“De a poco fuimos viendo luces a la noche. Fuimos sintiendo que el barrio iba cobrando vida”, cuenta Cintia Martín en el comedor de su flamante casa. Es la primera Navidad que pasa en su hogar propio, en el barrio Virgen de la Merced (en Rodeo de la Cruz), y la cara de alegría de su familia está a tono con los festejos de fin de año.
Su hija Paz (4) corretea por la casa y mira algo tímida a los periodistas que le invaden el espacio, mientras que su papá Francisco Noguera hace algunos arreglos afuera, en lo que pronto será el jardín de la familia.
Tienen el arbolito armado, la sidra a mano y el brillo en los ojos de sentirse en su lugar. Son personas que tras diez años de lucha y peregrinación por viviendas alquiladas pueden, finalmente, invertir dinero en su casa. Todo les queda a ellos para siempre. Y es lo que más les importa.
“Vivíamos en el barrio Santa Ana, en un departamento de mi mamá que nos prestaba un lugar. Siempre hemos alquilado pero gracias a que nos permitieron quedarnos en el departamento pudimos ahorrar para comprar algunas cosas para la casa nueva, como el aire acondicionado, las rejas y los ladrillos para hacer la medianera”, cuenta Cintia, que es profesora de danza clásica, de flamenco y profesora de educación física para la tercera edad.
Francisco trabaja en la refinería de Luján y antes en YPF de Comodoro Rivadavia, por lo que bien sabe lo que es el desarraigo. “Ahora todo el dinero que uno gasta lo hace para mejorar el lugar donde vive. Una alacena, lo que pintás, todo te queda para vos. Es una sensación linda”, afirma el hombre.
En un aparador cercano, frente al arbolito, hay una foto tamaño A4 del día de la entrega de la casa. Francisco, Cintia y Paz tienen en la cara una sonrisa. La misma que todavía hoy no pueden borrar de sus caras.
El grupo unido
Paulatinamente van llegando los vecinos a la casa de Cintia, ubicada en un extremo de la manzana. El barrio, cuyo presidente de la Unión Vecinal es Luis Banco, se inauguró el último martes cuando 63 familias, casi todas oriundas de Guaymallén, recibieron su vivienda. Muchos de ellos, de a poco llenan el comedor y se reúnen en torno a la mesa que está ubicada en el centro del hogar. Y aunque parecen caras extrañas, todos se reconocen en una lucha que tuvo 10 años de historia, incluidos varios cortes de calle.
“A las 2 de la mañana nos encontramos con Néstor -otro de los vecinos- en la vereda. No se veía a nadie en el barrio, salvo un móvil policial que pasaba. Y nada más”, cuenta Enrique Salanovo recordando su primera Navidad en el lugar.
El barrio albergará a otras 107 familias más cuando entreguen la segunda etapa, pero por ahora quienes lo habitan de a poco empiezan a compartir vereda, mates y seguramente el “chusmerío” típico de toda barriada.
“Estamos felices de estar en nuestro lugar, poder darle la forma que uno quiere. Llegamos el 24 a las 4 de la tarde al barrio cuando terminé de trabajar en el supermercado. Hoy nos hemos pasado el día arreglando, pero es nuestro”, señala otro orgulloso propietario, Néstor Dávila. Y agrega: “La Nochebuena fue rara, porque era como estar en otra casa, una ajena”.
Al comentario se suma Enrique, que está en la casa de Cintia: “A nosotros nos parece que estamos como de vacaciones. No te parece que te has mudado”. Otro de los vecinos agrega: “Después de estos diez años de espera, de que se estancaba la obra, de que se rompía algo, de que ‘este año no pero el que viene sí’, estar acá nos parece increíble”.
Savina Páez, una de las vecinas de la cuadra, admite que la Navidad fue tranquila, pero al mismo tiempo linda y emocionante: “Es mi primera Navidad en casa propia porque yo antes alquilaba en Villa Nueva. Y hasta el martes pasado tuvimos la incertidumbre de saber si nos las entregaban porque nos habían dicho que la entrega era en marzo o abril”.
Por el barrio hay muchos cachorros que juegan con los niños que en breve armarán un buen partido de fútbol. Algunos nenes, los más afortunados, se refrescan en las piletas pelopincho del patio de sus casas. Otros vecinos ya sacaron sus reposeras a la puerta, rescatando esta saludable tradición barrial, y pareciera que han estado allí desde siempre.
Por las ventanas se ven los árboles de Navidad y las luces que decoran los pinos. En casi todas ellas, los nuevos propietarios están arreglando algo, colocando rejas, pintando, plantando lo que serán los frondosos árboles que les darán sombra y tregua al calor del verano.
“Los últimos meses fueron un parto. Pero terminamos 2015 ¡pum! para arriba. Estamos muy contentos, porque los vecinos son una familia más que siempre está para ayudarte cuando uno lo necesita”, termina Cintia, la anfitriona de esta nota.