Lo primero que hay que decir es que la noticia es pura alegría y celebración. Y así se vivió el viernes, y también anoche, en la sala de la calle San Juan, donde abrió sus puertas el renovado Teatro Mendoza.
Ver de nuevo esas cuadras iluminadas, llenas de gente yendo y viniendo, con las playas de estacionamiento atestadas, los kioscos y negocios en movimiento, no solo es un alivio en estas épocas aciagas sino un indicio de que el Teatro Mendoza será, nuevamente, un polo artístico de alta convocatoria; un acierto en materia de política cultural que sucedió gracias a la sostenida lucha de los artistas mendocinos, que son los que impidieron que se demoliera, se vendiera o se volviera playa de estacionamiento.
Así, y en virtud de esa lucha colectiva, hoy el Mendoza es un ámbito de desarrollo artístico, social y económico de la Capital. Aplausos.
Con la inauguración hay un espectáculo, que se repite hoy a partir de las 20.30 con entrada gratuita. Y aquí también debemos decir que hay aciertos. Porque, claro, comprar un ticket para ver esta Varieté inaugural no es un buen plan si la pensamos como una obra artística en total.
Este espectáculo es una forma de invitar a los mendocinos a celebrar la apertura de la sala, a disfrutar juntos de nuevo de esas butacas y ese escenario. Desde esa perspectiva, ir hoy al Teatro Mendoza es un súper buen plan.
La decisión de “blanquear” esta índole artística de muestrario es no solo correctísima sino la que permite disfrutar de todo el tramo del show (que dura aproximadamente una hora). Así, la Varieté del Mendoza navega sobre una idea-fuerza que se ve claramente expresada sobre el escenario: “aquí volverás a ver música, danza, teatro, ópera de calidad”.
En el inicio, la lírica llega con la solvente voz de Verónica Cangemi, acompañada por un cuarteto de cuerdas para interpretar “Lascia ch’io pianga”, un aria compuesta por Händel que se hizo mediáticamente famosa con la película “Farinelli”. Sí: el show arranca alto.
Pero el momento más notable es la interpretación de una selección de piezas de Astor Piazzolla, por parte de la cellista Christine Walevska acompañada por el pianista Daniel Goldstein: delicioso, excelso, momento. También destaca la tarea de la Orquesta Municipal dirigida por Mario Galván: suena hermosa, sólida, y acompaña con delicadeza y justicia a cada momento del espectáculo en que está presente.
Sí hay dos instantes que, por ser lugares comunes, no le suman potencia al tránsito de cuadro a cuadro. Y estos son la interpretación de la “Virgen de la Carrodilla”, a cargo de Cangemi y un monólogo de Jorge Sosa con la consecuente “No es lo mismo el otoño en Mendoza”, luego interpretada por Patricia Cangemi. Pero, cuidado, no es que la calidad y expresividad de los artistas no sea interesante sino que la fuerza de cliché de estas dos expresiones artísticas podrían haberse evitado.
El Ballet La Huella y el Ballet Mayor de la Municipalidad de la Capital se lucen en este espectáculo con un cuadro de jazz, otro de tango y uno más de malambo que le aportan frescura, chispa y potencia al ritmo en total. En tanto que la intervención, a modo de brevísimo dueto humorístico de Gladys Ravalle y Ernesto Suárez, como transición entre un cuadro y otro podría haber sido mejor explotado escénicamente: después de todo, ellos son grandes referentes del teatro local. El cierre de Felipe Staiti y Marciano Cantero con “La muralla”, un regalito vintage.
Cuidado, entretenido, de calidad. Así es este Varieté que nos invita a habitar de nuevo esas butacas, tan necesarias.