Gabriel Milito caminaba por los pasillos del moderno estadio Sheikh Zayed, en Abu Dhabi. Él no iría siquiera al banco, pero quiso apoyar a sus compañeros del Barça en la final ante Estudiantes, por el Mundial de Clubes 2009. “Protagonismo cero”, pensó. Pero no.
Pep Guardiola, el hacedor del ¿mejor equipo de la historia?, lo buscó para hablar. Y le dijo: “Gabriel, preciso que le des la charla previa al partido a tus compañeros”. “¿Yo? ¿Por qué?”, se preguntó el Mariscal. “No podemos relajarnos, tú conoces el carácter de los equipos sudamericanos”, agregó el DT.
Ese día Barcelona le ganó al Pincha y Gaby tuvo tamaña responsabilidad: hablar ante jugadores de la talla de Messi, Andrés Iniesta, Xavi Hernández y Thierry Henry, entre otras grandes figuras. Finalmente, Barcelona ganó ese partido 2-1.
La relación que forjó con Guardiola fue diferente a la de muchos. En sus años en Barcelona, Pep fue a comer a solas con pocos jugadores, entre ellos: Milito. Por su poca continuidad, una de las últimas temporadas en el club, el Mariscal no pudo ocultar su fastidio.
Al percibirlo, Guardiola lo llamó a su despacho después de un entrenamiento y lo invitó a almorzar. Se sentaron en un lujoso restaurante y, antes que nada, pidió la carta de vinos. Eligió, quizás, el mejor o uno de esa categoría. Bebieron mirándose a la cara, cortando los sorbos con palabras aisladas. Cuando quedaba poco vino, comenzó la verdadera conversación.
-Vamos, digámonos todo lo que pensamos del otro- propuso el entrenador.
-Dale- respondió Milito, que no se achicó.
Hablaron un largo rato, sin temores ni rencores. Luego, se pusieron de pie y se fundieron en un largo abrazo.