Sus oscuras fantasías

Hoy, cuando 80% de los estadounidenses está satisfecho con su nivel de vida, reconoce un aumento en sus ingresos, una baja en la desocupación y un mayor número de la población protegido por el sistema de salud, Trump apela a sembrar paranoia.

Sus oscuras fantasías

Por Paul Krugman - Servicio de noticias  The New York Times © 2016

Yo pertenezco a la generación posterior a la Segunda Guerra Mundial, la de los “baby boomers”, lo que significa que tengo la edad suficiente para recordar que los conservadores les gritaban: “¡Estados Unidos, ámalo o vete!”, a las personas de la izquierda que criticaban al racismo y la desigualdad. Sin embargo, eso fue hace mucho tiempo. Hoy en día, el desdén por Estados Unidos -el Estados Unidos que realmente existe, no el “Estados Unidos real” que es imaginario, en el que las minorías y las mujeres saben cuál es su lugar- está concentrado en la derecha.

Sin lugar a dudas que los progresistas todavía ven que mucho está mal con nuestra sociedad y buscan cambiarla. Sin embargo, también celebran el progreso que hemos logrado y, en gran parte, el cambio que buscan es incremental: construir sobre las instituciones existentes y no en arrasar con todo y volver a empezar.

Por otra parte, es cada vez más frecuente encontrar a personajes de la derecha que describen a nuestra sociedad como una distopia de pesadilla.

Esto es obviamente cierto para Donald Trump, quien percibe al mundo a través de lentes coloreados en sangre. En su visión de Estados Unidos -claramente derivada de fuentes, en su mayor parte, de los supremacistas blancos y neonazis-, el crimen está desenfrenado, los barrios marginales son zonas de guerra y hordas de inmigrantes violentos están entrando por nuestra frontera abierta. En realidad, los asesinatos se encuentran en un nivel históricamente bajo, estamos viendo un gran resurgimiento urbano y la inmigración neta de México es negativa. Sin embargo, solo digo eso porque yo soy parte de la conspiración.

En tanto es posible encontrar visiones igualmente oscuras, que casi tampoco se corresponden con la realidad, entre los republicanos de la élite, gente como Paul Ryan, el presidente de la Cámara de Representantes.

Ryan, claro, es uno de los predilectos de los medios de información. De hecho, no cuenta con un fuerte apoyo de las bases de su propio partido; su prominencia proviene, más bien, del cuerpo de la prensa que hace años decidió que él era el arquetipo del conservadurismo serio y honesto, y se aferra a esa historia sin importar cuántas veces se señale la obviedad de la fraudulencia y la crueldad de sus propuestas. Si el pasado es alguna señal, pronto será perdonado por su debilidad moral en estas elecciones, su negativa a romper con Trump -aun para condenarlo por cuestionar la legitimidad del voto-, sin importar cuán grotesco se haga el comportamiento del candidato del Partido Republicano.

Sin embargo, en lo que vale, hay que considerar la descripción que hizo Ryan de Estados Unidos, la semana pasada, en un discurso ante los republicanos del colegio. En su propio estilo, estuvo tan fuera de la realidad como las vociferaciones de Donald Trump (a quien nunca mencionó Ryan).

Bien, para ser honestos, Ryan dijo que estaba describiendo el futuro -lo que pasará si Hillary Clinton gana- en lugar del presente. Sin embargo, esencialmente, Clinton está proponiendo una plataforma de centro izquierda, una extensión de las políticas que pudo implementar el presidente Barack Obama en sus dos primeros años y está bastante claro que las observaciones de Ryan tenían el propósito de ser una imagen de lo que hacen todas esas políticas.

Según él, es muy sombrío. Habrá, dijo, “pesadumbre y las cosas serán tan poco prometedoras”, gobernadas por una “burocracia fría e insensible”. Nos vamos a convertir en un lugar “en el que la pasión -exactamente de lo que está hecha la vida misma- se haya extinguido”. Y este es el tipo de Estados Unidos que Clinton “no se detendrá ante nada para tener”.

¿Acaso Estados Unidos hoy se parece en algo a eso? Tenemos muchos problemas, pero no se puede decir que vivamos en un miasma de desesperación. Dejemos de lado las estadísticas gubernamentales (en las que desconfían casi la mitad de los partidarios de Trump), Gallup encuentra que 80 por ciento de los estadounidenses están satisfechos con su nivel de vida, en comparación con 73 por ciento en 2008, y que 55 por ciento se considera “próspero”, en comparación con 49 por ciento en 2008. Y existen buenas razones para tener esas buenas opiniones: la recuperación de la crisis financiera fue más lenta de lo que debió haber sido, pero es bajo el desempleo, aumentaron los ingresos el año pasado y, gracias al Obamacare, son más los estadounidenses que tienen seguro médico hoy que antes.

Así es que la visión de Ryan de Estados Unidos no se parece en nada a la realidad. No obstante, le es completamente familiar a cualquiera que haya leído “Atlas Shrugged” (“La rebelión de Atlas”) de Ayn Rand cuando era adolescente. Hoy en día el presidente de la Cámara de Representantes niega ser un admirador de Rand, pero si bien se puede al menos fingir que se saca al chico del culto, no se puede sacar al culto del chico. Como Rand -¡quien, básicamente, estaba escribiendo sobre el Estados Unidos en los años de Eisenhower!-, él ve el mundo horrible que se suponía que producirían las políticas progresistas en lugar del país con sus defectos pero lleno de esperanza en el que vivimos en realidad.

Entonces, ¿por qué la derecha moderna odia a Estados Unidos? No existe demasiado ocultamiento en la sustancia entre la propagación del miedo que hace Trump y la de Ryan, pero existe una clara alineación de intereses. La gente a la que representa Trump quiere suprimir y privar de sus derechos ustedes saben a quiénes; los intereses del gran capital que apoyan al conservadurismo al estilo de Ryan quieren privatizar y, en general, desmantelar la red de seguridad social, y están dispuestos a hacer lo que se necesite para lograrlo.

La gran interrogante es si insultar a Estados Unidos para intimidar es una estrategia política que puede, de hecho, ganar. Pronto lo vamos a averiguar.

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