo que pueblan la burocracia sindical y la burocracia piquetera y ya amenazan la estabilidad del gobierno electo hace pocas semanas.
Coexisten ahora por lo menos tres legitimidades de origen: la expresión potente de la voluntad popular que le entregó la presidencia a Javier Milei; la sumatoria de bloques minoritarios que ejercerán el poder desde el Congreso, y un conjunto de gobernadores también legitimados por el voto.
Luego del comunicado de Patricia Bullrich donde descartó su postulación, el legislador sugirió que el ex presidente ocupe ese cargo. Las elecciones del partido serían a principios de 2024.
El cambio que tenemos por delante dependerá de la capacidad combinada, principalmente, de estos tres líderes que se han unido para concretar las bases de este nuevo proceso. Cada uno deberá aportar su conocimiento y experiencia junto a su capacidad para administrarlo.
Hay que desmontar con urgencia lo que en política tenga relación con el odio, la intolerancia o la bronca desmedida. Hay que pacificar las almas, los espíritus.
En Milei, la forma era el contenido, porque fue el ducto que canalizó toda la ira y el hartazgo acumulado en la sociedad frente a una clase política corrupta, inútil y decadente.
Menos por su formación como economista que por la realidad volcánica que tiene que enfrentar en sólo dos semanas, Milei le impuso al bloque del 55% una agenda realista: la prioridad es la economía. La articulación de medidas para enfrentar el abismo ha mostrado un Milei menos dogmático y más práctico de lo que se podía prever.
Es indudable que Milei va a requerir la ayuda de los muchos cerebros excepcionales que tiene nuestra Argentina y de los que emigraron y hoy los necesitamos con nosotros.
El sector salió a hablar de las incertidumbres en la transición y las políticas que implementaría el electo presidente de la Argentina.
Massa como un fabulador compulsivo de una ficción inédita: la de un ministro que es candidato porque desconoce y niega su catastrófica gestión como ministro. Milei como un impugnador intemperante, cuyo principal activo sería una presunta racionalidad teórica para la gestión económica, pero oculta tras una serie de desbordes emocionales violentos.
A simple vista, a la grieta la corrió Javier Milei, pero en realidad empezó a correrla Sergio Massa para resolver la ecuación estadística que le daba como resultado una segura derrota en las urnas.
El equilibrio democrático viene en riesgo cada vez mayor, desde hace años, por las pulsiones autoritarias de las cuales, lejos de preocuparse, se ufana el actual oficialismo.
Siento que hoy somos todos contra todos. Que algunos han perdido el norte y otros, muchos más, siguen creyendo que el kirchnerismo y el peronismo duro son siempre los únicos que pueden y deben gobernar.
La mezcla de pánico y aversión que en gran parte de la sociedad causa la estridencia agresiva de Milei y las propuestas desopilantes de quienes lo rodean, fue mayor que la frustración y el enojo que provocan el estrepitoso fracaso del gobierno nacional y el fracaso del propio ministro de Economía.
Mientras farfulla maldiciones haciendo colas eternas para conseguir combustible, el argentino promedio se mira frente al espejo y reniega de la única elección que le queda por delante: elegir un presidente entre lo peor y lo peor. Esa sensación no proviene del sistema de balotaje en sí mismo, sino de las opciones que la crisis política le ofrece frente al derrumbe acelerado de la economía familiar.
A punto de cumplir cuatro décadas desde su restauración en 1983, el sistema democrático argentino enfrenta una de las elecciones más inciertas y decisivas de su historia, tras una campaña donde la economía fue el eje dominante. No podría ser de otra manera, porque el colapso de la gestión actual se aceleró al punto de llegar a la hora de las urnas con una economía sin precios.
Es curioso que en los dos debates presidenciales el diseño de política exterior haya sido prácticamente ignorado por los candidatos y soslayado por la ciudadanía. El desorden global es un condicionante ineludible para cualquier rumbo que se proponga el país, mal que pese a la costumbre inveterada del electorado argentino de mirarse arrobado el ombligo.
Guillermo Francos, el dirigente político de la fuerza de Javier Milei es la expresión más cabal de la casta que se supone el libertario dice venir a combatir.