“¿Qué es Vendimia para vos?”, me preguntaron como excusa para escribir estas líneas. De repente, mil imágenes, recuerdos y sentimientos se agolparon en mi cabeza. La adrenalina fluía por mis arterias, me inundó de de pies a cabeza y escuchaba una y otra vez la pregunta en mi interior: Vendimia… Vendimia… Vendimia… Y empecé por donde todo comienza: el principio.
Mi historia con ella inició a muy corta edad: tan sólo tres años tenía cuando un cálido marzo de 1992 llegó para no irse nunca más de mi memoria. Era un día soleado que golpeaba con fuerza, cuando gigantes y coloridos carros desfilaban al son de una pegadiza melodía. Observaba con mis ojitos desorbitados lo que sucedía ante mí, pero la mano de mi madre impedía que pudiera acercarme a esa luminosidad que avanzaba sin parar.
Cuando mi mamá se distrajo, no dudé un segundo en aproximarme para apreciar todo ese espectáculo con más detalle. Recuerdo la marcha por calle San Martín y mi emoción no mermaba ante cada cosa que pasaba frente a mí. Con mi corta edad, nunca imaginé la preocupación de mi familia, que con desesperación me buscaba entre una multitud que disfrutaba del Carrusel. Un vecino me encontró luego de varias horas de búsqueda, sentadita en el cordón de la vereda, disfrutando con cara de felicidad. Así comienza mi historia con la Vendimia, y aún no termina.
Pasaron varios años hasta que pude volver a ser parte de este gran festejo que llevaba grabado a fuego en mi memoria. Fue la danza y mi gran fascinación por esta fiesta popular la que me llevó a hacer largas colas para inscribirme como artista, a esperar muchas horas sumida en los nervios y la ansiedad para hacer el casting, a ir a buscar mi apellido en las largas listas con un nudo en la garganta para saber si podría ser parte o no de la Fiesta.
Ensayos con gente increíble, talentosa y divertida marcaban mis febreros. Pero cuando llegaba el día en que el Frank Romero Day brillaba esplendoroso, nunca faltaron los nervios y la piel de gallina antes de pisar ese inmenso escenario que merece mis respetos. Así pasaron muchos veranos, entre risas, danza, montañas y libretos que honraban al agua, a la Virgen de la Carrodilla y a la alegría del fin de cada nueva cosecha.
Llegó un día en que mi febrero cambió, la ansiedad de danzar en el escenario cambió por la expectativa de estar allí parada, ante los ojos de miles, pero siendo una vez más espectadora de este gran espectáculo. Fui conociendo otra cara de la Vendimia, que poco a poco también fue enamorándome. Primero fue “El Zapallar” con su pequeña pero hermosa fiesta barrial, a la que no faltó ninguno de los vecinos.
Después vino una corona más grande e imponente que me generaba una mezcla extraña pero linda de sentimientos, el emblema vendimial de mi querido Las Heras, que me acompañó mientras me interiorizaba de un mundo totalmente desconocido para mí. Poco a poco tomé conciencia de que este amor que tan temprano nació en mí era compartido por la gente sin distinción de edad ni clase social. Descubrí que la Reina encarnaba en sí el símbolo de toda una provincia, de su historia, sus tradiciones y su trabajo. Aprendí a disfrutar cada vez más de mi sitio en el mundo y casi sin darme cuenta llegó el 3 de marzo con "Te miro. Vendimia de colores".
Esta vez no estaba en boca esperando salir o deseándonos mucha merde entre todos los artistas. Estaba siendo parte desde otro lugar, y esta vez traía conmigo todas las ilusiones de un departamento y las mías también. Otros ojos estaban viviendo esta nueva Vendimia, se sentía otro latir que no dejaba de ser increíble. Pude ver el trabajo de todos mis compañeros en escena y emocionarme con cada acto, me sentía orgullosa de ellos y feliz de saberme parte. Llegó el momento de la votación, la voz de los locutores, mis acelerados latidos, el Anfiteatro destellante, la gente, los cerros iluminados, los cánticos de las barras, mi gente y, como siempre, la noche engalanando. Y de pronto, era mi nombre retumbando entre las montañas.
Era yo, ahí parada en el centro de ese escenario que siempre amé. Sentía que el corazón iba a explotar de alegría, cuántas emociones, cuántos nervios, cuánta ansiedad. Allí comprendí que no hay que jugar con los sueños, porque una noche cualquiera se vuelven realidad.
Desde ese día mi relación con la Vendimia es otra. Hoy llevo 7 meses descubriendo esto que hoy me toca vivir y mi visión ha mutado a lo largo del tiempo desde aquella Vendimia de 1992. Hoy para mí Vendimia no es sólo parte trascendental de mi historia. Vendimia es trabajo, son valores, es símbolo, es esfuerzo, es tradición, es gente, es cultura, es naturaleza, es dar, es recibir, es alegría, es arte, es amistad, es amor, es solidaridad, es familia, es… ¡Mendoza, mi tierra!