Las calles de los centros urbanos del Gran Mendoza han incorporado una innumerable cantidad de tachas o reductores de velocidad, que hacen muy complicada la circulación de automotores. Además de frenar la marcha, se sabe que de a poco van malogrando el tren delantero y los amortiguadores de los vehículos, en mayor o menor grado.
En muchos casos los vehículos pesados han roto estos elementos, pero en general persisten en muchas arterias de la zona metropolitana de Mendoza. Realmente llegamos a esta instancia por la forma de manejar que practican algunos conductores, que no respetan las velocidades mínimas de los centros poblados, que pueden desarrollar las velocidades permitidas en rutas y caminos, pero en las arterias ciudadanas deberían optar por sacar el pie del acelerador y proceder a una marcha armónica, ordenada y llegar unos minutos más tarde a los destinos propuestos.
Muchos centros de investigación de la problemática vial, como el Instituto de Seguridad Vial (ISEV), no participan de la tendencia a colocar obstáculos en la vía pública como medio para reducir la velocidad. Esta posición se basa en la idea de considerar a la educación, a la señalización luminosa, vertical y horizontal y al control del tránsito, como los únicos instrumentos idóneos para combatir los excesos de velocidad.
Por su parte, a nivel nacional, por la Ley de Tránsito 24.449, la normativa acompaña esta posición al sostener en su artículo 23 (Obstáculos: "Queda prohibida la instalación de elementos agresivos en la calzada, que por sus características atenten contra la seguridad del usuario de la vía. Sólo se podrán instalar aquellos que por su diseño no agredan ni provoquen incomodidad al mismo, circulando a la máxima velocidad permitida en la vía donde dicho elemento se instale...").
Esta medida de los reductores castiga igual a quienes cumplen con la velocidad máxima permitida, obligándolos a reducir la misma a la mínima expresión, a efectos de poder sortear sin dificultad dicho obstáculo.
Un experto, el gran corredor de automovilismo de la década de los 80, Rubén Daray, también se expresó en contra de estos objetos amarillos y proponía, entre otras cosas, el aporte prudente y defensivo, extremar los controles por parte de los efectivos de tránsito y la instalación de discos Pare, en zonas que deben ser recorridas a velocidades moderadas. Muchos oyentes que sintonizaron la radio donde habló Daray reconocieron los conocimientos del excorredor, pero a la vez dijeron que lamentablemente era ingenuo pensar que esas conductas se pusieran en práctica porque prima la irresponsabilidad por parte de gran cantidad de particulares. Por el contrario, apreciamos que otros ciudadanos resuelven estas molestas trabas con prudencia y resignación.
En función de todo lo expresado, uno de los aspectos más graves que estamos padeciendo los mendocinos es el exceso de velocidad, que genera gran preocupación. Por eso la razón de ser de estos obstáculos aunque malogren mecanismos estratégicos de los automotores, lo cual puede inducir a incidentes por partes defectuosas en su funcionamiento.
En síntesis, los reductores obligan a disminuir la velocidad, pero dejan como saldo negativo los daños que producen en algunos automotores, al tiempo que otros titulares de unidades los ignoran por completo y pasan a plena marcha.
Lo deseable, aunque reconocemos que es de difícil aplicación, sería tener calles libres de obstáculos y hacer una circulación sensata. La Capital y las ciudades de los municipios adquirirían un valor agregado que las haría más vivibles, ordenadas y tranquilas. Pero, tal como manejamos es difícil encontrar una solución sensata.
