Ella salió de trabajar y, para despejarse, entró a una galería de arte. La muestra era de un joven pintor que acababa de llegar a Buenos Aires. La cautivó.
Pero no se sacó las gafas de sol mientras hizo el recorrido. Al salir, el artista se interpuso. “¿No sabe que las obras no se miran con lentes de sol?”, retó en broma. “¿Se los puede sacar?”.
Amor a primera vista, recuerda Ana Untsch, viuda de Bruno. “La haré eterna en la tela”, prometió.
Se casaron en el ‘62, tuvieron dos hijos. Ana siguió trabajando en la administración. Taddeo, para pagar el alquiler, hacía publicidad pero pensaba en pinceles. “Era la época de Martínez de Hoz”, ubica ella. El clima de la dictadura.
Una noche del ‘74, a las 2 de la madrugada, golpearon la puerta. “La Triple A se lo quiso llevar”.
El punto de partida
Taddeo Bruno nació en Roma en 1935 pero llegó con apenas dos años al sur mendocino. Empezó a pintar en San Rafael, cerca de la finca que sus padres habían adquirido.
Terminada la Primera Guerra Mundial, la ciudad pequeña se percibía -gracias a un viejo socialista libertario y a un grupo de curiosos bodegueros- como un oasis cultural. “Venían muchos personajes de fama mundial: Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Miguel Ángel Asturias”, menciona Taddeo en una entrevista radial realizada por Martín Riva, antes de su muerte en 2013.
Fue el autor guatemalteco quien, notándolo tan niño y talentoso, le señaló la ruta del arte. Ganó un concurso a los 14 años. Y después todos los premios provinciales. Gracias a Enrique Policastro (el pintor de la naturaleza íntima de la gente del interior) ingresó a Sociedad Argentina de Artistas Plásticos.
“Siempre estuvo en la parte social”, cuenta Ana. Llegado a Buenos Aires, Taddeo empezó a pintar villas. “Solía irse con todos los materiales; los chicos le querían tirar piedras. A veces se los traía a casa. Les preparaba una tela y les decía ‘ponele un color’”.
Era un librepensador. Pero esa noche de terror le llamaron “sucio comunista, resentido”. En el gobierno estaba Onganía, vuelve a ubicar Ana. “Fue la misma época en la que se llevaron a Paloma, la hija de Carlos Alonso”.
A Taddeo lo acusaron de ocultar armas. “Esta es mi única arma”, dijo levantando el pincel. Cuando lo redujeron, la esposa agarró a Roxana de seis años y a Gustavo de dos. “Nos llevan a todos”, desafió.
Se complicaba. Una semana después enviaron una citación de la federal. “Tenía que ir al tercer piso, del que nadie salía”. En lugar de presentarse, fue a la embajada. La familia decidió el exilio.
La primera posta fue Barcelona; por el idioma, por la escuela de los hijos. “Pero sin la residencia no nos daban trabajo”. Se mudaron a Treviso, cerca de Venecia. Allí, Taddeo logró organizar en el Museo del Giorgone una muestra muy importante, convocando a sesenta artistas latinoamericanos en exilio, incluyendo a los mendocinos Raúl Capitani y Julio Le Parc. A la inauguración asistieron Mercedes Sosa y Julio Cortázar. De niño, en la finca “Los Álamos” de San Rafael, ya había conocido a Borges.
También gestionó, para la Bienal de Venecia, un “pabellón argentino” y un archivo de plásticos nacionales. En tanto, armó una muestra titulada “Los artistas y los locos en la sociedad contemporánea”, en la que rescató la percepción y genialidad de Gino Rossi y Arturo Martín. La expuso en el mismo centro de salud mental.
Cuenta Ana que Taddeo siempre soñó con volver. Que la paradoja que lo habitaba era la de los exiliados cuyos hijos, crecidos en Europa, forman una vida del otro lado del mar. Nunca olvidó San Rafael. Regresó en 2013, pero falleció de repente.
Antes pintó a Ana. Pintó su serie de muros. En uno de ellos, arrugó la bandera norteamericana. Creó una síntesis personal entre la pintura latinoamericana y la europea. Entre la cultura popular argentina y la metafísica.
El trazo del pensamiento
Taddeo Bruno cursó estudios de dibujo y pintura en la Academia de Arte de San Rafael y en la Escuela Superior de la Universidad de Mendoza, con Sergio Sergi como alumno libre. En Buenos Aires, diseño y publicidad con Juan Carlos Castagñino y Rodolfo Krasno. En Venecia, litografía experimental con Robert Simon.
Realizó más de cincuenta muestras individuales y centenares colectivas.
Obtuvo importantes premios en Argentina e Italia, como referente del neoexpresionismo figurativo actual. Además, luchó por la defensa de los derechos humanos.
Su obra "Elegía para la América Latina" fue incorporada en el prestigioso Museo Giorgione (fundado en 1574), cuya colección contiene las figuras más prestigiosas del 'novecento' italiano.
A partir de la apertura democrática argentina, por su esfuerzo silencioso y personal, reanudó los pocos contactos de las artes plásticas. Realizó muestras importantes, como “Raíces del Arte Italiano en Argentina”.
En 1989 fue invitado por el gobierno de Raúl Alfonsín al primer encuentro para la consolidación del Patrimonio Cultural Argentino. Se lo incorpora al archivo de la Sotheby’s de Nueva York. Su arte se aprecia como una fusión inteligente del arte americano y europeo.
Nadine Covert escribió: “Logra una síntesis expresiva aunando emoción y racionalidad. Acumulando experiencias dramáticas vividas, plasma a través de la gestualidad prepotente, un lenguaje plástico fundamental de las vanguardias históricas, plegándolas con sabiduría a temas poco usuales del arte de los últimos decenios”.
Bruno además publicó un libro, “El mito de Europa”. Escribió, también, un texto ambientado entre el fin del gobierno de Illia y la dictadura de Onganía. El tema era el movimiento de los artistas en esos tiempos, alrededor de la Plaza de San Telmo. “En un mismo barrio, había 75 talleres de artesanos y 40 ateliers de pintores”, cuenta al periodista Martín Riva.
“El mito de Europa” trata la influencia católica en el continente y en Italia, en particular. “Creo que el problema que hoy estriba en Italia es que la izquierda ha perdido las líneas centrales. Tras la caída del muro de Berlín, el partido más potente de Occidente era el Partido Comunista italiano.
Aparte estaba el Partido Socialista, había un partido menor republicano que representaba un capitalismo moderno, y después la Democracia Cristiana, que es un enjuague entre viejos que tienen un cierto origen fascista y otros.
Se dividió en tres puntos, una especie de movimiento justicialista. Eso provocó, a partir del ‘68, una grave crisis interna. Todo este proceso, lo relato en forma metafísica”, explicó.