Fue una tarde de locura

Hasta el penal de Cámara, los hinchas no pudieron dejar de contener el aliento. Del llanto a la alegría y de ahí al silencio. Al partido no le faltó nada. Delirio absoluto.

Fue una tarde de locura

Hacía mucho tiempo que un partido no tenía tan altos niveles de tensión. No hubo espacio durante toda la tarde para el respiro, para relajarse. Los hinchas soportaron con estoicismo el primer tanto de la visita, explotaron con el penal atajado a Guardia y asistieron incrédulos al segundo gol de los puntanos. Cada gol errado era un puñal al alma y una cachetada a la esperanza.

Esas 9 mil almas que coparon el "General San Martín" no merecían semejante castigo. Hubo de todo. Polémicas, un expulsado y un sinfín de situaciones que hicieron ganar protagonismo a los supersticiosos de ocasión. "No existen, pero que las hay, las hay" se oyó en calle Olascoaga cuando el balón no entraba. Ni hablar cuando a Narváez se le escapó el balón en un centro que parecía fácil y la visita encontró un empate impensado. Fue silencio absoluto, atroz, del que nadie desearía hacerse cargo.

A esa altura de la tarde, ya no quedaba espacio en los alrededores para los optimistas. La oscuridad no sólo comenzaba a ganar el cielo, sino también las tribunas. Y hubo bengalas para iluminar, y el corazón de los Cámara, los Rogel, los Guerra y tantos otros. Ellos marcaron el camino.

Y la esperanza volvió a surgir. Y el aliento volvió a sentirse. Y el rival se achicó. Y los penales se llevaron las pocas uñas que quedaban ya,. Y pintaron canas, para seguir contando historias de quienes vieron tanta gloria en ese mítico estadio.  Y la tensión hizo doler los músculos. Y la cabeza estuvo a punto de estallar. Como el corazón. Pero valió la pena. Como cada pelota corrida durante los 180'. Como cada golpe recibido en nombre de ese escudo que es un un Globo al cielo infinito.

Como las gargantas leales, roncas, felices. Como las lágrimas en los ojos de él y de ella. Como el sabor del deber cumplido, de la promesa sin romper. Porque este ascenso mucho tuvo que ver con un compromiso con el otro. Con ese que no corre pero que acompaña sin condiciones. Que sabe de sacrificios y que entiende como nadie el sabor amargo de un descenso inesperado. Acá está su premio. Volvió a la vida el hincha lasherino. Ayer volvió a sonreír, sonriendo socarronamente a tantos que ayer lo gastaron.

Hoy las esquinas de Las Heras estarán pintadas de rojo y blanco. De blanco y rojo. Anoche pocos habrán podido dormir. La tensión acumulada fue tal que había que seguir gritando un rato más para sacarse los nervios, para descargar el corazón, para dejar paso a las emociones. Ayer hubo amor en Las Heras. Creame que fue una tarde de locura.

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