“Más allá del infierno cincuenta leguas, hay un infierno aparte para las suegras”, escribió el intelectual catalán Melchor de Palau. Otro hijo de Barcelona -Joan Manuel Serrat- fue más benévolo y regaló a la suya una canción autocrítica, aunque con recomendaciones de resignación. Como veremos, observando nuestro pasado detenidamente podemos encontrar el rastro de numerosas suegras. Oponiéndose o bendiciendo uniones, entre los recovecos temporales de las siempre efímeras existencias humanas.
Cornelio Saavedra que, con sus razones odiaba a Mariano Moreno, lo definió como un "monstruoso joven" del que "Dios lo había librado". Manuela Cuenca, suegra de Moreno, pareció coincidir con el coronel. Al cumplirse siete años la muerte de su yerno hizo una presentación judicial denunciándolo.
Estaba a punto de perderlo todo culpa de que éste había hipotecado su vivienda. Manuela presentó un escrito en el que leemos: "Yo tuve la desgracia de haber casado a mi hija con don Mariano Moreno, abogado de ésta. Luego que logró el enlace se apoderó de toda mi casa, abusó de mis doncilidades y, con achaque de trasladar toda la familia, se hizo dueño de plata labrada, alhajas y muebles, vendiendo unas y conservando otras, con tal ascendiente y despotiqueces que yo abatida y sin espíritu callaba y sufría porque no padeciese dicha mi hija".
A diferencia de Manuela Cuenca, la madre de Mariquita Sánchez buscó impedir el casamiento de su hija con Martín Thompson para ahorrarse malos momentos. Pero la muchacha respondió con valentía y defendió su elección.
Astutamente se amparó en la "Pragmática Sanción", que daba potestad al Virrey para permitir los casamientos obstaculizados por los padres. Desde los 14 hasta los 17 años Sánchez -junto a su novio- enfrentó a su madre judicialmente hasta que obtener la dispensa de Monteagudo para casarse. Fueron felices algunos años, pero Thompson enloqueció y seguramente las sabias palabras de mamá hicieron eco la mente de Mariquita.
El General Paz no tuvo inconveniente alguno con su suegra, incluso siempre se llevó muy bien con ella y hasta jugaron juntos porque… era su hermana. A lo largo de sus Memorias la llama, con cierto cariz culposo, "hermana suegra". Ambos terminaron viviendo juntos tras la muerte de Margarita, la "sobrina esposa". Viudos y en edad avanzada criaron juntos a los "hijos sobrinos nietos" de él que a su vez eran sobrinos y nietos de ella.
Mucho tiempo después Marcelo T. de Alvear se enamoró de Regina Pacini, una exitosa cantante de ópera. Millonario y apuesto, la persiguió durante seis años por el mundo. Llegó a comprar las entradas de toda una función para escucharla cantar solo para él. Ante semejante cortejo la portuguesa terminó cediendo y aceptó casarse.
La oligarquía porteña puso el grito en el Cielo ¡El soltero más codiciado de Argentina no podía casarse con alguien así, tan por debajo! De París llegó un documento con 500 firmas de argentinos contra la boda. Poco le importó a Marcelo Torcuato. El sábado 29 de abril de 1907, a las 7 de la mañana, en una iglesia portuguesa contrajeron matrimonio.
Regina estaba cerca de los 40 años y desde los 17 había consagrado su vida a la Ópera. Bastante reconocida en Europa dejó todo para seguir al argentino que años más tarde se convertiría en presidente. A la boda sólo asistió un pariente del novio y ante tanto desdén Alvear tuvo un gesto con su suegra. A modo de desagravio por tantas humillaciones sufridas, decidió que todo lo recaudado por Regina quedara en manos de su madre.
La historia de amor que vivieron terminó el 23 de marzo de 1942 cuando Alvear falleció. Desde entonces, el 23 de cada mes en la tumba de Marcelo podía encontrarse un enorme ramo de rosas blancas y rojas. También a Regina sentada en una pequeña silla dentro del mausoleo, hablándole mientras lágrimas y arrugas surcaban su rostro.
La escena se repitió durante más de dos décadas, hasta setiembre de 1965 cuando -a los 95 años- Pacini murió. Desde entonces descansan juntos y son una suerte de anfitriones en la Recoleta: la tumba donde se encuentran es lo primero que los visitantes ven tras ingresar al cementerio.