Lejos de la etapa más fecunda que tuvo el fútbol juvenil argentino en toda su historia, la cual fue encabezada por José Pekerman y sus colaboradores, que le permitió a la Selección Sub 20 ganar cinco Mundiales (1995, 1997, 2001, 2005 y 2007), la que hoy dirige Humberto Grondona encadena una sucesión de fracasos deportivos que se combinan con el lado más oscuro de la deportividad: escándalos, papelones, malos comportamientos y justificaciones absurdas de quien debiera dar el ejemplo en su rol de conductor de grupo.
Luego de la triste experiencia del torneo juvenil de L'Alcudia, España, en 2012, cuando el seleccionado argentino se trenzó en una batalla campal con su par de Turquía, la semana pasada el protagonismo albiceleste se repitió durante el partido frente a Brasil (1-2). Aquí, el equipo terminó con dos jugadores expulsados (Matías Sánchez y Maxi Rolón), además de sumar a Humbertito, quien vio la tarjeta roja por protestas airadas mientras recién se estaba disputando el primer tiempo.
Analistas turcos y brasileños podrán juzgar qué es lo que ha llevado al caos a sus respectivos representantes en los casos previamente citados, pero el foco del problema en este lado del mundo es identificar por qué el desequilibrio emocional parece estar latente y a un paso de hacerse manifiesto en forma de conflicto en las selecciones argentinas de estos últimos años. No es un tema menor, y menos en categorías formativas.
Grondona (h) debe captar que está al frente de la mayor responsabilidad que le cabe a un entrenador de futbolistas en edad de juveniles: darles a entender a éstos que hay valores que el fútbol ha generado desde la base que son más importantes que la cultura del exitismo a todo precio. Marcar errores y trabajar para superarlos es tanto o más significativo que un logro circunstancial. Si no se toma esta consigna como la prioritaria, al joven de 18 o 19 años se le está inyectando una dosis de incitación a la violencia que va a terminar conspirando contra el propio desarrollo de su respectiva carrera.
En 2013, durante el Sudamericano Sub 17 realizado en San Luis, los chicos argentinos festejaron un agónico empate (3-3) ante los uruguayos con provocaciones y burlas. Poco después del partido, continuaron con las agresiones a través de las redes sociales. Con tamaña cantidad de exabruptos, la respuesta de Humbertito dejó en claro que el comportamiento de los jugadores estaba claramente avalado por su actitud. “Prefiero ir al Mundial y no ganar el trofeo al juego limpio”, dijo al día siguiente. Y agregó: “No está bien lo que pasó, pero es bueno que los chicos tengan sangre”. Todo dicho.
Ese mismo año, en el Sudamericano Sub 20 realizado en Mendoza y San Juan, el seleccionado argentino dirigido por Marcelo Trobbiani se quedó afuera del hexagonal final clasificatorio para el Mundial. Por entonces, Julio Grondona utilizó un mensaje entrelíneas para referirse a la situación: "Mi hijo (por Humbertito) tomó la decisión de que Trobbiani esté ahí". Poco después, el por entonces presidente de la AFA y el coordinador de selecciones juveniles, Nicolás Russo, designaron a HG como entrenador del Sub 20.
Si algo caracterizó la era Pekerman en juveniles, éso fue – precisamente – la composición de planteles con futbolistas jóvenes que, además de sus cualidades técnicas, se ensamblaban alrededor de un proyecto en común. El respeto al Fair Play era una característica de esas formaciones; un sello distintivo sea donde fuere. Los cinco campeonatos mundiales conquistados son la mejor carta de presentación para sostener que no se necesita de bravuconadas para dar una vuelta olímpica.
Hoy día, uno de los máximos colaboradores de la gestión Pekerman, Hugo Tocalli, está al frente del seleccionado chileno Sub 20, puesto que se le agregó recientemente al de jefe técnico de las selecciones juveniles trasandinas desde mediados del año pasado. El DT, que llevó a la Argentina al triunfo en el Mundial Sub 20 de Canadá 2007, más la clasificación a los juegos olímpicos 2008 (medalla dorada, finalmente, bajo la conducción de Sergio Batista), es la punta de lanza de un proceso que conlleva una organización en la cual no parece haber grieta alguna.
Tocalli, junto a su equipo de colaboradores, observan alrededor de 300 juveniles por semana en Chile, además de investigar a cerca de futuros seleccionables que compiten en ligas del extranjero y que cuentan con ascendencia chilena. De esta observación, el valor que asoma como más promisorio es Rodrigo Linares, quien se desempeña en las inferiores de Argentinos Juniors. Un trabajo a pleno, cuyo objetivo es el próximo Sudamericano Sub 20, que se disputará durante enero y febrero 2015 en Uruguay (clasificatorio para el Mundial del año que viene, en Nueva Zelanda).
En tanto, Pekerman acaba de renovar su vínculo para dirigir a la Selección mayor de Colombia hasta el Mundial de Rusia 2018, en otra muestra de la aceptación que su labor tuvo en la nación cafetera. A principios de 2012, cuando llegó la oferta colombiana para que se hiciera cargo del seleccionado, el ex entrenador del equipo nacional se hallaba sin trabajo. Ni siquiera se reconoció en la AFA su capacidad al frente de juveniles para incorporarlo como un asesor permanente en la formación de futbolistas. Las consecuencias están a la vista.
En 1991, un escándalo mayúsculo protagonizado por el seleccionado juvenil argentino, cuyo director técnico era Reinaldo Merlo, hizo descender al albiceleste al peor de los escenarios posibles. Por el pésimo comportamiento en la derrota (0-3) en el Mundial de Portugal contra los anfitriones – rojas a los jugadores Paris, Pellegrino y Esnaider -, la sanción de la FIFA impidió jugar el Mundial de Australia 1993. Quien sufrió la pena individual más dura fue el atacante Esnaider, quien recibió un año de suspensión. "Mostaza" renunció a su cargo y Pekerman, a fines de 1994, ganó el concurso por oposición y antecedentes – sólo se hizo esa vez – para conducir un nuevo ciclo en juveniles.
Hoy día, con las actitudes repetidas en los equipos que conduce Humberto Grondona, se ha retrotraído hacia una época en la que los valores de la deportividad parecían estar en segundo o tercer término. Así, el fútbol argentino se perjudica en su conjunto. Un primer paso para recuperar esa identidad ganadora dentro y fuera de la cancha es que el propio DT actual reconozca sus errores y realice una autocrítica profunda. Pero hasta ahora no lo hace ni lo intenta.
Por Fabián Galdi fgaldi@losandes.com.ar