El boliviano Juan Carlos Cabrera llegó a la Argentina por una falsa promesa laboral. Tras engaños que dejaron a su familia en la calle, recaló primero en Guaymallén y luego se trasladó un poco más al norte, instalándose en una finca de La Pega Lavalle, donde en la actualidad trabaja en forma independiente.
En un contexto en el que la problemática de empleo aqueja a muchas familias, en Guaymallén se inició una historia de vida que rescata la tenacidad de una persona que no se da por vencida.
Es el caso de Juan Carlos Cabrera Calle (31), un boliviano que llegó a Santa Fe, procedente de La Paz (Bolivia), de donde es oriundo, persiguiendo una falsa promesa laboral que prácticamente lo dejó en la ruina.
Junto a su esposa, Carmen Giménez (29, nacida en Santa Cruz de la Sierra) y sus hijos Juan Carlos, 8; Carlos, 7 (ambos bolivianos) y Tania, 1 año nacida en nuestro país, el grupo encontró la forma de sacar la cabeza y poder subsistir en la zona de El Sauce, Guaymallén.
Juan Carlos es carpintero, aprendió el oficio a los 14 años y desde entonces trabaja haciendo muebles de todo tipo. Hace unos 3 años más o menos, cuando su país natal no le ofrecía las mejores condiciones, una propuesta de trabajo que le pareció alentadora lo llevó a movilizarse, junto con los suyos, a la ciudad de Rosario (Santa Fe).
"Era un compromiso laboral de 2.000 dólares mensuales de parte de un hombre que conocía mi especialidad. Lo hablé con la familia y vendimos muchas cosas que teníamos para comprar los pasajes", relató en su taller lavallino.
A los pocos días aquella ilusión se desmoronó. Con pagos irregulares y en pesos, el paceño se dio cuenta de que había caído en un burdo engaño. La trampa continuó con amenazas por parte del empleador. "Tuvimos una discusión grande, le dije que iba a renunciar y me amenazó con deportarnos. Todavía no teníamos los papeles, y eso nos asustó", prosiguió Juan Carlos.
Ya alejado del entorno laboral que lo decepcionó, Cabrera comenzó a tramitar la documentación para todo el clan. Al mismo tiempo, una nueva esperanza nacía de la mano de un "socio".
"Me ofreció montar un taller del que iba a estar a cargo. Trabajamos mucho, nos tomó un año armarlo bien, él compró las máquinas y yo capacité a la gente, y cuando el taller se levantó, me despidió. Como no teníamos nada firmado, no pude reclamar", resumió.
Tercera oportunidad
Con lo poco que le quedaba y reducidas esperanzas, el matrimonio Cabrera y sus dos hijos emprendieron viaje a Mendoza (por entonces no había nacido Tania).
Colonia Bombal (Maipú) era el destino elegido, donde residen muchos paisanos suyos. Pero el azar y un micro equivocado depositó a los Cabrera en Guaymallén.
"Nos bajamos en el carril Mathus Hoyos, El Sauce, y ahí empecé a buscar un lugar donde quedarnos. Anochecía cuando una señora que nos había visto pasar varias veces, nos llamó. Me dijo que alquilaba una casita atrás de la suya, que ya la tenía ocupada pero que podíamos compartir, le daba pena por las criaturas. No tenía puertas ni ventanas, pero disponía de un techo, eso era lo más importante", contó el carpintero.
Fueron tiempos críticos. Sin dinero ni trabajo, lo primero que hizo fue cosechar y pelar ajos y conseguir changas, muy poco para mantener a los pequeños. Una vez más, el destino fue determinante.
"Salí a vender mi teléfono celular. No tenía suerte, la gente pensaba que era un ladrón. Pero cuando entré a un negocio de cotillón, una señora se mostró interesada. Me preguntó a qué me dedicaba y le dije que era carpintero. Ella me dejó que le mostrara lo que hacía en mi sitio de Facebook. Quedó sorprendida y me encargó un mueble. Me adelantó $ 1.000 y volví feliz", contó sobre su primera clienta.
Pese al guiño de la buena fortuna, los sinsabores continuaron. Al poco tiempo de empezar a conseguir trabajos por encargo, un desalojo los sorprendió. "Al mes nos sacó la policía, la casita que alquilábamos era usurpada y nosotros no lo sabíamos".
Posteriormente el hombre conoció a Silvia Yanzón, una trabajadora social del área de Desarrollo del municipio de Guaymallén, quien asistió al desalojo y le ofreció ayuda en nombre del municipio, concretamente subsidiar la mitad de un alquiler.
Al poco tiempo, la familia consiguió un cuarto en El Sauce, donde Juan Carlos montó su taller, pero no pudo vivir mucho tiempo allí y todos volvieron a desplazarse, en busca de otro techo.
No obstante haber asistido a las capacitaciones municipales y a trabajar con el grupo de emprendedores de El Sauce, el hombre y sus allegados tuvieron que mudarse porque no podían pagar el nuevo arriendo del sitio que ocupaban.
Afortunadamente y merced a un monotributo social, el paceño pudo adquirir herramientas y máquinas, instalándose en las afueras de La Pega, en una finca que ya no está en producción, y que pronto cobijará un desarrollo inmobiliario. Está a la altura del km 17 de la ruta provincial 24, que une El Sauce con villa Tulumaya.
Aunque agradece el apoyo inicial del municipio de Guaymallén, ahora este trabajador boliviano se abre camino solo esperando ampliar la cartera de clientes y que el "boca a boca" le vaya arrimando pedidos de mobiliario para las casas, que él construye con la ayuda de su mujer, Carmen, encargada de comprar los materiales y asistirlo.
Trabajan todo tipo de maderas y aluminio, "en estilo moderno más que nada", explicó el artesano. Su oferta se puede apreciar en el sitio de Facebook "Diseños con Stilo".
Uno de los primeros clientes en el área fueron los Sánchez, quienes administran desde hace tiempo un autoservicio que abastece a la zona. "Les encargamos una mesa de madera en pino y 4 reposeras para el jardín, y nos ha cumplido", contó Gabriela Sánchez (42), quien agregó que es "gente de trabajo que se está abriendo camino con mucho esfuerzo".
La preocupación de los Cabrera para el futuro inmediato son sus chicos varones, a los que quieren anotar en la escuela de la vecindad, la Carlos Arias, distante a no más de 1.500 metros del hogar. De otra forma tendrían que viajar varios kilómetros hasta llegar al distrito El Bermejo.