Son las 9 de la noche, el termómetro marca apenas 4 grados y en pleno centro de San Martín, las chicas del rugby femenino del Club Tacurú Rugby y Hockey empiezan a llegar. Al cabo de algunos minutos -son más de 20- se ponen a las órdenes de los entrenadores Lucas Marín y Héctor Suárez. Algunos curiosos que pasan por el Parque Sarmiento miran a las deportistas sin miedo a ensuciarse cuando se disponen al duro entrenamiento.
Por dos horas, las 'Rústicas', tal como las apodan, dejan atrás sus hijos, familias, estudios, trabajos y lo único que les importa es la guinda, los tackles, el scrum, los lines o los drops.
Esta realidad es muy distinta a la de hace 5 años, cuando el equipo empezó a tomar forma. Bien lo sabe Tania Navarro, una de las pioneras en el club, quien debió vencer muchos obstáculos para hoy poder disfrutar de eso que tanto la apasiona. Tiene 23 años y una hija de dos, "que siempre que puede va a los partidos a alentarme". El estudio, la maternidad y la familia no fueron impedimentos para que ella pudiese seguir jugando al rugby: "Nunca pensé en dejar. Cuando uno quiere puede, es cuestión de organización".
Según cuenta Candela Herrera (21), la capitana del equipo, cuando arrancaron eran sólo Tania y ella, y les tocaba entrenar con los varones por la falta de jugadoras. "Mi papá es preparador físico en el club y se enteró que jugaba cuando me vio ahí. Al principio no le gustó mucho la idea, pero después nos terminó entrenando él", contó entre risas.
Hoy completan un equipo de Primera División y de Juveniles. Este cambio en la realidad del rugby femenino en Tacurú no fue casual. Julieta Vignolo (27), jugadora y Mánager del equipo, fue una de las grandes responsables. "Hemos pasado varios años siendo pocas, a cargo de un preparador físico que hacia también las veces de 'entrenador'; o entrenando de prestado con los pibes de la Primera que se habían cansado de vernos a la deriva y nos sumaron a sus entrenamientos", contó Julieta, que además se perfecciona para ser entrenadora.
“Al tiempo salimos a reclutar jugadoras, hicimos difusión, decidimos entrenar en espacios abiertos y no solamente en el club para llamar la atención”, agregó.
Como muchas otras, ella divide su tiempo entre el deporte y sus obligaciones: "Hace tres años que vivo por y para el rugby, soy profe de Biología y estoy a tres materias de recibirme de Licenciada en Ciencias de la Educación. Le dedico todo el tiempo que tengo disponible al equipo. Los miércoles trabajo doble turno y llego al parque, pido cambiarme en un café de la esquina y entreno, llego a mi casa a la medianoche".
Para Ivana Pérez lo de ella fue "amor a primer tackle". Empezó a jugar al rugby en Tacurú hace tres campañas, pero en el medio se mudó a nuestra capital, algo que la obligó a dejar por un tiempo. Pero el amor fue más fuerte y ahora viaja todos los días para poder seguir jugando. "Podría jugar en otro club cerca de donde vivo, pero no sería lo mismo, jamás en contra de ellas".
Patricia Sánchez tiene 34 años, pero según sus compañeras "corre como una juvenil". En su caso, pese a que en su familia su sobrino practica el mismo deporte, no les agrada mucho que juegue rugby: "Al principio me acompañaron, pero no les gusta porque vuelvo muy golpeada".
Todas las jugadoras coincidieron en que optar por jugar al rugby no fue una decisión sencilla por todos los prejuicios e impedimentos que tuvieron al respecto. Pero eso no las venció, siguieron adelante. "En mi caso lo que me mueve a hacer los sacrificios que hago es ver lo bien que le hace a la vida de las pibas este deporte, uno las ve llegar todas tímidas, con miedos, sin encajar en ningún lado y después de un tiempo las vez fuertes, capaces de llevarse el mundo por delante. Las ves crecer y ganar confianza en ellas mismas", cerró Julieta.