Sustitución de importaciones, "relato” y realidad

La sustitución de importaciones y las políticas que la impulsaron no surgieron con el actual gobierno, sino que tienen una larga historia nacional. Pero hoy ya es indispensable pensar en otro modelo económico.

Sustitución de importaciones, "relato” y realidad

El zar de la economía, Axel Kicillof, al presentar en el Senado el proyecto de Presupuesto realizó algunas contundentes afirmaciones, como que “el proceso de sustitución de importaciones requiere importaciones de insumos y maquinarias, y el riesgo es que se terminen los dólares para hacerlo”. “Los dólares son para buscar petróleo, no para gastar en lujo”. “Argentina está embarcada en un proceso de cambio estructural que viene a revertir el ciclo neoliberal que comenzó en 1976”. Ante estas expresiones, es conveniente analizar históricamente el tema para distinguir el “relato” de la realidad económica.

Dos de las más tradicionales industrias regionales, la vitivinícola y la azucarera, surgieron en el siglo XIX para sustituir importaciones. Durante la Primera Guerra Mundial (1914-18) ante la imposibilidad de importar numerosos productos industriales, hubo un importante proceso de industrialización sustitutiva. Lo mismo ocurrió en los años ’30, como consecuencia de la crisis internacional.

A partir de la Segunda Guerra Mundial (1939-45) la sustitución de importaciones se transformó en una política deliberada, a cuyo amparo se desarrolla la industria liviana, productos en general de baja complejidad tecnológica. Será durante el gobierno de Arturo Frondizi (1958-62) cuando la política sustitutiva de importaciones alcance su mayor grado de elaboración y eficacia, pero también comienzan a advertirse sus limitaciones y los efectos “no deseados”.

En particular el problema conocido y popularizado como “estrangulamiento externo: a medida que crecía la industria se incrementaban fuertemente las importaciones de insumos y bienes de capital. Ese estrangulamiento se agravaba por el desestímulo a la producción agropecuaria, base de las exportaciones. Ese problema de las exportaciones hoy no existe, sencillamente porque se inició en los ’90 una transformación que ni los errores de este gobierno han podido parar.

En consecuencia, es verdad que el gobierno con la política que lleva a cabo puede quedarse “sin los dólares para importar”. Pero ahora veamos cuán cierta es la “reindustrialización y el cambio de la estructura productiva”. En muy reciente trabajo de los economistas Lucio Castro y Eduardo Levy Yeyati, se puede comprobar la absoluta carencia de sustento de tal afirmación. La participación de la industria manufacturera en el Producto Interno Bruto era del 18,5% en 1993 y ahora es del 16,3%; no sólo no aumentó esa participación como debería haber ocurrido, sino que ha disminuido. Cuando se analiza la estructura productiva, no se advierte ningún cambio significativo respecto a la década “neoliberal”.

La mayor parte de la economía se asienta en los servicios y en la construcción, tanto el sector primario como la industria han reducido su peso en el PIB entre 2003 y 2012. En cuanto a la contribución al empleo, la industria es muy poco importante, el crecimiento ha recaído sobre los servicios, la construcción y el sector público. Sí se ha mantenido la participación de la industria en la canasta de exportaciones, explicada por la industria de base agraria y la automotriz. De cualquier manera, el balance entre exportaciones e importaciones de productos industriales (de origen no agropecuario) arroja un fuerte saldo negativo.

En la conclusión del trabajo citado se dice que “dada la fragmentación transnacional de la producción, la industrialización está determinada por la capacidad de integrar redes globales de producción a través del desarrollo de segmentos competitivos en algunos eslabones específicos”. “Estas características implican decirle adiós a las modalidades tradicionales de industrialización por sustitución de importaciones”.

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