Cuando en 1906 Andrés Chazarreta tocó en público por primera vez “La Zamba de Vargas”, en un pequeño teatro de la ciudad de Santiago del Estero, las autoridades municipales y la clase aristocrática consideraron que la interpretación de la música nativa “era un retroceso para la cultura”, nos cuenta Gabriel Maza. El tiempo demostró todo lo contrario.
Este maestro y recopilador santiagueño proyectó los ritmos del Norte a todo el país en discos que son considerados piedras fundacionales del género folklórico.
El nombre de Chazarreta está ligado a una labor imprescindible para preservar la memoria de un repertorio que estaba discriminado cuando empezaba a dar los primeros pasos a principios del 1900.
Chazarreta comenzó a tocar chacareras, zambas, vidalas y gatos con sus precarios conocimientos de guitarra, adquiridos de sus hermanos mayores, que lo criaron desde los cuatro años, cuando murió su madre.
Recorrió el país con su trabajo como inspector de escuelas y empezó a consustanciarse con la cultura de cada región y con esos ritmos criollos que describen el paisaje, las costumbres, las penas y las alegrías de la gente de campo.
En esos viajes, Chazarreta comprendió cuál sería su verdadera vocación.
A partir de ahí comenzó a recopilar obras (muchas de autores desconocidos y otras que surgen de la transmisión oral, en su gran mayoría anónimas) que escuchaba durante sus viajes y que terminaron cambiando su destino.
Chazarreta empezó por transcribir esas piezas tradicionales en un pentagrama. Ese simple acto, revolucionario para la época, aseguró la permanencia de una música cuya raíz podría haber quedado enterrada en el olvido.
“Escuchando y sintiendo de cerca los cantos de mi pueblo con los que llegué a familiarizarme, y embebido de todos sus motivos y anhelando, por otra parte, que no se perdieran por descuido o indiferencia, resolví iniciar mi obra en 1906, arreglando la “Zamba de Vargas”, pieza que desde mi infancia había aprendido oyéndola cantar todos los días a mi abuelita y conservando el sabor de sus motivos silvestres.
Aunque siempre reconoció que la “Zamba de Vargas” no era suya, el hecho de haber firmado la partitura como propia, le acarreó problemas y adversarios.
Lo propio le sucedió con “La López Pereyra”, en la que también admitió ser solo un recopilador.
Pero también fue un eximio compositor y ejecutante de guitarra, violín, piano y mandolín.
Crea un conjunto de Arte Nativo con 35 integrantes, con una cancionista que terminaría siendo la mejor voz del folklore argentino: la ya legendaria Patrocinio Díaz. Parten en gira con un éxito clamoroso en todo el Norte Argentino y casi sin proponérselo, llegan a Buenos Aires.
Su amigo Ricardo Rojas, el escritor santiagueño de “El Santo de la Espada”, le posibilita hacer dos funciones en el viejo Teatro Politeama.
Buenos Aires oye por primera vez música provinciana. El éxito es total. Aunque un incidente empaña la actuación. Un grosero espectador grita desde la segunda fila del teatro: “¡Qué vergüenza que esas botas sucias pisen un teatro tan prestigioso como el del Politeama!”.
Chazarreta le contesta desde el escenario: “¡Nuestras botas están más limpias que su alma!”. El espectador ante la repulsa general exclama: “Le prometo que Uds. no actuarán mañana” (recordemos que iban a hacer dos funciones). Y como los agresores no perdonan la reacción de los agredidos, el grosero espectador logra su cometido.
Pero Andrés Chazarreta ya ha triunfado y, como los grandes, vivió y escribió para su pueblo. De ese pueblo tomó la inspiración y los motivos de sus obras; a él le brindó la mística de sus danzas y cantares, y de él recibió la adhesión permanente, que sólo se otorga, de una vez para siempre, a los auténticos consagrados.
Por eso hubo dolor de multitudes, crespones en los ponchos y las guitarras en la hora de su muerte poco antes de la medianoche del 24 de abril de 1960.
Un mes antes había fallecido su esposa y su amor total por ella hizo que no pudiera superar su dolor.
Tenía casi 84 años y hacía cuatro que había abandonado su actividad artística.
Y un aforismo final para Andrés Chazarreta, que logró insertar la música folklórica en Buenos Aires, algo que a muchos pareció irrealizable. “Hay metas que parecen inalcanzables. Pero hay hombres nacidos para alcanzarla