Me referiré hoy a un astrónomo polaco que vivió hace más de quinientos años.
Y quisiera agregar que una de mis preocupaciones permanentes en este contacto con ustedes, señores lectores, es la amenidad. Porque soy un convencido de que se puede ser aburrido aludiendo al tango o al fútbol y ameno hablando de botánica o geometría.
Resumiendo, creo que no hay temas pesados ni temas entretenidos. Los que podemos ser monótonos somos nosotros. Y en cualquier tema.
Pero vamos al señor Nicolás Copérnico, que en realidad se llamaba Nicolás Koppernick.
Nació en Polonia en la época del descubrimiento de América, unos veinte años antes. Fue sacerdote y además doctor en Derecho, doctor en Medicina y en Filosofía.
Y por si esto fuera poco –como dicen los vendedores en los trenes- fue un astrónomo excepcional. En esta ciencia cambió la concepción que el hombre tenía de la Tierra. Porque hasta Copérnico prevalecía la teoría de Ptolomeo, un sabio griego, que vivió y estudió en Egipto.
Ptolomeo decía que la tierra permanecía fija mientras el sol giraba a su alrededor.
Pero en la época en la que Copérnico da a conocer sus revolucionarias teorías, corrían los años tolerantes del Renacimiento.
En esta etapa, los sabios - fueran (llamémosles) oficialistas o disidentes - eran vistos como seres especiales que merecían la valoración de todos.
Como si las mayorías comprendiesen que las mentes claras son las que mejor pueden comprender las épocas oscuras. Y los que podían conquistar la sabiduría. Los demás, entonces, hacían lo posible por abrirle las puertas.
Pero el descubrimiento de Copérnico no fue totalmente novedoso. Diecisiete siglos antes, por el año 300 de la era anterior, algunos filósofos y astrónomos griegos, encabezados por Ptolomeo, ya habían expresado sin demasiadas bases científicas que la Tierra y otros planetas giraban alrededor del Sol. Pero Copérnico le agregó fundamentos solidos.
Los padres del sabio polaco eran alemanes. Intuyendo su precoz talento le dieron una formación de primer nivel. Su obra más importante, cuyo título traducido del latín sería aproximadamente “Revolucionando la Órbita Celeste”, consta de seis libros y la termina en el año de su muerte, 1543.
Y una breve anécdota final de Copérnico, un elegido que no solo mostró la realidad, también ayudó a modificarla.
Siendo alumno de filosofía de la Universidad de Cracovia, uno de los profesores al terminar una clase solicitó a los alumnos que criticaran con sinceridad sus apreciacicones.
Copérnico pidió la palabra y, como magnetizado, habló durante una hora seguida, rebatiendo paso a paso las teorías del profesor. Este lo llevó ante el rector y le dijo con inusual nobleza a su superior jerárquico:
-Le solicito dos cosas: que a este alumno no solo le aprobemos la materia antes de finalizar el curso, sino que lo incorpore como profesor adjunto de esta materia. Un joven con tamaña mentalidad no puede ser ya alumno.
Es que la historia de la raza humana la escribieron y crearon docenas o quizá cientos de hombres. Y un aforismo final para Nicolás Copérnico: “Hay metas que parecen inalcanzables. Pero hay hombres nacidos para alcanzarlas”.