Te espero con una botellita... por la cabeza - Por Ignacio Zavala Tello

El ataque a policías de varios pibes con piedras y botellas desde los techos del Santa Teresita desnuda la realidad de muchos barrios.

Te espero con una botellita... por la cabeza - Por Ignacio Zavala Tello
Te espero con una botellita... por la cabeza - Por Ignacio Zavala Tello

Estaban agazapados. Se escabullían por los techos, sorteando los enormes cascotes y botellas vacías y palos que ellos mismos habían juntado. Reían nerviosos y se daban ánimos entre ellos mientras se filmaban. Parecía que iban a cometer una travesura de adolescentes.

Pero no. Estaban esperando a los policías que habían llegado a realizar un allanamiento y desbaratar un "quiosco" de drogas para lanzarles los improvisados proyectiles con toda la intención de destruirlos, como si estuvieran en guerra, como si fueran objetivos enemigos a abatir.

Esto sucedió el viernes 20 de septiembre pasado en el barrio Santa Teresita, en Las Heras. Cuando accedí a los videos que los mismos revoltosos habían registrado y luego posteado en las redes sociales y los de los uniformados que, desde la calle, interponían sus escudos para protegerse de los botellazos y de la lluvia de piedras que caía sobre ellos, tuve una mezcla de sensaciones. Indignación, rechazo, desconcierto, preocupación.

Esos registros fílmicos desnudaron una realidad cotidiana en las zonas rojas de la provincia, golpeadas por la violencia. “Esto pasa casa vez que realizan allanamientos a los que venden droga. Esto es lo que tenemos que pasar las personas que trabajamos, por unos pocos nos cag... a todos”, escribió una vecina que registró los incidentes y realizó una publicación en las redes.

Esas acciones me llevaron a plantearme una serie de interrogantes que aún no he podido resolver. ¿Por qué esos jóvenes, algunos menores edad por lo que se podía intuir al apreciar las imágenes, tomaban como una diversión atacar con tanta saña a otras personas?

"¡Dale, cobarde! Eh no tiren, si no llegan", increpaban a los gritos a los policías de Infanteria que, desde abajo, disparaban cartuchos de posta de goma para tratar de dispersar y hacer desistir del ataque a sus rudimentarios "adversarios". "¿Están todos armados? ¡Vamos, vamos, al ataque!", se escuchaba como arenga en los techos de uno de los barrios más "calientes" de Mendoza por su conflictividad, como se podría oír a un general alentando a su tropa en plena batalla. No era una travesura, era un atentado.

¿Qué pasó para llegar a esto? ¿Qué nos pasó como sociedad? ¿Qué faltó? ¿Qué sobró? ¿Qué responsabilidad nos cabe?

Faltó educación, evidentemente. Contención del Estado y de las familias, inclusión, mayores y más parejas oportunidades, tal vez. Faltó inculcar valores, sin dudas.

Mientras veía los videos pensaba en los padres de esos chicos. ¿Dónde estarían? ¿Qué les habrán dicho cuando se enteraron de la peligrosa "hazaña"? ¿Y los vecinos? ¿Aplaudieron o rechazaron la emboscada?

Quizás el Estado estuvo ausente allí cuando esos pibes crecían; quizás los reprimieron y persiguieron desde niños o a sus familias; seguramente "mamaron" la violencia desde pequeños y se sublevaron a la autoridad de las fuerzas de seguridad. Cada vez que voy a un operativo policial a esas barriadas me sorprende lo mismo, aunque lo vea con frecuencia: la pasividad y cotidianeidad con que cientos de niños observan en angostos pasillos y veredas de tierra cómo los adultos del barrio insultan, desafían o atacan a los uniformados.

Y la violencia se retroalimenta y se apodera de los dos "bandos". Porque también esos chicos han visto cómo sus vecinos han caído muchas veces por "portación de rostro". Entonces cada uno se sabe atacado y despreciado por el otro.

Creo no ser ingenuo para percibir esa bronca mutua pero no alcanzo a comprender cómo estos pibes pudieron tomar como una diversión atacar a personas a las que podrían haberles quitado la vida. ¿Tan poco vale para ellos? ¿Tan "jugados" están a tan corta edad?

Creo tener algunas respuestas. El lector tendrá las propias, pero seguramente compartiremos algunos interrogantes que pueden continuar ajenos a nuestro conocimiento y entendimiento.

Sólo deseo que no todo esté perdido para esos pibes porque ¿qué les queda? ¿Pueden insertarse en la sociedad? ¿Permanecerán en los márgenes? ¿Hasta cuándo? Y después ¿cómo terminarán? ¿Qué futuro les espera? Ojalá no sea tarde para ellos. Ojalá no sea tarde para todos nosotros.

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