“Las puertas sólo se abren para quien gira el picaporte”.
A las dos de la tarde de un 14 de febrero de 1876, entró un hombre en la oficina de patentes de New York.
-Vengo a patentar un aparato que puede transmitir sonidos a varios kilómetros de distancia.
-Llene esta solicitud, le dijo el empleado, sin darle demasiada importancia.
El recién llegado, un hombre alto de 1,80 metros de estatura, de cabello oscuro y ondeado, estampó su nombre en la solicitud. Alejandro Graham Bell.
¿Nacionalidad? Escocés. ¿Profesión? Doctor en física. ¿Fecha de nacimiento? 3 de marzo de 1847.
Se estaba patentando un aparato que revolucionaría las comunicaciones: estaba naciendo el teléfono.
Había logrado, hasta ese momento, que su aparato transmitiera solamente sonidos, pero no palabras.
Un mes después, marzo de 1876, el científico estaba trabajando en su laboratorio en la universidad de Boston, donde era profesor de Fisiología vocal.
Su padre había creado un sistema para enseñanza de sordomudos. El hijo lo estaba perfeccionando.
En un momento dado, su ayudante, Tomás Watson, estaba en otra parte del amplio edificio a unos 200 metros de distancia, cuando oyó, sin esperarlo, la voz suave de Graham Bell, conversando con una persona.
¡Esa voz provenía del aparato para los sonidos!
Nuestro científico no hablaba a través del mismo. El artefacto estaba accidentalmente cerca suyo.
El ayudante estaba trabajando con un caño, dentro del cual había un cable eléctrico. De este, salía una especie de bocina, que el ayudante apoyó en su oído, al oír la voz del científico. Watson no podía creerlo. ¡La voz humana había conseguido retransmitirse! Y ya no sólo los sonidos. ¡También la voz!
Un año después, se hacía una comunicación entre Boston y un pueblo situado a 22 kilómetros. ¡Era la primera comunicación a larga distancia! Fue un día de marzo de 1877.
Nuestro científico, que fallecería un 3 de marzo de 1922, a los 75 años, inventó posteriormente este aparatito que sirve de nexo hacia ustedes: el micrófono, que nos permite llegar a miles de seres humanos.
Más tarde, su mente superior descubrió un sistema para obtener agua por condensación. Y luego un aparato para detectar objetos metálicos en el cuerpo humano, muy útil para la ciencia médica.
También un método para localizar icebergs mediante el eco, una especie de radar. Los icebergs, como es sabido, son esos témpanos de hielo que sobresalen de la superficie del mar y que tantos naufragios han ocasionado, incluso el del famoso barco Titanic.
Y hoy quise traer para Uds. la figura del inventor del teléfono, Alexander Graham Bell, un hombre que agregó luz a la luz y vida a la vida. Su labor tesonera y su singular talento trajeron a mi mente este aforismo: “¡Qué hermoso milagro es el de dar vida!”.