A pesar de todo la negativo, la crisis del coronavirus también trajo consigo consecuencias positivas no previstas que están sorprendiendo y que seguirán impulsando cambios importantes a futuro. La primera ha sido la forma en que el ambiente, a nivel mundial, se fue purificando ante la ausencia de polución industrial y de la vida en las grandes ciudades.
Con fábricas casi paradas, muy poca movilización vehicular y una casi nula circulación de aviones en todo el mundo se han generado cielos más limpios. La ausencia de personas permitió el acercamiento de animales a las ciudades, como si la naturaleza estuviera recuperando zonas abusadas por el ser humano.
El desafío futuro será cambiar formas, modelos de vida y de producción para permitir una mayor recuperación del planeta. Y aunque no será rápido, parece ser un camino al cual nos forzarán las generaciones jóvenes que comenzarán a exigir una mejora sustancial del hábitat global.
Dentro de las tendencias que se van a profundizar está la de la seguridad e inocuidad de los alimentos. Después de la crisis, las personas comenzarán a desarrollar distintas tendencias alimentarias que tendrán como eje exigir alimentos libres de pesticidas y de manipulación genética.
En esta suerte de rebelión contra la ciencia, en realidad, se imprime la demanda por una nueva ciencia que busque e investigue todo lo necesario para sostener un nivel de vida más sano partiendo de una alimentación adecuada, y de hábitos de vida igualmente saludables.
En este aspecto, el futuro presenta una oportunidad y un desafío para la producción agrícola de Mendoza. La oportunidad es que ante la mayor demanda de alimentos sanos, la provincia podría rápidamente montarse en un esquema de producción agroecológica generalizada. La tendencia debería ser llegar a tener una provincia que se distinga por tener en su totalidad producciones orgánicas y biodinámicas.
Mendoza, por su condición de desierto, no puede aspirar a producir en grandes volúmenes por las limitaciones que genera la falta de agua. Ante este impedimento, la forma de agregarle valor es dotarla de un atributo intangible, como la característica de lo orgánico, que permita una diferenciación positiva que se traduzca en mejores precios para los productores.
Aquella oportunidad va acompañada de un desafío y una situación de riesgo. Si los consumidores comienzan a demandar seguridades acerca de la inocuidad delos alimentos, la condición de orgánico no será una opción de un mercado marginal y se pasará a transformar en una exigencia que, de no cumplir, dejará a la producción tradicional en un marco marginal.
La situación va a requerir una planificación para identificar a los actores y, sobre todo, a los pequeños agricultores, que no disponen de los conocimientos para gestionar su producción con estas características pero, además, no disponen de esquemas comerciales por no estar integrados a ninguna cadena.
Esta es un buena oportunidad para que los mendocinos comencemos a revalorizar nuestra pequeña zona agrícola bajo riego para usarla con productos de alto valor de mercado y dejemos viejas costumbres productivas que en algún tiempo fueron útiles pero que en la nueva realidad exigen ser actualizadas.