Sólo con el peronismo no se gana. Esta certeza debería estar en la cabeza de Daniel Scioli, el candidato presidencial del Frente para la Victoria quien, por estas horas, está replanteando su estrategia política para salir airoso de un balotaje que no imaginó ni en sus peores pesadillas. Los comicios del pasado domingo derribaron un mito: que el justicialismo es invencible y que posee bastiones, como la provincia de Buenos Aires y sus principales localidades, que serán siempre peronistas.
Fue el peronismo el que inventó ese mito y fueron sus actuales dirigentes los que terminaron creyendo que el mismo era poco menos que una verdad científica. Scioli cometió un error garrafal cuando permitió que Cristina Fernández decidiera por él no sólo el nombre de su compañero de fórmula, Carlos Zannini, sino también el nombre de su sucesor para la gobernación bonaerense. Con tal de quedarse con la candidatura presidencial, el ex motonauta aceptó todas las imposiciones de la jefa de Estado. No peleó para que alguno de sus hombres continuara su gestión y permitió que Cristina Fernández nominara primero a Florencio Randazzo, quien no aceptó la postulación después de la forma humillante en que lo bajaron de la primaria presidencial, y luego habilitara una sangrienta puja interna entre Julián Domínguez y Aníbal Fernández.
Hay que reconocer que Scioli intentó que fuera el titular de la Cámara de Diputados quien ganara la PASO bonaerense del oficialismo. Hubo gestos claros y también operaciones no santas para hundir a Aníbal Fernández antes de que éste lo hundiera a él. Una de ellas fue permitir, a través del ministro Ricardo Casal, el ingreso del programa Periodismo Para Todos a una cárcel bonaerense para que realizara la entrevista a Martín Lanatta, el hombre que acusó al jefe de Gabinete de tener responsabilidad en el triple crimen de General Rodríguez y en la causa de la efedrina. Pero menos de una semana después, Fernández terminó imponiéndose en las urnas porque la Casa Rosada decidió respaldarlo poniendo a jugar a su favor el Correo Argentino, que no repartió las boletas de Domínguez en amplias zonas de la provincia.
De ese "fuego amigo" habla ahora dolido el derrotado Aníbal Fernández, sin hacerse cargo de que tiró hacia abajo la performance de Scioli en su propio distrito, lo que ocasionó los dos estruendosos terremotos del pasado domingo: la victoria de la macrista María Eugenia Vidal en la provincia y el ingreso al balotaje de Macri.
Preocupado porque el electorado independiente más crítico de las políticas de la Casa Rosada lo viera excesivamente entrampado en el corsé que Cristina Fernández le tendió a cambio de apoyarlo como candidato único del espacio, Scioli intentó despegarse del kirchnerismo duro dando a conocer en los días previos a la elección presidencial casi la totalidad del gabinete que lo acompañará si finalmente es electo. Ningún nombre ligado al cristinismo apareció en la lista integrada por gobernadores, dirigentes del PJ ortodoxo y funcionarios bonaerenses. Posiblemente esa jugada haya sido contraproducente porque terminó poniendo de manifiesto que entre el naciente sciolismo y el saliente cristinismo hay una guerra intestina declarada. La ausencia de Cristina Fernández en el cierre de campaña del candidato presidencial fue todo un dato, sobre todo porque un día antes apareció -en un video- en el acto que La Cámpora le organizó a Axel Kicillof.
La grieta entre ambas facciones del peronismo oficial se evidenció también el domingo. Aníbal Fernández se cortó solo y prefirió recibir los números de la provincia en el hotel Intercontinental, lugar de cábala del kirchnerismo, lejos del Luna Park.
Hoy Scioli está insistiendo con la misma receta: cree que apelando al electorado peronista que no lo votó a él y que escogió a Sergio Massa podrá alzarse con la victoria el 22 de noviembre. Pero contra el mito de que solamente con el peronismo alcanza se interponen varios factores. Uno de ellos podríamos caracterizarlo rápidamente -aunque es algo más complejo- como un fin de ciclo político. No es éste un dato que haya surgido el pasado domingo de las urnas ya que quedó en evidencia en las primarias de agosto. Más del 60% de los argentinos no apoya la continuidad del actual gobierno.
El otro gran factor que conspira contra la idea de que sólo basta con el peronismo es la economía. Las clases medias urbanas dieron la espalda a Scioli en toda la región centro del país, la más poblada, y premiaron a Macri. Los números de la herencia que deja Cristina Fernández no son alentadores (aunque ella y Kicillof estén convencidos de sus proezas). El país hace cuatro años que no crece; la inflación argentina es ridículamente alta; el déficit araña los 6 puntos del PBI y las reservas del Banco Central enflaquecen por la cada día más aguda restricción del frente externo. La última vez que se produjo un cambio de ciclo político montado sobre el deterioro de la economía fue en 1999, cuando el peronismo gobernante perdió las elecciones a manos de una coalición de partidos, la Alianza. Entonces también el candidato del oficialismo era gobernador de Buenos Aires -Eduardo Duhalde- y estaba enfrentado con el presidente saliente -Carlos Menem-, aunque el encono entre ellos era mucho más explícito. Para disimular este mar de desconfianza en el que navega el oficialismo por estas horas, está previsto que hoy Cristina Fernández realice un acto en la Casa Rosada y se muestre con Scioli, quien tiene el dilema de continuar abrazado a la causa kirchnerista o despegarse explícitamente para disputar el voto a Macri del tercio del electorado que no eligió a ninguno de los dos.
En las próximas tres semanas, Scioli y Macri afinarán la puntería para golpear en los puntos flacos de su oponente. El oficialismo reforzará el estigma de "Cuco neoliberal" que durante años ha proyectado sobre el candidato de Cambiemos; el PRO y sus aliados podrán identificar al gobernador bonaerense con la agonizante gestión kirchnerista. "Scioli se equivocó mucho. Si no se hubiera pegado a Cristina como lo hizo, no hubiera prendido tan fácil la idea de un cambio de la forma de hacer política", dicen en Cambiemos. Con el diario del lunes en la mano, los opositores señalan que Scioli está pagando la consecuencia de atar su suerte a la del relato kirchnerista -luego de haber soportado con estoicismo los embates del cristinismo durante años- en lugar de mostrarse como aquello que la gente de su provincia supo ver en él durante la última década: un peronista moderado.
El entorno del gobernador de Buenos Aires le aconseja ahora dar un giro radical a su campaña. "Voy a ser más Scioli que nunca", dijo el candidato luego de un encuentro con los suyos el lunes por la tarde en el que se analizaron los pasos a seguir. Estas palabras fueron leídas como un intento por desprenderse de Cristina Fernández y por poner en cuestión la idea de la continuidad de sus políticas, consigna que le permitió fidelizar el voto de los kirchneristas que siempre lo vieron como un ave de otro corral (ahora, en una instancia definitiva como es el balotaje, esos votantes no tendrán otra opción que seguir apostando por el postulante del FpV frente a la amenaza mayúscula que significa Macri). Pero un día después, el martes, el mismo Scioli se ocupó de aclarar que no busca romper con la inquilina de la Casa Rosada.
Ante la evidencia de que no alcanza para ganar la Presidencia sólo con el electorado oficialista, Scioli está urgido por encontrar la forma de llegar a los independientes, a los no convencidos. Los caminos que insinuó tras el golpe psicológico que fue el 25-O no ofrecen demasiadas sorpresas. El gobernador está convencido de que el anti-macrismo es lo suficientemente fuerte como para movilizar a la ciudadanía a votar por él como el mal menor. Ésa es, después de todo, la lógica de cualquier balotaje: que la gente vote en contra de quien más puede perjudicar sus intereses. Pero después de 12 años que dejan una economía con serios problemas, de la derrota increíble en la provincia de Buenos Aires que él gobierna desde hace ocho años, que significó un cambio radical en el mapa político argentino, y de la evidente propagación del mensaje de cambio que propicia Macri, hoy Scioli corre el riesgo de que el voto anti kirchnerista se cobre revancha con él.